Emma se levantó esa mañana con una sensación extraña en el pecho. No era ansiedad, pero tampoco paz. Era esa sensación incómoda que quedaba tras un sueño olvidado, una especie de vacío difícil de ignorar. Se puso de pie y se dirigió a la cocina, esperando encontrar a Adrián con su habitual taza de café y ese aire despreocupado que parecía nunca abandonarlo. Pero la cocina estaba vacía.
Un pequeño papel doblado sobre la mesa llamó su atención. Lo tomó con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
"Salí un momento. Estaré de regreso pronto. No te preocupes. Adrián."
—¿Qué estará tramando ahora? —murmuró Emma, frunciendo el ceño.
No era la primera vez que él hacía algo extraño. Desde que habían vuelto de aquella misión, Adrián parecía decidido a demostrarle que podía ser alguien en quien confiar. Pero Emma todavía tenía las barreras demasiado altas como para dejarse convencer fácilmente.
Horas más tarde, Adrián apareció en casa con una sonrisa amplia y las manos detrás de la espalda. Emma lo observó desde el sofá, con una ceja levantada y los brazos cruzados.
—¿Qué te traes ahora? —preguntó, con un tono que mezclaba escepticismo y curiosidad.
—Tengo algo planeado, pero necesito que confíes en mí. ¿Puedes hacerlo por una vez? —respondió Adrián, mostrándole una mirada tan genuina que Emma tuvo que desviar los ojos para no sentirse vulnerable.
—Depende de qué sea.
Adrián soltó una risa suave. —Si te lo dijera, no sería una sorpresa, ¿no crees? Solo... ponte algo cómodo.
Emma quiso protestar, pero algo en su tono —o tal vez en la manera en que la miraba— la hizo asentir.
—Más te vale que no sea algo ridículo —murmuró mientras subía las escaleras hacia su habitación.
Adrián la llevó a un claro en el bosque, un lugar apartado que parecía salido de una postal. Había un pequeño mantel extendido en el suelo, con comida cuidadosamente colocada y algunas luces colgantes que daban al espacio un aire mágico. Emma parpadeó, sorprendida.
—¿Qué es esto? —preguntó, sintiendo una mezcla de confusión y asombro.
—Un picnic. —Adrián se encogió de hombros como si fuera lo más obvio del mundo. —Pensé que podríamos tener un rato... normal.
Emma se quedó en silencio, mirando la escena frente a ella. No podía recordar la última vez que alguien había hecho algo tan sencillo pero significativo por ella.
—No tenías que hacer esto, Adrián.
—Lo sé —respondió él, sentándose en el mantel y señalándole que se uniera—. Pero quería hacerlo.
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La noche estaba en su punto más silencioso. Solo se escuchaban los susurros del viento moviendo las hojas y el ocasional canto de los grillos. Emma permanecía recostada sobre el mantel, mirando al cielo, mientras sus pensamientos iban y venían como las nubes que cubrían brevemente las estrellas. Adrián seguía sentado a su lado, mirándola de reojo. Sabía que estaba luchando contra algo en su interior, pero no quería presionarla.
—Estás muy callada —dijo él suavemente, rompiendo el silencio.
Emma soltó una risa sin humor, todavía sin apartar la vista del cielo.
—¿Qué puedo decir? Mi mente no me deja en paz esta noche.
Adrián la observó unos segundos antes de acercarse un poco más.
—¿Es por lo que hablamos antes? —preguntó, con cuidado.
Ella asintió levemente, dejando escapar un suspiro. Había algo profundamente vulnerable en su postura, en la forma en que abrazaba sus propias rodillas como si intentara protegerse del frío... o del peso de sus propios pensamientos.
—No puedo dejar de pensar en él —admitió finalmente, su voz apenas un susurro.
Adrián no necesitó preguntar a quién se refería. Sabía que hablaba de su padre, de esa figura que había marcado su vida de maneras tan contradictorias.
—Era... —Emma vaciló, buscando las palabras adecuadas—. Cuando era niña, él era todo para mí. Mi héroe. Todo lo que hacía me parecía impresionante. Siempre quería que me mirara, que se sintiera orgulloso de mí. Pero nunca... nunca fue suficiente.
Adrián no dijo nada, dejándola hablar. Sabía que, a veces, el simple hecho de ser escuchada era lo que Emma más necesitaba.
—Y luego, cuando se fue... —Emma apretó los labios, sus ojos brillando con lágrimas contenidas—. No solo perdí a mi padre. Perdí la idea de que era importante para alguien. Mi mamá me hizo odiarlo, o al menos intentó que lo hiciera, pero yo... —Una lágrima cayó por su mejilla, y ella la limpió rápidamente con el dorso de la mano—. Yo lo extrañaba tanto. Cada noche lloraba por él. Por lo que perdí.
Adrián alargó la mano lentamente, como si temiera que cualquier movimiento brusco la hiciera retroceder, y la colocó suavemente sobre la suya. Emma no se apartó, pero tampoco lo miró.
—Emma... no tienes que cargar con todo eso sola —dijo él, su voz suave pero firme—. No tienes que seguir creyendo que nadie puede quedarse.
Ella finalmente giró la cabeza para mirarlo, sus ojos llenos de escepticismo.
—¿Cómo puedes decir eso? Todo en mi vida ha sido temporal. Todo lo bueno... se va. ¿Cómo sé que tú no harás lo mismo?
Adrián sostuvo su mirada, sin apartarla ni por un segundo.
—No puedo prometerte que no habrá momentos difíciles. No puedo prometerte que nunca discutiremos o que no cometeré errores. Pero lo que sí puedo prometerte es que no voy a irme. No importa lo que pase, estoy aquí. Y quiero estar aquí para ti, Emma.
Ella dejó escapar una risa nerviosa, incrédula.
—¿Por qué harías eso? —preguntó, con un toque de desesperación en su voz.
Adrián apretó suavemente su mano, acercándose un poco más.
—Porque tú mereces eso. Porque todos esos años en los que tuviste que ser fuerte por ti misma... ya no tienes que hacerlo sola. Si me dejas, quiero ser tu familia. No importa lo que pase. Tú no estás rota, Emma, aunque quieras pensar que lo estás. Y yo quiero estar aquí para recordártelo, cada día si es necesario.
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Editado: 12.01.2025