Contrato Matrimonial: La Esposa Perfecta

CAPÍTULO XII

Omnisciente

—Permiso, disculpe —decía Adhara mientras caminaba con prisas por los corredores de la Universidad. Iba retrasada a clases.

A pesar de los esfuerzos de la señora Aurélie por despertarla, Adhara se negó y se quedó en la cama más tiempo. Se duchó a medias, solo las partes de su cuerpo que le interesaban a su «dios griego» se vistió apresuradamente, bajó a tomar su desayuno y por poco se ahoga. No asistió a su primera clase y ya iba tarde a la segunda.

Sus ojos divisaron el número del aula correspondiente, y corrió. Al llegar a la puerta, sin pretenderlo, la azotó al abrirla, capturando la mirada de sus compañeros y de su profesor, un hombre que conocía a la perfección, a quien se había entregado por primera vez: el padre de su hija.

Contuvo el aliento y se quedó pasmada, observándolo por unos segundos mientras sentía que su corazón estaba a punto de fallar. No podía creer lo que sus ojos veían. Era él, el mismo hombre que la había abandonado sin decir nada. Simplemente se marchó y la dejó con el corazón y el alma rota, llevándose consigo también a su bebé.

—Señorita Curie, pase y tome asiento —dijo el profesor, manteniendo la calma, deseando que ella no hiciera un escándalo.

—Eh…

—Aquí, Adhara —elevó Brigitte los brazos.

La pelirroja giró y la encontró. Respiró profundo y obligó a sus pies a avanzar hacia donde estaban sus compañeros.

Contuvo las lágrimas, ya que el dolor que ese hombre le había causado no podía describirse con simples palabras. La había ilusionado, jugado con los sentimientos que en ella afloraban. Aquel hombre mayor, de cabello negro, ojos azules, rostro apacible y de enorme estatura, fue su primer amor.

—¿Viste un fantasma? —preguntó Odile cuando Adhara tomó asiento.

—¿Estás bien? Te ves pálida —señaló Serge, notando su rostro aún más blanco de lo normal.

—Sí, no pasa nada —mintió.

Adhara sintió que la herida que siempre había intentado ocultar en su corazón se abría al recordar el sufrimiento que su desaparición le provocó. Había llegado a pensar lo peor, que estaba muerto, y que todo era su culpa por haberse embarazado, lo cual Madame Corbeau había descubierto. Se sintió miserable durante años, mientras al parecer él vivía su vida sin problemas.

—Señor Corbeau, ¿podría repetir lo último que mencionó? —solicitó una de sus compañeras.

—¿Qué? —gimió Adhara, sintiendo su estómago revolverse.

Alzó la vista y él le sonrió, como si nada, como si no llevara el apellido de la mujer que tanto daño le había causado a Adhara, la misma que le arrebató a su bebé y que ahora la manipulaba, amenazándola con que no volvería a verla. Adhara abandonó su silla y corrió, se dirigió a uno de los baños. Al llegar, sus rodillas fallaron y el vómito la venció. Su cabeza daba vueltas, incapaz de asimilar lo que había escuchado.

—¿Te embarazaste antes de la boda? —bromeó Pauline, quien había decidido seguirla.

Adhara sonrió amargamente, deseando que esa fuera la razón de su malestar, y no que Madame Corbeau le hubiese arrebatado a su bebé, sabiendo que también era parte de su familia.

—Fue algo que comí en el desayuno —rió Adhara, aunque por dentro se sentía morir.

Tras intercambiar unas palabras más, Pauline se marchó, dejándola sola. Adhara aprovechó para liberar parte del dolor que la consumía, la culpa que cargaba por la desaparición de ese hombre. Momentos después, regresó al salón, y aunque intentó concentrarse en las palabras de su maestro, no lo logró, sumergida en sus pensamientos.

Lo observaba y no entendía por qué había decidido dejarla embarazada, ya que él lo sabía. Conocía sus síntomas y fue él quien le compró la prueba de embarazo que confirmó el resultado. Le prometió que volvería por ella, que formarían una familia, y Adhara, en su inocencia y poca experiencia con las mentiras de los hombres, le creyó. Durante el resto de su embarazo lo esperó, incluso meses después, con la esperanza de que él se hiciera cargo de su bebé.

—Señorita Curie, ¿puede quedarse un momento? —habló el profesor cuando Adhara deseaba huir. No quería enfrentarlo.

Adhara se disculpó con sus amigos y prometió verlos después de su conversación con "Alexis", o al menos ese era el nombre con el que se había presentado.

—¿De verdad te llamas Alexis? —cuestionó Adhara, y él sonrió, negando con la cabeza—. ¿Son familia? —preguntó, y esta vez él asintió.

—Soy su hermano, Esteban Corbeau —reveló, y ella se sintió decepcionada—. Te amé, lo juro —dijo acercándose, mientras Adhara retrocedía.

—¿Por qué? ¿Por qué me abandonaste?

—Estoy casado desde hace quince años. En ese momento llevaba cinco años casado, y mi esposa estaba embarazada de nuestro segundo hijo. Nuestra relación atravesaba algunos declives y te conocí: hermosa, alegre y divertida, todo lo que había perdido en ella —se justificó, pero Adhara se negó a creerle.

—Todo fue una mentira. Nunca me amaste, jamás lo hiciste —reprochó, sintiendo un inmenso dolor en su pecho que le quitaba el aire.

Sus piernas temblaron y no soportaron su peso, no después de descubrir que solo había sido un reemplazo.




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