Tic
Tac
Tic
Tac
Las sesiones comienzan siempre igual.
Un saludo mecánico, una sonrisa controlada, el mismo olor a desinfectante que impregna las paredes del consultorio. Yunho ajusta el reloj de su muñeca antes de abrir la puerta, aunque sabe que el gesto es parte de su ritual más que una necesidad. Los pacientes confían en él porque transmite calma. Porque su voz suena firme, porque su mirada no vacila.
Ha construido una reputación impecable.
Yunho, el terapeuta que logra que todos se sientan escuchados.
Yunho, el que entiende sin juzgar.
Yunho, el que no duerme.
La estabilidad, sin embargo, es una mentira bien ensayada.
Cuando cierra la puerta de su departamento, la calma se convierte en un peso. El silencio no descansa: vibra, se estira, se mete en los rincones. Las luces del pasillo titilan con un zumbido bajo, constante, casi humano. En la cocina, sobre la mesa, hay siempre dos tazas de café. Una está fría, con la marca del labio seco en el borde. La otra, más caliente, humea todavía.
Yunho no recuerda haber servido la segunda.
Camina con los pasos medidos de quien teme despertar algo.
A veces, cuando cruza frente al espejo del pasillo, jura ver una sombra detrás de su propio reflejo. Una figura con su mismo rostro, pero con los ojos encendidos, vivos, sonrientes.
Él lo llama Minhyuk. Su otro yo.
No habla de eso con nadie.
No lo anota en ningún expediente.
No existe registro médico ni nota clínica. Solo ese nombre susurrado a medianoche, cuando el sueño no llega y los relojes marcan horas que no deberían existir.
Esa tarde tiene cita con Hana, paciente número 27.
Veinticinco años, diagnóstico de trastorno depresivo con tendencias autodestructivas. Había estado mejorando, al menos hasta hace tres semanas. Yunho repasa las notas en su libreta.
“Aumento de ansiedad. Desconexión emocional. Visión de figuras al dormir.”
La última frase está subrayada con tinta roja.
No recuerda haberla escrito.
Cuando Hana entra al consultorio, lo hace en silencio. Cierra la puerta y toma asiento en el sofá gris, el mismo donde cada historia parece disolverse. Sus ojos ya no tiemblan como antes.
—Buenas, doctor.
Yunho levanta la mirada, ladeando una pequeña sonrisa amable.
—Buen día, Hana.
Lo observa con una calma tan inusual que Yunho se siente observado en exceso, como si la paciente lo analizara a él.
—¿Ha dormido bien, doctor? —pregunta, y la voz suena más firme que nunca.
Él pestañea, incómodo. —Lo suficiente. ¿Por qué lo pregunta?
Ella coloca su mano sobre su mejilla, recargándose.
—Porque parece cansado —responde, ladeando la cabeza—. O… tal vez no es cansancio. Tal vez algo más lo está mirando.
Yunho intenta sonreír, pero algo se le traba en el pecho.
Ella sigue hablando:
—Usted también lo ha visto, ¿verdad? El hombre detrás del espejo.
El silencio se vuelve tangible. Él siente un hilo frío recorrerle la nuca. Yunho baja la mirada hacia el expediente.
—¿A qué se refiere? —pregunta, tratando de mantener el tono profesional.
Hana lo observa con ternura inquietante, como quien reconoce un secreto.
—No lo niegue. Él me habló. Dijo que usted lo conoce desde antes de conocerme.
—Hana, creo que está proyectando una imagen de su miedo…
—No —interrumpe con una sonrisa que no le pertenece—. Dijo su nombre. Dijo que se llama Minhyuk.
Yunho traga saliva. La garganta le arde. Cierra el expediente colocando la palma sobre el folder, sintiendo sus dedos temblar.
—La sesión termina aquí —dice con voz baja.
Hana asiente, todavía sonriendo.
Al levantarse, le dedica una mirada que Yunho no logra descifrar.
—No puede esconderlo para siempre —susurra, tamborileando sus dedos sobre la puerta—. Él ya eligió a quién mostrarse.
La puerta se cierra, y el eco de su voz queda suspendido en el aire.
Yunho suelta un suspiro nervioso, golpeando el boligrafo sobre su escritorio mirando aquella puerta donde su paciente habìa salido hace un instante.
La ventana se abre de golpe por el frente aire, Yunho sintió escalofrió por su espina dorsal, miro el reloj de su pared.
03:33 pm
Tic
Tac
Tic
Tac
Tres días después, Hana desaparece.
La policía llega con preguntas que Yunho responde con precisión quirúrgica.
¿Cuándo fue la última vez que la vio?
¿Notó algo extraño en su comportamiento?
¿Tuvieron alguna discusión?
Él contesta todo con la compostura de un profesional acostumbrado a diseccionar emociones ajenas.
Pero dentro de su cabeza, otra voz murmura:
Mentiroso.*
Yunho soltó un fuerte golpe a su escritorio, concentrando su mirada en el oscuro color. Volvió a dar otro golpe.
Y otro.
Se detuvo, mirando sus nudillos con pequeños moretones.
Acerco su mano a su fosas.
Metal, oxido.
Dirigió su vista hacia la zona donde golpeo, notando marcas de sus nudillos en ella, se tapo la boca con pánico, aturdido, su mente dando vueltas.
Sintiendo un frío suspiro en su nuca.
Estás perdiendo…
Tic
Tac
Tic
Tac
En su habitación, Yunho daba vueltas en la cama intranquilo, sintiendo el corazón acelerarse y la pesadez de tortura en su cabeza. Esa noche, incapaz de dormir, toma su laptop y abre las grabaciones de seguridad del consultorio.
La imagen es limpia. A las 20:04, Hana entra. A las 20:47, sale sola. Todo parece normal.
Hasta las 20:49.
La cámara parpadea. Una interferencia breve.
Y entonces lo ve: un segundo rostro reflejado en el cristal de la puerta, justo detrás del suyo. Su propia cara, pero con una sonrisa torcida. Sus labios se mueven, susurrando algo que el micrófono no alcanza a captar.
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Editado: 21.11.2025