Nunca imaginé que mi curiosidad me llevaría tan lejos. Había estado siguiéndolo durante días, pero jamás pensé que terminaría infiltrándome en su mansión. Adrian Richter era misterioso, inquietante y, sobre todo, muy fuera de mi alcance. Claro, eso no me detuvo. Los secretos me llamaban, y mi habilidad para hackear era la excusa perfecta.
La noche era oscura, con apenas el murmullo del viento acariciando los árboles. La mansión de Adrian Richter se alzaba como un monolito, intimidante y lujosa. Demasiado lujo para un solo hombre. ¿Quién necesita tantas habitaciones? ¿Alguien con complejo de vampiro millonario?
Mis pies apenas hacían ruido sobre el suelo de mármol mientras avanzaba por los pasillos. Las paredes estaban adornadas con cuadros tan serios y antiguos que sentí que hasta ellos me juzgaban. Mi mochila iba cargada de herramientas: portátil, cables y mi dispositivo especial para desactivar alarmas.
Un leve pitido confirmó que había logrado mi objetivo. Una sonrisa se formó en mi rostro.
—Demasiado fácil —murmuré, sintiéndome un poco confiada de más.
—¿Tú otra vez?
La voz grave detrás de mí congeló mi sonrisa en el acto. Me giré lentamente, intentando parecer tranquila, pero mi corazón golpeaba tan fuerte que podía jurar que él lo oía.
Adrian Richter estaba allí, mirándome como si yo fuera un insecto que acababa de encontrar en su alfombra. Alto, impecable, con un traje oscuro que probablemente costaba más que mi alquiler de un año.
—¿De nuevo? ¿Tan pronto? —pregunté, forzando una sonrisa mientras mis dedos seguían trabajando para desactivar la última cámara. Lo importante es mantener la calma... O al menos fingir que la tengo.
Él cruzó los brazos y arqueó una ceja, un gesto tan sutil que fue más intimidante que si hubiera gritado.
—Tienes un concepto bastante curioso del tiempo —dijo en un tono seco—. O tal vez simplemente te falta sentido común.
—Bueno, alguien tiene que compensar la falta de humor en esta mansión. —Incliné la cabeza con una sonrisa sarcástica, aunque por dentro estaba analizando todas las posibles salidas.
Adrian dio un paso hacia mí, reduciendo la distancia entre nosotros. Su mirada permanecía fija, como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba por mi mente. Dios, este tipo realmente tiene la vibra de un villano de película… pero un villano atractivo.
—¿Sabes lo que me sorprende más de ti? —preguntó con calma.
—¿Que todavía no te haya hackeado el frigorífico? —solté, tratando de mantener el tono ligero.
—Que sigas viva.
Eso apagó mi sonrisa durante un par de segundos. Solo un par, porque no pensaba dejar que me viera acobardarme.
—¿Eso es una amenaza? Porque si lo es, podrías hacerlo un poco más original.
Adrian suspiró, como si le estuviera quitando tiempo valioso.
—No, Emma. Es un hecho. Y si fueras un poco más lista, dejarías de jugar a ser lista.
—Eso sonó redundante. Y aburrido.
Por primera vez, una leve sonrisa apareció en su rostro, pero no tenía nada de amistosa.
—Es curioso que digas eso, porque he estado observándote desde el principio.
Mi corazón dio un salto.
—¿Ah, sí? ¿Y disfrutaste del espectáculo? —respondí, alzando una ceja. Genial, Emma, burla al hombre que probablemente tiene cámaras en cada esquina.
—Digamos que eres más entretenida que la mayoría de los idiotas que intentan infiltrarse aquí. Aunque eso no es precisamente un cumplido.
Antes de que pudiera responder, Adrian se inclinó hacia mí y tomó el dispositivo de mis manos con una rapidez que me dejó boquiabierta.
—¡Eh! Eso es propiedad privada —protesté, cruzándome de brazos.
—Y esta es mi mansión. —Su tono era tan neutral que resultaba irritante—. Si fueras tan buena hacker como dices, quizá no estarías atrapada aquí conmigo.
—Oh, por favor. Nadie está atrapado contigo. Tú estás atrapado conmigo. —Sonreí, inclinándome ligeramente hacia él, desafiándolo con la mirada.
Adrian me observó en silencio durante unos segundos, y esa falta de reacción casi me hizo sentir incómoda.
—¿Eso es lo mejor que tienes? —preguntó finalmente.
—Dame cinco minutos más y te impresiono.
—No, Emma. Creo que ya he tenido suficiente por una noche. —Se giró, llevándose mi dispositivo con él.
Lo observé alejarse, mi mente trabajando a toda velocidad. ¿Cómo demonios me saca de aquí sin que termine en la cárcel? ¿Y por qué, en nombre de todo lo sagrado, este hombre tiene que ser tan condenadamente inquebrantable?
Antes de desaparecer por el pasillo, Adrian se detuvo y lanzó una última mirada hacia mí.
—Una última advertencia: la próxima vez que intentes algo así, asegúrate de que no sea en mi territorio.
—¿Y si disfruto del riesgo? —respondí con una sonrisa.
—Entonces, prepárate para perder.
Con esas palabras, desapareció en la oscuridad del pasillo, dejándome con un ligero escalofrío y una sensación incómoda de haber encontrado a alguien que finalmente podía jugar mejor que yo.
Nunca debí entrar aquí… pero, demonios, no puedo esperar a volver.
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Nunca debí decir eso... no debi pensar eso, mas bien
—¿Qué demonios...? —murmuré al ver a dos tipos de traje oscuro esperándome frente a mi puerta.
De todas las posibles consecuencias de mi "incursión creativa" en la mansión Richter, no esperaba volver tan pronto. Pero aquí estoy, porque aparentemente, el señor "Te-observo-como-si-fueras-un-rompecabezas-de-5000-piezas" no pudo resistir la tentación de traerme de regreso. Qué halagador. Aunque, si soy honesta, mi secuestro temporal no estaba en mi lista de cosas por hacer esta semana.
Los hombres no tuvieron que decir mucho. Uno de ellos me mostró una identificación que decía "Asistente de seguridad privada, Adrian Richter" y el otro simplemente señaló un auto negro estacionado al lado.