Me quedé allí, con la mirada fija en Gabriel, mi mente dando vueltas sin poder encontrar el rumbo. Sus palabras seguían resonando en mi cabeza, y había algo en su tono, algo en esa sonrisa torcida que me hizo sentir una sensación extraña. "Sabes bien quién es, Emma", había dicho. Pero... ¿quién? ¿Cómo podía saberlo?
Mis ojos se entrecerraron, intentando ordenar mis pensamientos, pero no podía encontrar ninguna conexión. "¿Quién?" pensé una vez más, como un eco que me atormentaba. Gabriel lo sabía. Sabía algo que yo no entendía, y eso me ponía a la defensiva. ¿Acaso había algo en mí que él conociera? Algo que yo misma no recordaba... algo que me uniera a este caos de una forma más profunda de lo que imaginaba.
Mi mente comenzó a nublarse, intentando encontrar alguna pista, pero la verdad es que estaba perdida. ¿Por qué sentía esa sensación de déjà vu, como si todo esto ya hubiera ocurrido antes?
Gabriel, al ver mi confusión, pareció disfrutar del espectáculo. Dio un paso hacia mí, su presencia imponente y fría, como si estuviera saboreando mi incertidumbre.
—Veo que no entiendes, Emma. Pero lo descubrirás. La pregunta es... ¿quién te enseñó todo lo que sabes sobre hackeo? —dijo con tono retorcido. Mi corazón dio un vuelco, como si algo se rompiera en mi interior.
¿De qué hablaba? ¿Cómo sabía eso?
La verdad es que nunca me lo había preguntado. Mi habilidad para hackear, para manipular sistemas, había sido algo natural para mí, algo que había aprendido por instinto, por necesidad. Pero ahora, al escuchar las palabras de Gabriel, una pregunta latía en mi mente. ¿Quién me enseñó?
De repente, mi mente se disparó como una flecha en el pasado, y la imagen de mi padre apareció ante mí. Recordé aquellos momentos, esos en los que él me sentaba frente a la pantalla del ordenador, su paciencia infinita mientras me mostraba cómo desentrañar los secretos ocultos en los códigos, cómo leer entre líneas, cómo entender el lenguaje de las máquinas. Mi padre... Él había sido mi mentor, mi guía en ese mundo oscuro y complicado del hackeo.
La figura de él se dibujaba en mi mente con una claridad desgarradora. Recuerdo el brillo en sus ojos cuando me enseñaba, su voz suave pero firme, explicando que el conocimiento era poder, que la información era el bien más valioso, y que si sabías cómo manejarla, podrías dominar cualquier cosa.
"Si alguna vez necesitas protección, Emma, recuerda que el poder no siempre se encuentra en la fuerza física. A veces, el verdadero poder está en lo que otros no pueden ver". Las palabras de mi padre resonaban en mi mente, como un eco lejano, pero al mismo tiempo tan cercano.
El calor de ese recuerdo me envolvió, pero también me dejó una sensación de vacío. ¿Mi padre sabía más de lo que me había contado? ¿Por qué había desaparecido de repente de mi vida, como si él también estuviera huyendo de algo? Un nudo se formó en mi garganta, mientras me obligaba a salir de ese recuerdo antes de que me ahogara en él.
Volví a la realidad, y vi a Gabriel observándome fijamente, esperando una reacción. Mi pulso aumentó, pero traté de mantener la calma, aunque sabía que mi rostro probablemente lo delataba.
—¿Mi padre? —murmuré, como si fuera una pregunta y una afirmación al mismo tiempo. No sabía si estaba preguntando a Gabriel o a mí misma.
Gabriel sonrió, como si hubiera anticipado mi reacción. Su voz ahora tenía un tono más sombrío, casi como un susurro que solo yo podría escuchar.
—¿No lo sabías, Emma? Tu padre, ese hombre tan "sabio" que te enseñó todo lo que sabes... tiene más que ver con todo esto de lo que crees. Y lo que te enseñó, lo que realmente te dejó, es mucho más peligroso de lo que imaginas.
Mi mente quedó en blanco por un instante. El dolor en mi pecho se intensificó, pero no pude dejar de preguntar, con la voz quebrada:
—¿Qué quieres decir? ¿Qué sabes sobre él, Gabriel?
Él se acercó un poco más, y vi un destello de satisfacción en sus ojos, como si estuviera disfrutando de mi angustia.
—Quizá sea hora de que te enfrentes a la verdad, Emma. La pregunta no es quién te enseñó. La pregunta es quién te dejó la última lección... y si estarás lista para enfrentar las consecuencias.
Mis manos comenzaron a temblar.
La imagen de mi padre apareció ante mí como un destello, como un rayo que atravesó mi mente, llevándome a un tiempo que parecía tan lejano y, al mismo tiempo, tan cercano. Mis dedos temblaron mientras trataba de aferrarme a ese recuerdo, pero no podía evitar que una sensación amarga se instalara en mi pecho.
Mi padre no fue el hombre que yo esperaba. No fue el héroe de mis cuentos de niña ni el protector que siempre deseé. Cuando era pequeña, mi madre me decía que él tenía una “mente muy ocupada”. A menudo lo veía sumido en papeles y más papeles, siempre con la cabeza agachada, escribiendo códigos, haciendo llamadas telefónicas secretas, pero nunca para mí. Él no era cariñoso ni afectuoso. Solo estaba allí, en la esquina de la casa, rodeado de sus computadoras y aparatos electrónicos.
Recuerdo las tardes frías de invierno, cuando me sentaba en el rincón de la cocina, viendo cómo mi madre intentaba mantenernos a flote, mientras él simplemente se sumergía en su mundo. A veces, ella me decía que no le importaba mucho lo que hacía, mientras sus ojos se empañaban de tristeza. Mi madre nunca me dio demasiados detalles de por qué no estaba feliz. Solo decía que el trabajo de papá lo había cambiado. Y aunque no lo entendía del todo en ese momento, algo me decía que no era por la falta de dinero.
Y luego, un día, todo cambió.
Fue una tarde lluviosa, en la que mi madre me había dejado en la sala mientras ella trabajaba. Mi padre no estaba en su oficina. Yo, buscando algo que hacer, me acerqué a la computadora, sin saber siquiera qué era exactamente lo que estaba haciendo. Pero me senté frente a ella, mirando la pantalla, intentando comprender los símbolos y los códigos que allí se veían.
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Editado: 12.01.2025