Recuerdo el primer momento en que invadió mi casa. Fue una noche como cualquier otra, llena de sombras y silencios, cuando los fantasmas de mi pasado parecían estar más cerca que nunca. Estaba sentado en mi oficina, mirando las pantallas de seguridad, la habitación iluminada solo por la luz fría de los monitores. Había estado revisando los informes de las últimas semanas, buscando pistas sobre un posible enemigo, cuando vi una figura moverse frente a una de las cámaras.
Al principio, pensé que era una intrusión más. Había tenido muchas a lo largo de los años: un intento tras otro de derribarme, de debilitarme, pero nunca con éxito. Sin embargo, algo en la forma en que la figura se movía me hizo detenerme. No era la de un ladrón profesional. No era la de alguien que intentara robar algo. Era... diferente.
Con el corazón latiendo más rápido de lo normal, observé a través de las cámaras. La joven se movía con confianza, como si conociera el lugar. No parecía asustada, no tenía prisa. Se dirigió a la sala principal y, sin pensarlo, activé las alarmas, bloqueando las puertas y cerrando las ventanas electrónicamente.
Pero algo me detuvo antes de actuar. Algo en sus ojos, aunque a través de las cámaras, me detuvo. No sabía qué era, pero había algo familiar en su mirada. No era miedo, ni desesperación. Era determinación, una especie de desafío que me hizo pensar en algo... en alguien de mi pasado.
Con un suspiro, me levanté de la silla y me dirigí hacia el pasillo. Mi mente trabajaba a toda velocidad, pero no podía evitar preguntarme: ¿Quién era esta persona? ¿Por qué me sentía tan desconcertado?
Cuando llegué a la sala, ahí estaba. Frente a mí. Como si no tuviera nada que perder, como si fuera lo más natural del mundo estar ahí. Me miró a los ojos, una sonrisa traviesa curvando sus labios. No era la típica intrusa que se asustaría al ser atrapada, ni la típica persona que buscaría escapar.
— ¿Quién eres? — mi voz salió más grave de lo que quería, pero mi mente aún estaba tratando de asimilar lo que veía.
Ella no respondió de inmediato, como si estuviera disfrutando del silencio, como si supiera que estaba en control de la situación. Y entonces, finalmente, habló:
— Yo... soy Emma. Vine a ver qué tal es tu casa. No esperaba que fuera tan lujosa, la verdad.
No pude evitar levantar una ceja, aunque por dentro me preguntaba si estaba hablando en serio. ¿Por qué? ¿Qué diablos quería? Podía haberla arrestado en ese mismo momento, pero algo me hizo detenerme. Algo me hizo... no hacerlo. No era solo que no tuviera miedo, ni que su osadía me pareciera intrigante. Era algo más profundo, algo que no podía entender.
— No deberías estar aquí — le dije en un tono más suave de lo que esperaba, pero con una parte de mí que no podía dejar de observarla.
Ella hizo un gesto de desdén, como si no le importara lo más mínimo. — Lo sé. Pero ¿quién va a detenerme? Tú, ¿quizás? — dijo con una sonrisa que desafiaba cualquier lógica.
Mi primer impulso fue atraparla, hacerle pagar por haber invadido mi espacio. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron, algo cambió. Algo en mí se suavizó, y me encontré mirando, no a la intrusa, sino a una persona que, aunque tan diferente, parecía... familiar.
Me quedé en silencio, observándola, hasta que la tensión en la habitación fue demasiado. Pensé en lo fácil que habría sido expulsarla, y sin embargo, no lo hice. No me atreví. Algo me decía que ella no era una amenaza, al menos no de la forma en que lo eran los demás.
— No deberías estar aquí — repetí, pero esta vez, mi tono era más tranquilo, casi como si estuviera hablando conmigo mismo.
Ella no dijo nada más, solo me miró y se dio la vuelta, caminando lentamente hacia la puerta. Algo en su actitud me decía que no iba a irse tan fácilmente. Y estaba en lo correcto.
— La próxima vez que me invadas — dijo sin volverse —, será mejor que tengas un plan.
La puerta se cerró detrás de ella, y aunque podría haberla perseguido, podría haberla atrapado, me quedé allí, en la oscuridad, con la sensación de que algo había cambiado, algo que no entendía completamente. No lo supe en ese momento, pero esa noche, algo en ella había despertado algo en mí. Algo que ni siquiera yo sabía que estaba dormido.
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La primera vez fue casi un accidente. O tal vez no. No sabía si debía llamarlo "accidente", pero sin duda, nadie había sido tan audaz como para irrumpir en mi casa sin previo aviso. Había sido una noche tranquila, casi aburrida. Estaba revisando unos papeles cuando el sonido de una alarma me hizo levantar la vista. En ese instante, vi la sombra de alguien moverse por mi sala, tan silenciosa como una serpiente.
Me levanté de un salto, agarré mi arma de inmediato, pero cuando entré al salón, no encontré a ningún ladrón ni a ningún intruso. Solo ella. Sentada en mi sofá, con una laptop abierta frente a ella, completamente ajena a la amenaza que representaba en ese momento.
— ¿Qué diablos haces aquí? — le pregunté, mi voz grave y furiosa.
Ella levantó la mirada lentamente, como si fuera lo más normal del mundo que estuviera en la casa de un extraño a esas horas.
— ¿Ah, es que no se puede visitar a un amigo? — respondió con una sonrisa descarada, como si fuera la cosa más sencilla.
"Amigo". No, no éramos amigos, ni siquiera cercanos. De hecho, no tenía idea de por qué ella estaba allí. Pero no podía negar que algo en su actitud me intrigaba. ¿Cómo diablos había entrado? No era tan fácil, incluso para alguien con habilidades de hacker como ella.
La siguiente vez fue aún más desconcertante. Esta vez, la encontré dentro de mi oficina, en el mismo lugar donde siempre trabajaba, pero ella estaba sentada en mi silla, con mi computadora en sus manos. Me acerqué a ella sin hacer ruido, pero al ver que estaba tan concentrada, no pude evitar burlarme un poco.