La noche estaba oscura, con una luna velada por nubes pesadas. Adrián se encontraba en el estacionamiento subterráneo, con las manos en los bolsillos de su abrigo, esperando. La tensión en su mandíbula y la rigidez de su postura dejaban en claro que no estaba de humor para rodeos.
Los pasos apresurados de Lucas rompieron el silencio. Se detuvo frente a él, con la respiración acelerada y el rostro serio.
—Lo tenemos —anunció sin preámbulos—. Gabriel está en un viejo almacén cerca del puerto. Está herido y acorralado.
Adrián no parpadeó.
—¿Estás seguro de que no tiene escapatoria?
Lucas asintió.
—Esta vez no. No hay salidas traseras, y tenemos gente rodeando el lugar. No va a poder huir.
Adrián se mantuvo en silencio por un momento. Luego, sin decir nada más, caminó hacia su auto.
—Voy.
Lucas le siguió con la mirada, con un gesto de duda.
—Adrián…
Este se detuvo y giró apenas la cabeza.
—¿Qué?
Lucas suspiró.
—No dejes que esto te carcoma después.
Adrián no respondió. Solo subió al auto y arrancó.
El almacén era un cascarón viejo y olvidado, de esos que parecían una tumba antes de que siquiera ocurriera la muerte. Había un olor a humedad y metal oxidado, y la tenue luz de un faro roto iluminaba apenas el interior.
Adrián avanzó con pasos calculados.
Y entonces lo vio.
Gabriel estaba en una esquina, apoyado contra la pared como si apenas pudiera sostenerse. Su camisa estaba empapada de sangre, y su piel se veía pálida bajo la luz mortecina. En una de sus manos temblorosas, sujetaba una pistola.
Cuando sus ojos se encontraron, Gabriel sonrió.
—Al fin llegaste.
Su voz sonaba rasposa, como si le costara respirar.
Adrián se detuvo a unos metros de distancia, observándolo con una mezcla de cautela y frialdad.
—Esto terminó, Gabriel. Baja el arma.
Gabriel soltó una risa baja, entrecortada.
—¿Terminado? —repitió, con un brillo extraño en la mirada—. No, Adrián. Esto es el gran final. Mi último acto.
Adrián frunció el ceño.
—¿Qué demonios estás diciendo?
Gabriel inclinó la cabeza contra la pared y suspiró.
—Siempre te envidié, Adrián. Siempre. Desde que éramos niños —confesó, con un tono casi melancólico—. Tú lo tenías todo. Padres que se preocupaban por ti, un hermano con el que podías hablar de cualquier cosa, una empresa exitosa… Una vida perfecta.
Adrián lo miró fijamente.
—Nada de eso fue perfecto.
—¿Ah, no? —Gabriel rió con amargura—. ¿Sabes qué es crecer sabiendo que nunca serás suficiente? Que no importa cuánto te esfuerces, siempre habrá alguien mejor, alguien que lo tiene todo sin siquiera intentarlo.
Sus dedos se tensaron alrededor de la pistola.
—Yo… nunca pude superar mi rencor.
Adrián avanzó un paso, con precaución.
—Gabriel, escúchame. Puedes seguir adelante.
—No, no puedo. —Gabriel sonrió, pero era una sonrisa vacía—. Porque ya no hay un “adelante” para mí.
El arma tembló en su mano.
—Siempre supe que iba a terminar así. No por lo que hice, sino porque nunca tuve otra opción.
—Siempre hay opciones.
Gabriel lo miró con algo parecido a la tristeza.
—No para alguien como yo.
Entonces, antes de que Adrián pudiera reaccionar, Gabriel levantó la pistola y se la apoyó en la sien.
Adrián sintió cómo su pecho se comprimía.
—¡Gabriel, no lo hagas!
Pero Gabriel solo sonrió.
—Nos vemos en la otra vida, hermano. Aunque creo que ya no me consideres asi
El disparo resonó en el almacén como un trueno.
Adrián vio cómo el cuerpo de Gabriel se deslizaba por la pared hasta quedar inerte en el suelo, la sangre formando un charco alrededor de él.
El eco del disparo aún vibraba en sus oídos.
Lucas llegó corriendo instantes después, con el arma desenfundada, pero se detuvo en seco al ver la escena.
—Dios…
Adrián permaneció inmóvil. Su mandíbula estaba tensa, sus puños cerrados.
Por un momento, solo hubo silencio.
Y luego, con una frialdad que apenas ocultaba el peso en su pecho, Adrián murmuró:
—Se acabó.
Pero en el fondo, supo que el peso de ese final lo acompañaría por mucho tiempo.
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El silencio en el almacén era sofocante. Solo el eco lejano del disparo seguía vibrando en el aire, como si el tiempo se hubiese congelado en el instante exacto en que Gabriel apretó el gatillo.
Adrián no se movió de inmediato. Se quedó observando el cuerpo desplomado en el suelo, la sangre expandiéndose lentamente a su alrededor. Su expresión era indescifrable, pero sus ojos, oscuros y opacos, reflejaban una tormenta interna.
Lucas, que había llegado segundos después, mantenía la mirada fija en el cadáver. Tragó saliva con dificultad.
—Adrián…
Pero él no respondió.
Con pasos lentos, se acercó a Gabriel. Se agachó junto a él, apoyando un codo sobre su rodilla, y lo observó en silencio.
Aún tenía los ojos entreabiertos, con aquella última sonrisa vacía grabada en su rostro. Adrián sintió algo pesado en el pecho, una sensación parecida al luto, pero diferente. No era tristeza. No era rabia. Era… resignación.
Se inclinó un poco más y, con un hilo de voz, murmuró:
—Estabas equivocado, Gabriel.
El silencio le respondió, pero eso no lo detuvo.
—Mi vida nunca fue perfecta. No como creías.
Sus dedos se crisparon levemente sobre su propio pantalón.
—Todos salvo mi hermano siempre me abandonaron, tu igual
Le sostuvo la mirada vacía, como si esperara que en cualquier momento le respondiera.
—Pero si en algo estabas más equivocado que en todo lo demás… —exhaló, con un amago de sonrisa amarga— …fue en creer que no te considero un hermano.
La respiración de Lucas se agitó un poco tras él, pero Adrián no se giró.
—Siempre lo fuiste, incluso cuando me traicionaste.
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Editado: 23.02.2025