El ascensor se detuvo en el piso ejecutivo a las ocho y cincuenta. Ariadna salió con el bolso colgado en el hombro y un paso rápido, decidida a llegar antes de las nueve. No quería que nadie, y mucho menos Dante, pudiera decir que había llegado tarde.
En la recepción de Recursos Humanos, una mujer de gafas rectangulares levantó la vista de unos papeles.
—¿La señorita Ariadna?
—Sí.
—Tome asiento, por favor. En un momento le entregaremos su itinerario.
Ariadna dejó el bolso en la silla y se acomodó. La mujer abrió una carpeta y empezó a hojear documentos. No pasaron ni treinta segundos cuando una voz grave sonó desde el pasillo.
—No es necesario. Yo me encargo.
Ariadna levantó la cabeza. Dante estaba de pie en la puerta, vestido con un traje gris oscuro impecable, corbata perfectamente ajustada y el mismo gesto serio que parecía no cambiar nunca. No saludó ni hizo comentario alguno.
—Conmigo —dijo, y se giró para caminar.
Ariadna se levantó de inmediato, tomó su bolso y lo siguió por el pasillo. No habló. Dante tampoco parecía interesado en decir nada más. Sus pasos eran firmes, y el sonido de los tacones de ella contrastaba con el de sus zapatos sobre la alfombra.
Llegaron a una oficina pequeña. Dante abrió la puerta y se hizo a un lado para que entrara. Adentro había una mesa de tamaño mediano, dos sillas y un cuaderno cerrado en el centro. No había ventanas, solo una lámpara de techo que iluminaba de manera uniforme.
—Aquí vas a trabajar —dijo Dante, señalando la silla frente a la mesa.
Ariadna miró alrededor.
—¿Aquí?
—Sí. No me gusta que la gente sin experiencia entorpezca las áreas importantes.
Ella frunció el ceño.
—Yo trabajé aquí antes, no soy una principiante.
—Trabajaste con tu padre como director —replicó él—. Eso no cuenta.
Ariadna apretó los labios, conteniendo la respuesta que quería dar.
—Entonces, ¿qué quiere que haga?
—Hoy vas a revisar informes de inventario del último trimestre. Quiero que detectes cualquier irregularidad y las marques en una hoja aparte.
Ariadna asintió.
—Está bien.
Dante dio un paso hacia la mesa y apoyó las manos en el borde.
—Y otra cosa: no uses tu apellido aquí.
—¿Por qué?
—Porque aquí no significa nada.
Ella lo miró directamente.
—¿Algo más que deba saber?
—Sí. Tendrás listo el informe a las cinco en punto. Si no lo terminas, mañana no tendrás nada que hacer aquí.
Ariadna sintió un nudo en el estómago.
—¿Me está diciendo que si no termino hoy… me despide?
—Te estoy diciendo que si no cumples, no te necesito.
Ella dejó el bolso sobre la mesa y se sentó. Dante no se movió de inmediato; se quedó observándola unos segundos.
—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó finalmente.
—No.
—Perfecto.
Se dirigió hacia la puerta, pero antes de abrirla se detuvo.
—Y no llegues tarde otra vez.
—No he llegado tarde.
—A las ocho y cincuenta ya es tarde si la jornada empieza a las nueve. Si quieres demostrar algo aquí, llegas antes que los demás.
Ariadna lo observó salir y cerrar la puerta detrás de él. El clic de la cerradura fue suave, pero para ella sonó definitivo.
Abrió el cuaderno que estaba sobre la mesa. Había una lista de archivos, cada uno con un número de referencia. Debía ir a la base de datos interna, revisar cada documento y detectar cualquier diferencia entre los reportes y el inventario real. Era un trabajo minucioso y tedioso, pero nada que no pudiera hacer.
Encendió la computadora. El fondo de pantalla tenía el logotipo de la empresa, pero ya no llevaba el apellido de su familia. Sintió un pequeño vacío al verlo.
Pasaron unos minutos y la puerta se abrió de nuevo. Dante entró con una carpeta en la mano.
—Estos son los accesos temporales a la base de datos. Solo podrás entrar con este usuario. Si necesitas algo, se lo pides a Mara.
—¿Quién es Mara?
—Mi asistente. No la hagas perder el tiempo con preguntas innecesarias.
Ariadna tomó la carpeta.
—¿Y si necesito una autorización para algún archivo restringido?
—Me lo pides a mí. Pero procura que no sea por algo que puedas resolver sola.
Él se quedó un momento más.
—Otra cosa. No salgas del edificio sin avisarme.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué tendría que avisarle si salgo?
—Porque sí.
Dicho eso, salió de nuevo.
Ariadna suspiró, abrió la carpeta y empezó a trabajar. Revisó los primeros reportes, comparó cifras, tomó notas rápidas. El trabajo requería concentración, pero su mente no dejaba de pensar en cómo él la estaba tratando.
Cerca de las once, la puerta se abrió otra vez. Esta vez fue Mara, una mujer de cabello recogido en un moño impecable.
—El señor Volkov quiere saber si necesitas algo.
—No, gracias.
—Muy bien.
Ariadna siguió trabajando. A la una, Mara volvió para avisarle que podía ir a almorzar.
—No me ha dado tiempo de salir a ningún sitio —dijo Ariadna.
—Hay una cafetería en el piso inferior. Estará menos de treinta minutos.
Ariadna bajó, comió un sándwich rápido y regresó antes de que pasaran veinte minutos. Cuando volvió a su oficina, Dante estaba adentro, revisando el cuaderno de notas.
—¿Vas a dejar huecos en las páginas? —preguntó, señalando un espacio en blanco.
—No, es para organizarme mejor.
—Organízate pero no desperdicies hojas.
Ella asintió.
—¿Quiere ver lo que llevo hasta ahora?
—No. Quiero verlo cuando esté terminado.
Dante cerró el cuaderno, lo dejó exactamente en la misma posición en que lo había encontrado y salió sin decir más.
Las horas siguientes pasaron entre documentos, números y anotaciones. A las cuatro y media, Ariadna ya tenía el informe listo. Lo revisó dos veces para asegurarse de que no hubiera errores. Cinco minutos antes de la hora, escuchó de nuevo la puerta abrirse.
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Editado: 26.09.2025