Contrato por venganza

Capítulo 7 - Distintos

El reloj marcaba las siete de la tarde cuando Ariadna llegó a su apartamento. Había sido un día pesado, lleno de tareas pequeñas y miradas incómodas en la oficina. Apenas dejó la bolsa en el sofá, su teléfono vibró.

Era un mensaje de Mara.

*"¿Quieres salir esta noche? Nada formal, solo unas copas y despejarnos un poco. Te hará bien."*

Ariadna se quedó mirando la pantalla. Dudó unos segundos. Parte de ella quería decir que no, que estaba agotada. Pero la otra parte reconocía que necesitaba distraerse. Mara era la única persona en esa empresa que la había tratado con respeto.

*"¿Dónde?"*, respondió al final.

No tardó en llegar la respuesta: *"En el centro. Te recojo a las nueve. No te preocupes, yo manejo."*

Ariadna suspiró y dejó el teléfono sobre la mesa. Caminó hacia el cuarto y se sentó en la cama. No podía dejar de pensar en lo inútil que se sentía en esa oficina. Tenía un título en Administración de Empresas, años de esfuerzo para conseguirlo, noches de estudio mientras trabajaba para pagar las matrículas. Y ahora todo se reducía a servir café y agua.

Los demás empleados lo dejaban claro con cada gesto: para ellos era inservible. Si no fuera hija de quien era, ni siquiera estaría allí. Lo único que le dolía más era saber que, en parte, tenían razón.

Se levantó, encendió la computadora portátil y abrió una página de empleos en Pittsburgh. Creó un perfil rápido, subió su currículum y se suscribió a la base de datos. Marcó varias opciones de empresas medianas y puestos básicos. Nada de grandes corporaciones; ya había tenido suficiente de eso.

Mientras completaba los formularios, se prometió a sí misma algo: no soportaría más de una semana ese piso ejecutivo trabajando para Dante Volkov. Una semana más, y se iría.

Cerró la computadora, tomó el teléfono y confirmó con Mara: "Está bien. Te espero a las nueve."

A las ocho, Ariadna empezó a arreglarse. Se miró en el espejo con una mezcla de cansancio y determinación. Eligió un vestido azul sencillo, sin demasiados adornos, y una chaqueta ligera encima. No quería llamar la atención, solo sentirse presentable.

Se maquilló apenas: base ligera, un poco de rímel, labial rosa claro. Quería verse bien, pero natural.

A las nueve menos cinco, escuchó un claxon en la calle. Se asomó por la ventana y vio el coche de Mara. Bajó con paso rápido.

Mara la recibió con una sonrisa amplia. Tenía el cabello suelto, una blusa ajustada color rojo y pantalones negros que resaltaban su figura. Se notaba segura, distinta al ambiente rígido de la oficina.

—Sabía que ibas a decir que sí —dijo Mara cuando Ariadna subió al coche.

—La verdad… necesitaba salir de todo esto —respondió ella.

—Bien, porque no pienso dejar que pases tu primera semana aquí sin divertirte al menos un poco.

Arrancaron y se mezclaron con el tráfico de la ciudad. Ariadna miraba las luces de los edificios mientras Mara hablaba de bares y lugares que conocía en el centro.

Por primera vez en días, sintió que podía respirar. No sabía qué pasaría mañana en la oficina, pero esa noche estaba decidida a olvidar, aunque fuera por unas horas, que trabajaba para Dante Volkov.

Mara era distinta fuera de la oficina. Ariadna lo notó en cuanto la vio bajo la luz de las farolas.

Rubia, de cabello largo que caía en ondas hasta la mitad de su espalda, ojos azules brillantes y un cuerpo atlético que revelaba horas de gimnasio. Nada en ella era tímido o reservado: caminaba con seguridad, como si la calle misma le perteneciera. Esa confianza sorprendía a Ariadna, acostumbrada a verla siempre con un aire serio y práctico en la empresa de Dante.

Ya en el coche, Mara conducía con una mano en el volante y la otra moviéndose mientras hablaba. No paraba de sonreír.

—Vas a divertirte, te lo prometo. Y si no, yo te saco a bailar hasta que sonrías.

Ariadna rió por primera vez en todo el día.

—Hace mucho que no salgo a un club.

—Entonces es hora de que recuerdes cómo se siente.

El trayecto duró unos quince minutos. Llegaron a una zona concurrida, llena de bares y locales con luces de neón. Mara aparcó el coche y ambas bajaron. La música se escuchaba incluso antes de entrar al club. El lugar estaba repleto de jóvenes, las luces cambiaban de colores y el sonido del bajo retumbaba en el pecho.

Ariadna se tensó un poco, pero Mara la tomó del brazo.

—Vamos, confía en mí.

Entraron y casi de inmediato, cinco personas reconocieron a Mara.

—¡Mara! —gritó una chica de vestido plateado, abrazándola fuerte.

—¡No puede ser, tanto tiempo! —dijo un chico alto, dándole un beso en la mejilla.

—¡Mara, estás increíble! —añadió otra chica, saludándola como si fueran amigas de toda la vida.

En cuestión de segundos, estaba rodeada de saludos, besos y abrazos. Ariadna se quedó sorprendida. No entendía cómo en la oficina Mara era seria, callada, centrada… y aquí, parecía una celebridad. Todos parecían conocerla.

Mara reía, respondía con cariño a cada uno y luego, con un gesto, los despidió.

—Luego hablamos, estoy con una amiga.

Ariadna sintió que todos los ojos se posaban sobre ella un momento. Era inevitable: junto a Mara cualquiera parecía pasar desapercibido.

Caminaron entre la multitud hasta llegar a una mesa apartada, en una esquina con buena vista a la pista de baile. Mara se sentó con naturalidad y llamó a un camarero.

—Dos margaritas de limón —pidió con firmeza.

El camarero asintió y se marchó. Ariadna dejó su bolso sobre la silla y miró alrededor. El lugar era vibrante: luces violetas, música latina mezclada con pop, grupos de amigos bailando y riendo. Ella, en cambio, sentía que estaba fuera de lugar.

—¿Siempre conoces a tanta gente? —preguntó, inclinándose para que Mara la escuchara.

Mara rió y apoyó un brazo sobre la mesa.

—No, no siempre. Pero he salido mucho. Cuando trabajas con Dante, necesitas una válvula de escape. Y la mía es este tipo de sitios.




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