La casa estaba en silencio cuando llegaron, la misión completada, el enemigo derribado… o eso creían. Adrián y Emma cruzaron la puerta. Las luces de la casa parpadeaban débilmente, pero el sonido de las risas y el murmullo de las voces provenientes de la sala indicaba que habia gente reunida.
Lucas los recibió con una sonrisa amplia, como si estuviera esperando este momento desde hacía horas.
—¡Por fin! —exclamó, levantando una copa de vino y acercándose rápidamente a ellos—. Lo hicimos, ¡derrotamos al enemigo! ¿Qué tal si organizamos una celebración? ¡No todos los días se derriba a un enemigo! —su tono era irónico, pero la broma estaba dirigida directamente a Adrián. Sabía que algo no cuadraba en toda esa historia.
Adrián frunció el ceño, mirando a Lucas con una mezcla de cansancio y frustración. Él nunca sabe cuándo parar.
—No necesitamos una celebración —respondió, con un tono serio y distante, como si ese fuera un tema que ya no tenía cabida en su mente.
Lucas lo miró un momento, con una sonrisa burlona que solo él podía sostener. Se giró hacia Emma, como si esperara su respuesta.
—¿Y tú, Emma? ¿Qué opinas? —preguntó, guiñándole un ojo. La mirada de Lucas estaba cargada de una diversión maliciosa.
Emma, aunque confundida por la insistencia de Lucas, se sintió obligada a responder. Había algo en el aire, una energía pesada, y aunque no lo comprendiera completamente, algo dentro de ella le dijo que estaba bien dejarse llevar.
—Está bien… que lo hagan —dijo, con una ligera sonrisa, más por no quedar mal que por verdadero entusiasmo. Pero la idea de una celebración, aunque absurda, no le parecía tan mala.
Lucas levantó su copa con una risa ruidosa, mientras que el ambiente en la casa se iba intensificando. La música aumentó en volumen, las personas comenzaron a relajarse, y las bromas se volvieron más pesadas. Emma, embriagada por el alcohol y la sensación de victoria, se unió a las risas y los juegos, olvidando momentáneamente lo que había sucedido antes.
A medida que la noche avanzaba, las luces parpadeaban más rápido, y la atmósfera se volvía cada vez más densa. Emma se sintió un poco mareada, pero eso no la detuvo. Se permitió perderse en la alegría que rodeaba la casa, bailando con las demás personas sin ritmo, riendo sin razón. Era el tipo de liberación que no había experimentado en mucho tiempo.
Pero pronto, el ruido y la intensidad de la fiesta comenzaron a agotarla. Sentía una pesadez en los párpados y el peso del alcohol en sus piernas. Decidió retirarse, buscando un respiro. Se levantó de su lugar, tambaleando ligeramente, y comenzó a caminar hacia el pasillo.
Adrián la observó en silencio desde el otro lado de la sala, y antes de que pudiera dar un paso más, la siguió. El aire se volvía denso con cada paso que daban. Emma se detuvo en el pasillo, y sin volverse, sabía que él estaba detrás de ella. La tensión entre ellos era palpable, casi eléctrica, como si el silencio entre ambos hablara más que cualquier palabra.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Adrián, con la voz más suave de lo que era habitual, una rareza que solo ocurría en momentos como ese.
Emma lo miró por encima del hombro, sus ojos brillando con una mezcla de cansancio y una necesidad de algo más. Algo que ella no podía comprender completamente.
—Solo necesito un poco de aire —dijo, sin dar más explicaciones, pero sabiendo que la respuesta no era completa.
Adrián no dijo nada, simplemente dio un paso hacia ella, tan cercano que sus respiraciones comenzaron a sincronizarse, como si sus cuerpos ya supieran lo que estaba por ocurrir. Emma no pudo evitar sentirse atraída, como si algo invisible los hubiera empujado a ese momento.
De repente, el espacio que los separaba desapareció. Sus labios se encontraron, primero con suavidad, como una pregunta, una invitación. Pero luego la necesidad creció, sus cuerpos se acercaron con urgencia, como si todo lo que había sucedido hasta ese momento no fuera más que una preparación para esa única explosión de deseo.
Emma giró la cabeza lentamente, encontrándose con sus ojos. Había algo en su mirada, una calma que contrastaba con el caos de la fiesta. Ella, borracha y desinhibida, no pudo evitar soltar la pregunta que le rondaba la cabeza desde hacía días.
—¿Qué somos, Adrián? —preguntó, su tono suave pero directo—. Ya nos hemos besado… pero ¿qué significa todo esto?
Adrián la miró un momento en silencio, sin responder de inmediato. Luego, en un giro inesperado, su rostro se suavizó, y dio un paso hacia ella, acercándose lentamente, como si estuviera eligiendo cuidadosamente cada palabra.
—Somos lo que quieras que seamos, Emma. No tengo respuesta definitiva, solo sé que cada momento contigo se siente… diferente —dijo, la suavidad de sus palabras haciéndola respirar más rápido.
Emma, casi sin darse cuenta, dio un paso hacia él, buscando algo más en sus ojos, un indicio, una certeza de lo que ambos querían.
Adrián no dio más espacio entre ellos. Tomó su rostro entre sus manos y la besó de nuevo, más profundo, más exigente, como si cada palabra que acababa de decir estuviera sellada en ese beso. El calor que compartían fue inmediato, y en un abrir y cerrar de ojos, ambos se encontraron en la habitación de Adrián, donde la calma de la conversación se transformó en una electricidad palpable.
La puerta se cerró detrás de ellos con un leve clic, y la tensión que habían acumulado a lo largo de la noche estalló en un momento de deseo compartido. Sin más palabras, solo el murmullo de la respiración acelerada, sus cuerpos se unieron, y la fiesta, el mundo exterior, todo quedó atrás.
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El sol comenzaba a filtrarse suavemente a través de las cortinas, iluminando de manera cálida y suave la habitación. Emma despertó lentamente, con la cabeza apoyada en la almohada, sintiendo un ligero dolor por el alcohol que aún se aferraba a su cuerpo. Pero, en lugar de maldecir la resaca, se permitió relajarse un momento, respirando hondo y disfrutando de la sensación del calor a su lado.
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Editado: 12.01.2025