Control Alt Obsesión

Capítulo Extra: Desde el otro lado

Siempre me he preguntado cómo llegué hasta aquí.

Si miro hacia atrás, mi vida se siente como un camino lleno de espinas. No puedo contar las veces que pensé que nunca saldría del infierno en el que crecí. Pasé años atrapada en una oscuridad que parecía interminable, rodeada de personas que solo querían usarme, en un mundo donde confiar en alguien significaba firmar mi propia sentencia de muerte.

Aprendí a no depender de nadie. A ser autosuficiente. A no esperar salvación.

Pero entonces, en medio de todo eso, apareció él.

Y lo más curioso es que no fue un encuentro romántico o algo sacado de una película. No, conocí a Adrián Richter porque me pagaron para robarle.

Era un trabajo más. Uno sencillo, sin complicaciones. Entrar en su sistema, extraer la información y desaparecer. Pero desde el primer momento, algo no salió como esperaba. Cada vez que intentaba entrar en su red, me encontraba con una barrera que no entendía. No era como cualquier otro sistema de seguridad que había hackeado antes. Era como si alguien estuviera jugando conmigo.

Intenté durante días, pero fue inútil. Me frustré tanto que decidí hacer algo que normalmente nunca haría: infiltrarme en su casa.

Y ahí es donde todo cambió.

Pensaba que si entraba directamente en su oficina y accedía a su computadora, terminaría el trabajo rápido y sin problemas. Pero no contaba con que Adrián estuviera ahí, sentado en su silla, mirándome con una calma que me descolocó por completo.

Nunca olvidaré su mirada esa noche. No había enojo en sus ojos. Tampoco sorpresa. Solo… curiosidad.

—No deberías estar aquí —me dijo con voz tranquila.

No me gritó. No me amenazó. No llamó a seguridad.

Nada de lo que esperaba.

Así que hice lo único que se me ocurrió: fingí que no me importaba.

—Tienes razón —le dije, sonriendo como si no acabara de colarme en su casa—, pero ya estoy aquí.

Él inclinó la cabeza, como si intentara descifrarme.

—¿Y puedo saber por qué?

Tuve que pensar rápido.

—Me perdí.

Arqueó una ceja, claramente entretenido con mi descaro.

—¿Y terminaste en mi oficina?

Me encogí de hombros.

—Las casas grandes son confusas.

Nos quedamos en silencio, mirándonos. Yo estaba preparada para correr en cualquier momento, pero entonces él hizo algo que no esperaba: me dejó ir.

Ni una amenaza. Ni una advertencia.

Nada.

Salí de su casa sin problemas, pero no sin preguntas.

¿Por qué no había hecho nada? ¿Por qué me había dejado ir tan fácil?

La duda me carcomió tanto que volví. Una vez. Dos veces. Tres.

Cada vez con menos excusas y con más descaro.

Y lo curioso es que nunca me detuvo.

Al contrario, parecía esperar mis visitas. Como si supiera que no podía evitar regresar.

En aquel entonces no lo entendí. Pensé que era yo quien estaba jugando con él, pero no… él ya tenía todo planeado.

Años después, cuando por fin había dejado todo ese mundo atrás, cuando los fantasmas de mi pasado ya no tenían el mismo peso sobre mis hombros, cuando por fin sentía que estaba donde debía estar… entendí.

Él me había salvado.

No de forma obvia. No con grandes promesas ni con palabras vacías.

Me salvó dándome un lugar al que regresar.

Un hogar.

Un amor que no pedía nada a cambio.

Esa noche, mientras estaba sentada en nuestro balcón, perdida en mis recuerdos, Adrián se acercó y apoyó las manos en la baranda junto a mí.

—¿En qué piensas?

Lo miré de reojo y solté una risa baja.

—En el pasado —admití.

Él sonrió de lado.

—¿En qué parte del pasado?

Me giré para mirarlo directamente.

—En cómo fingiste que te estaban hackeando solo para que me quedara en tu casa.

Su sonrisa se amplió, sin molestarse en negarlo.

—¿Y funcionó, no?

Rodé los ojos y le di un leve empujón.

—Eres un tramposo.

—Y tú caíste en la trampa —respondió sin perder su sonrisa.

Me quedé mirándolo, recordando todo lo que habíamos pasado juntos, lo lejos que habíamos llegado.

—Sí… pero no me arrepiento.

Él me rodeó con los brazos y me besó suavemente, como si quisiera recordarme que el pasado ya no nos definía.

Que, al final, siempre habíamos estado destinados a encontrarnos.

__________________________

Nunca supe cómo amar.

No porque no quisiera. No porque no fuera capaz.

Simplemente… nunca me enseñaron.

Desde que tengo memoria, fui moldeado para ser alguien que no soy. Crecí bajo el peso de un apellido demasiado grande, de expectativas que nunca pude rechazar. Los herederos no hacen amigos. No confían. No aman.

Solo cumplen su papel.

Y yo lo hice.

Durante años.

Incluso cuando sentía que me ahogaba en una vida que nunca elegí. Incluso cuando la soledad se volvió mi única compañía.

No importaba.

Yo tenía un propósito.

Mi hermano, y luego Gabriel, que era lo más cercano que tuve a una familia real. Era la única persona en la que confiaba. Creía que, a su manera, también me entendía.

Pero estaba equivocado.

Su traición me enseñó que estaba solo.

Completamente solo.

Hasta que ella apareció.

Emma.

La primera vez que la vi, fue cuando se coló en mi casa.

Era descarada. Segura de sí misma. No se inmutó cuando la descubrí, y cuando la confronté, en lugar de disculparse o darme una explicación lógica, me mintió en la cara con una sonrisa que no debería haberme parecido tan fascinante.

Debería haberla echado.

Debería haber llamado a seguridad.

Debería haber hecho cualquier cosa, excepto lo que hice: dejarla ir.

Pero no lo hice por amabilidad.

Lo hice porque quise volver a verla.

Fue en ese momento cuando lo supe.

Ella era diferente.

Pero yo no sabía cómo acercarme a ella. No sabía cómo hacer que quisiera quedarse.

Así que hice lo único que se me ocurrió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.