La música seguía fuerte, pero Ariadna ya se sentía más cómoda en el ambiente. Había bailado un rato con Mara y ahora las dos descansaban en la mesa, riéndose por tonterías y bebiendo agua después de las margaritas.
De pronto, alguien apareció detrás de Mara y le tapó los ojos con las manos.
—¿Quién soy? —dijo una voz masculina, firme pero divertida.
Mara soltó una risa y le quitó las manos con rapidez.
—¡Velik! —exclamó, poniéndose de pie para abrazarlo.
Ariadna levantó la vista. El chico era alto, con el cabello castaño bien peinado hacia atrás y unos ojos verdes que parecían brillar incluso con las luces cambiantes del club. Tenía una sonrisa fácil, relajada, que contrastaba con la seriedad de la mayoría de los hombres que Ariadna conocía en el mundo empresarial.
Por un momento, Ariadna sintió un sobresalto extraño en el pecho. Había algo en él… algo familiar. No sabía qué era, pero le parecía reconocerlo de alguna parte, aunque estaba segura de no haberlo visto antes.
Mara, sin darle tiempo a procesar nada, lo besó con naturalidad. Un beso seguro, de pareja. Ariadna parpadeó, sorprendida.
—¿Es… tu novio? —preguntó, confundida.
Mara sonrió, todavía abrazada a él.
—Mi pareja, sí. Te presento: él es Velik.
—Encantado —dijo él, inclinando ligeramente la cabeza hacia Ariadna—. Tú debes ser la nueva en la oficina.
—Sí… —respondió ella, aún con cierta incomodidad—. Soy Ariadna.
Él le tendió la mano. Ariadna dudó un segundo antes de estrechársela. Su mirada, tan verde y clara, le provocó una sensación rara. Como si esa imagen ya hubiera estado en su cabeza, pero no podía ubicar dónde.
Fue Mara quien rompió el silencio.
—Olvidé mencionar algo importante —dijo con una sonrisa juguetona—. Velik es el hermano menor de Dante Volkov.
Ariadna se quedó helada. Sintió que el aire le faltaba un segundo. ¿Hermano de Dante? Era imposible no compararlos en ese instante. Dante era frío, distante, un hombre que parecía construido de acero. Velik, en cambio, tenía calidez en los ojos y una forma de sonreír que lo hacía parecer más cercano.
—¿Hermano? —repitió Ariadna, como si necesitara confirmarlo.
—Sí —respondió Mara, divertida por su reacción—. Y también de Akira.
El corazón de Ariadna dio un salto. Recordar a Akira todavía le dolía en la piel. La imagen del café derramado sobre su blusa volvía como un flash. Pero antes de que pudiera decir algo, Velik levantó las manos, como disculpándose.
—No te asustes —dijo con una sonrisa amable—. Créeme, yo no soy como ellos.
Ariadna lo miró, insegura.
—Bueno… es difícil de creer.
—Lo sé —contestó él con naturalidad—. Todos esperan que yo sea igual, pero no lo soy. Dante y Akira eligieron un camino. Yo elegí otro.
Mara lo interrumpió con un guiño.
—Velik es la excepción en esa familia. Por eso estamos juntos.
Él rió.
—O tal vez porque no pudiste resistirte a mis encantos.
Mara lo golpeó suavemente en el hombro y Ariadna no pudo evitar sonreír ante la escena. Era extraño: la idea de un Volkov amable, simpático, incluso coqueto, no encajaba con lo que ella había visto hasta ahora.
—No lo compares con Dante, Ariadna —dijo Mara, tomando de nuevo su margarita—. Si sigues trabajando ahí, lo vas a notar. Velik no tiene nada que ver con el hielo que viste en la oficina.
Velik inclinó un poco la cabeza hacia ella, serio por un instante.
—Sé lo que mi hermano puede hacer sentir. Es… intimidante, ¿verdad?
—Eso es poco decir —respondió Ariadna sin pensarlo, y luego se arrepintió de hablar tan directo.
Pero él solo rió.
—No te preocupes, no voy a decírselo. —La miró con un brillo travieso en los ojos—. Tu secreto está seguro.
Ariadna bajó la mirada al vaso vacío que tenía frente a ella. No sabía qué pensar. Estaba sorprendida, confundida, y al mismo tiempo… aliviada. No todos los Volkov eran como Dante y Akira.
—Ven, siéntate con nosotros —dijo Mara, jalando a Velik hacia la mesa.
Él se acomodó junto a ella, pasando un brazo por encima de sus hombros con naturalidad. Ariadna los observó un momento y luego suspiró. Esa noche estaba resultando muy distinta de lo que había imaginado.
El ambiente del club parecía más tranquilo en esa mesa apartada, aunque la música seguía retumbando en las paredes. Mara estaba acurrucada contra Velik, riéndose por cada broma que él decía, mientras Ariadna trataba de mantenerse relajada. La presencia de Velik era extraña para ella: demasiado cercana, demasiado familiar. No podía evitar pensar en Dante, aunque fuesen polos opuestos.
Velik la miró directamente y, con un tono amigable, rompió el silencio incómodo:
—Entonces, Ariadna, ¿qué te ha parecido la empresa hasta ahora?
Ella parpadeó, insegura.
—Pues… —buscó las palabras con cuidado—. Es un ambiente… exigente.
Mara soltó una carcajada y le dio un codazo suave.
—Anda, dilo sin filtros. Te parece un infierno, ¿verdad?
Ariadna sonrió, pero fue una sonrisa nerviosa.
—Digamos que… no es lo que esperaba.
Y por supuesto que tampoco esperaba que su padre después de tantos años perdiera el control de su propia empresa y el nuevo CEO se la llevara a ella como castigo a la suya.
Velik apoyó el brazo sobre la mesa y entrelazó los dedos.
—Eso suena a que Dante no te lo está poniendo fácil.
Ariadna tragó saliva.
—No se trata solo de él. —Desvió la mirada hacia su vaso—. En general, siento que no encajo.
—Claro que encajas —replicó Mara, poniéndose seria por un momento—. Lo que pasa es que allá dentro todos son tiburones, y tú todavía estás aprendiendo a nadar entre ellos.
Velik asintió.
—Mi hermana y mi hermano disfrutan de intimidar a la gente. Es su forma de probar a los demás.
Ariadna arqueó las cejas, sorprendida por lo directo que era.
—¿Así que lo admites?
—Por supuesto —respondió él, encogiéndose de hombros—. Dante cree que la presión revela el verdadero carácter de una persona. Akira… bueno, ella es peor. A ella le gusta hacer sentir a los demás menos que nada, solo porque puede.
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Editado: 26.09.2025