Convaleciendo al corazón

Capítulo 1

SAVANNAH

Los tenues rayos de luz me permiten ver lo suficiente para no rodar escaleras abajo, y los murmullos, antes incomprensibles, comienzan a adquirir forma conforme me acerco con sigilo a la sala.

—Ya lo hemos hablado muchas veces, Arely. No es bueno que Savannah no quiera socializar por lo que pasó hace cuatro años —dice papá.

Frunzo el ceño molesta, creía que ya habíamos pasado la etapa en la que se preocupaban por mi falta de relaciones interpersonales.

—Lo sé, amor. Hemos hablado con ella, pero no podemos obligarla —responde mamá con un tono cansado—. No hay nada que podamos hacer.

—Podríamos mandarla a un internado. Estuve viendo opciones y hay uno muy bueno en New York.

No escucho más. Me encamino a la puerta trasera, agradeciendo haberme cambiado antes de bajar y salgo a dar una vuelta por el vecindario.

Inhalo y exhalo vez tras vez, tratando de comprender la preocupación de mis progenitores. Sé que no he sido la misma desde hace cuatro años, que me he aislado y encerrado en mí misma de una manera que no es sana. Pero, justo ahora, es lo único que me ayuda a mantenerme en pie y seguir con mi vida.

Me ha costado un mundo alejar a las personas que me importan, y no puedo ser lo suficientemente hipócrita, o mentirosa, como para decir que es por su bien, porque sé perfectamente que es por el mío, por mi salud mental, o al menos lo que queda de ella.

Continúo con mi camita un par de horas y, cuando creo que ésta a cumplido con su función, regreso a mi casa. Mas, en cuanto abro la puerta principal y la imagen que me recibe es la de mis padres sentados en un sillón viéndome fijamente, todo el tiempo buscando tranquilizarme parece ser en vano, porque aquellas miradas no pueden significar más que problemas.

—Hija, siéntate por favor. Tenemos algo importante que decirte.

Mi respiración se agita y mi ritmo cardíaco se acelera. Por más que todo a mi alrededor me trae recuerdos horrorosos, se puede decir que estoy cómoda aquí. Ya todos saben que no me interesa hablarles y con el tiempo han dejado de insistir, mis padres se acostumbraron a verme pasar de ser una chica fiestera y extrovertida en sobremanera, a tenerme encerrada todos los días en mi habitación haciendo tarea o leyendo un libro. Mis barreras están más que puestas y absolutamente todos son consientes de ello. No quiero volver a preocuparme por hacérselo saber a los demás. No quiero irme.

Bajo la atenta mirada de mis padres trago con dificultad y hago lo que piden, y el resultado no es más que un silencio incómodo que perdura durante largos minutos. Unos, en los que mis manos se han tomado la molestia de ponerse a temblar.

—Primero que nada, quiero que tengas en mente que te amamos más que nada en el mundo, y que todo lo que hacemos es por tu bien, aunque en ocasiones parezca no ser así y sea algo difícil. —Tiene miedo, lo noto en su mirada. Papá teme que arme un escándalo por la noticia.

La pausa que le sigue a sus palabras es tortuosa. Está buscando las palabras correctas para decirme algo que sabe no quiero escuchar. Sabe que con ello va a derrumbar los pilares de mis muros. Todas las personas a mi alrededor conocen lo que sucedió, así que eso fue de mucha ayuda para que dejaran de insistir cuando me encerré en mi burbuja. En New York nadie me conocería, mucho menos mi patética historia, y eso complicará las cosas.

Aprieto mis manos en un puño sobre mi regazo para hacer menos visible el temblor de éstas, y al ver que no dicen nada, inquiero—: Si lo que quieren decirme es que me enviarán a un internado en New York, no tienen por qué explicar nada. Los escuché hablando en la mañana. —Mi voz ha sido más brusca de lo que pretendía, pero eso solo refleja parte de mi estado de ánimo.

—Cariño, no te molestes, lo único que queremos es tu propio bien —explica mi madre—. Tienes que aprender a dejar atrás las cosas malas del pasado y vivir felizmente tu presente. Tienes toda una vida por delante, disfrútala.

Estoy a nada de protestar, mas la voz de mi padre, notando mis intenciones, me lo impide.

—Ya que estás enterada, iré directo al grano. Mañana mismo tomarás un vuelo a New York para que puedas presentarte a clases desde el lunes, así que espero que tengas tu maleta lista.

—Pero...

—Lo siento hija, pero esto no está a discusión. Sube a tu habitación y prepara tus cosas.

No digo más. Solo me pongo de pie y hago lo que ordenó. En realidad no tengo nada que perder al ir a estudiar a New York, salvo por el hecho de mantener a todos a raya en mi vida, incluso si lo veo de otra forma, es una gran oportunidad. He oído a algunos de mis maestros y compañeros hablar sobre los planes de estudio de los internados allá, y se escuchan muy prometedores.

Ya en mi cuarto, comienzo a juntar ropa y algunas otras cosas importantes. En total, ocupo dos maletas y una mochila pequeña. Esta última contiene algunas cosas personales que suelo llevar conmigo a todas partes y también guardo en ella un libro para entretenerme durante el viaje.

No es sino hasta alrededor de las 10:36p.m. que finalmente puedo irme a dormir, pues resulta que el vuelo es a las 12:30p.m., por lo que mañana no tendría oportunidad de acomodar nada, así que me vi obligada a hacerlo todo hoy antes de acostarme.

 

El recorrido hasta el aeropuerto es cansino e incómodo, en especial porque nuestro destino parece ser el aeropuerto de Filadelfia en lugar del de Lancaster, la ciudad en la que vivimos, puesto que aquí no había ningún vuelo disponible a New York, por lo que papá decidió viajar un par de horas en auto con tal de que no perdiera ni un día de clases.

A que es un padre maravilloso.

Pasa hora y media hasta que finalmente llegamos al aeropuerto y todavía faltan dos horas para que mi vuelo salga, pero ese tiempo se irá rápido por todo el asunto de las maletas y la documentación, o eso quiero pensar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.