Control Alt Obsesión

Capítulo 18: Una tregua incómoda

Las luces del hospital parpadeaban tenuemente mientras empujábamos la camilla de Adrián hacia urgencias. Mis piernas apenas me respondían, pero no podía dejar de seguirlo, como si el simple hecho de apartarme pudiera empeorar su estado. Sus manos seguían presionando la herida en su costado, y su respiración, entrecortada y pesada, llenaba el pasillo como una sentencia de muerte.

—¡Necesitamos atención inmediata, se está desangrando! —gritó Lucas a las enfermeras, su tono más urgente de lo habitual.

Yo caminaba justo detrás, con la mirada fija en Adrián. Todo parecía un borrón: las luces parpadeantes, los murmullos de los médicos, el eco de nuestros pasos. Pero él... él era lo único que veía. Cuando las puertas de la sala de cirugía se cerraron de golpe frente a mí, sentí como si me arrancaran algo del pecho.

—Estará bien, Emma. —Lucas intentó sonar calmado mientras ponía una mano en mi hombro—. Es Adrián. Sobrevive a todo. Es como un toro

—No es el momento, Lucas —murmuré, sin apartar la vista de las puertas cerradas. Mi voz apenas era un hilo.

Pasaron horas. O al menos eso parecía. Me paseaba de un lado a otro en la sala de espera, como un animal enjaulado, mientras Lucas intentaba, inútilmente, calmarme con bromas. Había una máquina de café al fondo, pero incluso su zumbido irritante no lograba distraerme. Mi mente estaba atrapada en una espiral: su herida, su respiración, la sangre en sus manos...

Finalmente, un médico salió de la sala. Tenía los guantes quirúrgicos en la mano y una expresión de cansancio, pero no de derrota. Me acerqué tan rápido que casi lo atropello.

—La operación fue un éxito —dijo, con calma profesional—. Logramos extraer la bala sin complicaciones. Sin embargo... —Hizo una pausa, y sentí que el corazón se me detuvo—. Necesitará reposo absoluto, y es probable que esté algo desorientado al despertar por los medicamentos.

Asentí rápidamente, sin escuchar más allá de “fue un éxito”. El alivio me golpeó tan fuerte que mis piernas flaquearon un segundo, pero me obligué a mantenerme en pie.

—¿Podemos verlo? —preguntó Lucas, cruzándose de brazos. Su tono era una mezcla de alivio y sarcasmo—. Porque, sinceramente, necesito asegurarme de que no va a morirse solo para seguir fastidiándome.

El médico asintió y nos guió hasta la habitación. Mi corazón latía con fuerza, y las manos me temblaban. Cuando entré, lo vi. Adrián estaba ahí, conectado a varios monitores, su rostro más pálido de lo que había imaginado. Pero respiraba. Ese simple detalle era suficiente para que mis ojos se llenaran de lágrimas.

Me acerqué despacio, casi con miedo, como si cualquier movimiento brusco pudiera romperlo. Me senté a su lado, sin atreverme a tocarlo, y simplemente observé cómo su pecho subía y bajaba.

Lucas, por supuesto, rompió el momento.

—Bueno, ahí está. Respirando y todo. Me pregunto si ya puedo empezar a molestarle otra vez —dijo, cruzándose de brazos junto a la puerta.

Lo ignoré por completo. Mis ojos estaban fijos en Adrián, en su rostro relajado y tranquilo. Y entonces, como si hubiera sentido mi presencia, comenzó a mover los párpados.

—¿Adrián? —susurré, inclinándome hacia él.

Sus ojos se abrieron lentamente, y su mirada, todavía algo perdida, se encontró con la mía. Por un segundo, no hubo nada más en el mundo.

—¿Emma...? —murmuró, su voz rasposa y débil.

—Sí, soy yo. Estoy aquí —dije, con la voz quebrándose mientras las lágrimas escapaban sin control.

Él frunció el ceño ligeramente, como si intentara concentrarse.

—No... no puedes estar aquí... —dijo, con un tono tan serio que me dejó confundida.

—Claro que sí, Adrián. Estoy aquí. Te traje al hospital, ¿recuerdas? —intenté explicarle, pero su expresión no cambió.

Y entonces, sin pensarlo demasiado, lo besé. Fue un beso torpe, apresurado, pero lleno de toda la emoción que había estado conteniendo. Cuando me aparté, esperando una reacción, él levantó una mano débil y la puso entre nosotros.

—No... no puedes besarme... —murmuró, su voz aún arrastrada por los efectos de los medicamentos.

—¿Qué? ¿Por qué no? —pregunté, atónita.

Adrián me miró con una seriedad que casi me hizo reír, a pesar de todo.

—Porque... ya tengo a alguien... —dijo, con los ojos medio cerrados y una sonrisa boba en los labios.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

—¿Qué estás diciendo? —logré articular, mientras Lucas, al fondo, comenzaba a reírse por lo bajo.

—Estoy enamorado de Emma... —confesó, como si fuera el secreto más importante del universo—. Pero ella no me quiere...

Mis ojos se abrieron como platos, y Lucas simplemente explotó en carcajadas.

Me llevé una mano a la frente, sintiendo que el calor subía a mi rostro. Adrián simplemente se quedó ahí, con una expresión soñadora y tranquila, antes de volver a cerrar los ojos y quedarse dormido.

—Definitivamente, le pusieron demasiada anestesia —murmuré, dejando caer los hombros mientras Lucas seguía riéndose como un loco.

—O simplemente no puede ocultar su amor verdadero ni bajo los efectos de las drogas —bromeó, todavía sacudiéndose de risa.

Y ahí estaba yo, al borde de la risa y las lágrimas, mientras el hombre que decía amar a “otra Emma” dormía profundamente a mi lado.

---------------------------

Las luces del hospital ya no parpadeaban como antes, pero el ambiente seguía siendo igual de frío y estéril. Me encontraba sentada junto a la cama de Adrián, jugando nerviosamente con los bordes de mi chaqueta mientras él dormitaba. Lucas estaba en la esquina, con los pies apoyados sobre una silla, hojeando una revista cualquiera. Ambos estabamos esperando que Adrian despertara de su siesta.

Entonces, Adrián comenzó a moverse. Su respiración cambió, y un ligero quejido escapó de sus labios. Me incliné hacia adelante inmediatamente, buscando su rostro con la mirada.

—¿Adrián? —susurré, mi voz baja pero cargada de expectativa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.