Todo comenzó con la maldita computadora de Adrián.
Desde que lo conozco, siempre ha sido reservado, pero esa tarde se pasó de la raya. Apenas toqué el mouse y se materializó detrás de mí como un espectro.
—Emma, ¿qué haces? —me dijo, con ese tono calmado que a veces me daba ganas de gritarle.
—Nada. Relájate, solo iba a buscar algo rápido. —Intenté sonar casual, pero la velocidad con la que cerró la pantalla me dejó helada.
—Es una computadora de trabajo. No hay nada ahí para ti. —Su mirada era dura, como si hubiera hecho algo terrible.
Me encogí de hombros, fingiendo que no me importaba, pero la semilla de la duda ya había echado raíces. Desde entonces, no pude dejar de pensar en qué estaba escondiendo. Y mientras más lo ignoraba, más crecía mi curiosidad. ¿Qué podía ser tan importante como para reaccionar así?
Esa noche, mientras cenábamos, noté que Adrián estaba más callado de lo normal, incluso para él. Evitaba mirarme y se levantaba de la mesa cada vez que el silencio se volvía incómodo. Algo estaba mal, lo sabía. Pero no le dije nada. Decidí esperar.
Esperar el momento adecuado.
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Cuando todo estaba en silencio y su respiración en la cama se volvió lenta y regular, me deslicé fuera de la habitación. El estudio estaba oscuro, pero la computadora seguía ahí, como una invitación silenciosa.
Mi corazón latía con fuerza mientras me sentaba frente a la pantalla. Y, después de varios intentos y contraseñas fallidas, conseguí entrar.
Lo primero que vi fue un montón de archivos normales: documentos, reportes, cosas aburridas. Estuve a punto de rendirme hasta que encontré un archivo etiquetado como "Protocolo R-27". Algo en ese nombre me hizo sentir un nudo en el estómago.
Lo abrí.
Y mi mundo se derrumbó.
Había informes detallados de amenazas, ataques y desapariciones. Al principio parecía un registro normal... hasta que me di cuenta de que todo estaba demasiado perfecto. Las fechas, los lugares, incluso las conversaciones. Todo estaba planeado, manipulado. No había enemigo real. Todo había sido inventado.
—No puede ser... —murmuré, revisando frenéticamente más archivos.
Entonces lo sentí: una presencia detrás de mí.
—Sabía que lo harías. —La voz de Adrián era tan tranquila que me asustó más que si hubiera gritado.
Me giré de golpe, encontrándolo de pie en el umbral de la puerta. Su rostro estaba sombrío, pero tranquilo, como si hubiera estado esperando este momento.
—¿Qué demonios es esto, Adrián? —le espeté, señalando la pantalla. —¿Todo esto es falso?
Él no desvió la mirada.
—Sí.
—¡¿Cómo que "sí"?! —Sentí cómo la sangre me hervía. —¿Todo esto fue una mentira? ¿El enemigo, las amenazas, todo? ¿Qué clase de juego estás jugando?
Adrián dio un paso hacia mí, su expresión imperturbable.
—No es un juego, Emma.
—¡Entonces explícame! —grité. —¿Qué ganabas con todo esto?
Hubo un largo silencio antes de que hablara.
—A ti.
Lo miré, incrédula, pensando que no había escuchado bien.
—¿Qué...?
—Te quería cerca. No sabía cómo hacerlo. Todo esto... —hizo un gesto hacia la computadora— fue la única forma en que pensé que funcionaría.
—¿Querías que estuviera contigo? —Mi voz tembló, pero no de tristeza, sino de furia. —¿Entonces inventaste toda una amenaza? ¿Mentiste sobre algo tan importante solo para qué...?
Él no dijo nada. Y eso fue peor.
—¡Esto es enfermizo, Adrián! —grité, poniéndome de pie. —Esto no es amor. Esto es... manipulación. Es egoísmo puro.
—Sé que lo es. —Su voz era baja, pero firme. —No voy a justificarlo, Emma. Sé lo que hice.
—¿Ni siquiera vas a intentar...? —Mi garganta se cerró, y una risa amarga salió de mis labios. —¡Por supuesto que no! Porque no hay forma de justificar algo tan retorcido.
Adrián me miró como si estuviera esperando que yo dijera algo más, pero no había nada que decir. Nada que pudiera arreglar lo que acababa de descubrir.
Antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe.
—¿Qué pasa aquí? —Lucas apareció, despeinado y con un vaso de agua en la mano.
—Lucas, no es el momento... —comenzó Adrián, pero Lucas lo ignoró.
—Déjame adivinar. —Lucas me miró con una sonrisa perezosa. —¿Descubriste que Adrián es un loco manipulador? Porque, honestamente, ya era hora.
—¿Tú sabías de esto? —le pregunté, aún en shock.
—¿Saber qué? —replicó, encogiéndose de hombros. —¿Que todo esto es una gran mentira? Claro. Pero, para ser justos, nadie hace teatro como Adrián.
Adrián le lanzó una mirada asesina, pero Lucas simplemente se dejó caer en una silla cercana, tomando un sorbo de agua.
—¿Y qué planeas hacer ahora, genio? —le preguntó a Adrián, como si yo no estuviera ahí.
No esperé a escuchar su respuesta. Me giré y salí de la habitación, sintiendo cómo la ira, la confusión y el dolor me quemaban por dentro.
No había terminado con ellos. No todavía.
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Cerré la puerta de mi habitación de golpe, apoyándome en ella mientras mi pecho subía y bajaba descontrolado. El aire se sentía pesado, como si cada respiración fuese un esfuerzo monumental.
Miré a mi alrededor: el lugar que había comenzado a sentir como un refugio, un hogar, ahora era una prisión construida con mentiras. Las paredes parecían más altas, más asfixiantes, y mi reflejo en el espejo me devolvía una mirada rota, irreconocible.
Me dejé caer al suelo, abrazando mis rodillas.
¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo permití que esto pasara?
Mis pensamientos giraban como un remolino, llevándome de vuelta a cada instante desde que conocí a Adrián. Todas las veces que confíe en él.
Había algo en él que siempre me había hecho sentir segura, incluso cuando el mundo parecía venirse abajo. ¿Y ahora? Ahora, cada momento se sentía como una burla, un teatro que él mismo había escrito.
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Editado: 12.01.2025