Control Alt Obsesión

Capítulo 26: Te quiero

El sol ya comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un tenue tono dorado. Emma y Adrián caminaban uno al lado del otro, sus pasos resonando en la quietud del pasillo. A pesar de la aparente calma, algo en el ambiente los mantenía alerta, como si un susurro invisible les recordara que aún no estaban a salvo.

Emma, con el ceño ligeramente fruncido, intentaba procesar los últimos acontecimientos. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que sintió el roce leve de los dedos de Adrián contra los suyos. Fue apenas un contacto, pero suficiente para sacarla de sus pensamientos.

—Estás temblando —murmuró él con voz baja.

Ella quiso negar, pero en lugar de eso, exhaló un suspiro y dejó que sus hombros se relajaran.

—No es nada —respondió, sin mucha convicción.

Adrián no insistió. En cambio, desvió la mirada hacia el pasillo iluminado por la tenue luz del amanecer y, sin soltar del todo su mano, la guió con sutileza hacia un rincón más apartado. No había urgencia en su gesto, solo una silenciosa promesa de seguridad.

—Emma, no tienes que guardarte todo esto —dijo en voz baja—. Sé que duele, pero no estás sola. Hay personas que te quieren, aunque ahora no lo veas.

Emma bajó la mirada, su mandíbula se tensó.

—¿Personas que me quieren? —susurró con un deje de incredulidad.

—Sí —afirmó Adrián con suavidad—. Yo estoy aquí, y siempre estaré. No tienes que cargar con todo esto sola.

Emma sintió su pecho apretarse. No estaba acostumbrada a que alguien la tratara con tanta delicadeza, con una especie de preocupación que no exigía explicaciones. Por un momento, se permitió aceptar la calidez que él le ofrecía sin palabras.

—Hoy será un día difícil —murmuró ella, más para romper el silencio que por otra razón.

—Lo sé —contestó Adrián, observándola de reojo.

Hubo una pausa antes de que Emma, casi sin pensar, se apoyara levemente contra su brazo. No era un gesto evidente, apenas un roce, pero suficiente para que él girara la cabeza hacia ella. No dijo nada, solo le permitió quedarse ahí, compartiendo un momento de respiro en medio del caos.

Pero el silencio no tardó en romperse.

—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo —soltó Emma de repente, apartándose bruscamente. Su voz sonaba tensa, al borde de quebrarse.

Adrián frunció el ceño. —Emma…

—No digas nada. —Ella apretó los puños, respirando agitadamente. Sus ojos brillaban con una tormenta contenida. —Dices que todo estará bien, que hay personas que me quieren… ¿pero quién? ¿Quién me ha querido realmente?

Adrián la observó en silencio, esperando que continuara.

—Esperé a mi padre durante años. —Su voz tembló y una risa amarga escapó de sus labios. —Cada vez que llegaba de la escuela y veía una sombra cerca de casa, mi corazón saltaba de alegría, pensando que era él. Pensando que volvía porque me necesitaba… porque me quería. —Sus manos se cerraron con fuerza. —Pero nunca fue él. Nunca volvió. Si la persona que más amé en este mundo no me quiso, ¿entonces quién lo hará? ¿Quién querría a alguien como yo?

—Emma… —Adrián intentó acercarse, pero ella retrocedió.

—No me des lástima. No me digas que todo estará bien cuando no lo está. No quiero falsas promesas, Adrián —susurró con rabia contenida.

Adrián, sin dudarlo un segundo, se acercó de nuevo y, con una voz firme y serena, respondió:

—No es lástima. Es la verdad. Yo te quiero.

Emma parpadeó, sorprendida. El peso de esas palabras la golpeó como una ola imprevista. Su pecho se comprimió, incapaz de procesar la intensidad del momento. Adrián la miraba sin apartar la vista, sin titubeos. No había pena en sus ojos, solo una verdad inquebrantable.

—No estás sola, nunca lo has estado. Y si te cuesta creerlo, entonces dímelo cada día hasta que lo entiendas —continuó él, con suavidad pero con firmeza.

Ella sintió el impulso de responder, de huir o de llorar. Pero en lugar de eso, simplemente cerró los ojos y permitió que el eco de esas palabras la envolviera, por primera vez en mucho tiempo sintiéndose un poco menos sola.

El silencio entre ambos se prolongó, pero no era incómodo. Emma sintió que su cuerpo temblaba ligeramente, ya no de miedo, sino por la vulnerabilidad expuesta ante Adrián. Sin darse cuenta, dejó que sus pies la acercaran más a él, hasta que la distancia entre ambos se volvió casi inexistente.

Adrián, con su habitual paciencia, no la presionó. Solo levantó una mano con cautela y la apoyó sobre su hombro, en un contacto sutil que no buscaba invadir, solo ofrecer apoyo. Emma no se apartó esta vez. En cambio, inspiró profundamente y permitió que sus emociones fluyeran, que la tormenta en su interior encontrara un respiro en la calidez que él le brindaba.

—No sé qué hacer con esto —confesó en un susurro, apenas moviendo los labios.

—No tienes que hacer nada —respondió Adrián—. Solo deja que exista. No necesitas tener todas las respuestas ahora mismo.

Emma cerró los ojos y apoyó la frente en su pecho. Adrián se quedó quieto, como si temiera romper el hechizo de ese instante. Pero cuando sintió la respiración de Emma volverse más pausada, entendió que, al menos por ahora, ella estaba dispuesta a aceptar el consuelo que él le ofrecía.

El sol continuaba su ascenso en el horizonte, disipando lentamente las sombras de la madrugada. Y aunque el día prometía ser difícil, en ese preciso momento, Emma y Adrián encontraron un refugio mutuo en la cercanía del otro.

De repente, un ruido en la distancia los alertó. Emma se separó con rapidez, su instinto de supervivencia despertando al instante. Adrián giró la cabeza hacia el pasillo, su expresión volviéndose seria.

—No estamos solos —murmuró él.

Un grupo de hombres armados irrumpió en la casa, enfrentándose con el equipo de seguridad. Entre ellos, una figura que Emma reconoció de inmediato: su padre. A pesar de estar herido, avanzaba con una mirada determinada, casi enloquecida.




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