Convaleciendo al corazón

Capítulo 25

Savannah

Incapaz de seguir durmiendo me deshago del agarre de Jareth en mi cintura, en serio que no entiendo cómo es que siempre despertamos así, cualquiera pensaría que nos moveríamos en la noche. Me pongo de pie y prosigo a colocarme mis botas con peluche. Y, a sabiendas de que afuera hace un frío infernal, tomo la cazadora negra de Jareth.

Ignoro las tediosas voces en mi cabeza, si él podía ir a diestra y siniestra llamándome con motes cariñosos, yo podía tomar sus chamarras en lugar de las mías.

Cojo mi celular y salgo del dormitorio haciendo el menor ruido posible, no queriendo despertarle. Con el mismo sigilo desciendo por las escaleras y deslizo la puerta de cristal que da paso al patio de la casa.

Paseo mi vista en busca de algún lugar donde sentarme y, tras un par de segundos, veo uno de esos columpios de jardín. Tiene la forma de un diamante invertido, está hecho con tubos metálicos marrones y el sillón, de un tono más claro, se extiende por toda la base.

Me adentro en el columpio causando que se meza ligeramente. Coloco mis manos dentro de los bolsillos de la cazadora y me permito cerrar un momento los ojos, disfrutando de la tranquilidad que emana la mañana.

Ahora, más fresca después de haber descansado, entendía que Jareth estaba lidiando con sus propios problemas y aun así hacía de todo por verme tranquila y contenta, de modo que yo también podía hacer un esfuerzo y estar más suelta.

Pasado un rato vuelvo a abrir los ojos y desbloqueo la pantalla de mi celular para enseguida revisar si alguno de los chicos está conectado. Sin embargo, a causa de que no son siquiera las siete, no obtengo resultado, por lo que guardo el aparato.

—Eres madrugadora.

Escucho a modo afirmativo a mis espaldas y debido a la sorpresa me voy de espaldas. Si no fuera por los tubos que dan forma al columpio seguro me abría ido hasta el suelo.

Una vez retomo mi estabilidad me giro para poderle ver la cara a Elodia—. Perdón si la he despertado, no podía dormir.

Me disculpo incómoda, y no puedo evitar pensar en que si los chicos me vieran, en especial Ian y Noah, no pararían de burlarse de mí al ver lo insegura que me he comportado desde que llegué aquí. Al menos el recuerdo de mis amigos logra sacarme una sonrisa.

—¿Puedo sentarme? —cuestiona al llegar hasta mí, por lo que nuevamente me veo obligada a rotar mi cuerpo.

Le doy un asentimiento como respuesta.

La mujer, de unos 30 años, va vestida con un pijama de satén de dos piezas color vino y con una bata del mismo tono para entrar en calor. Siendo sincera, luce bastante hermosa, su piel es pálida, su rubio cabello le cae en ondas pronunciadas sobre los hombros y sus ojos esmeralda resaltan la belleza de su rostro. Su marido le ha de llevar unos 20 años, pienso luego de haberla escudriñado discretamente con la mirada.

—Así que eres novia de Jareth. —De nuevo, su tono es el de una afirmación, como si estuviera cien por ciento segura de sus palabras—. Gabriel decía que no iba con nadie en serio desde hace años, ¿cómo lograste que se fijara en ti? —Pongo los ojos en blanco, chismosa como adolescente. Su voz ahora suena interesada, pero a la vez sorprendida, como si hubiera algo que no lograra comprender.

—No somos pareja —contradigo—, ni siquiera lo consideré realmente mi amigo hasta hace unos 3 meses —agrego antes de que decida seguir con sus preguntas como si esto fuera una especie de interrogatorio policial y necesitara una coartada.

—¿En serio? —insiste, a lo que me limito a asentir con la cabeza—. Bueno, eso no parecía cuando contestaste su celular sin que explotara, te llevara cargando hasta su habitación el día de ayer, que se haya peleado con su padre por tu repentina aparición ni que ahora lleves puesta una de sus chamarras, al igual que hiciste ayer. —Enumera con sus dedos—. En especial cuando él ha sido muy reservado en cuanto a sus cosas concierne desde hace poco más de dos años.

Mis mejillas se encienden, cosa que atribuyo a la bochornosa situación en la que me encuentro.

—Somos compañeros de habitación en el internado y soy su tutora en todas las materias, por lo que pasamos mucho tiempo juntos. —Me encojo de hombros—. Ha de ser eso lo que nos ha acercado —agrego esperando que con eso sea suficiente, porque honestamente no quiero entrar en más detalles.

Nuestra conversación se extiende más allá del alba. En realidad, no paró de contarme chismes de personas importantes dentro de su círculo social hasta que llegó el señor Morrison pidiéndole que se arreglase para ir a terminar con los últimos preparativos de su fiesta, cosa que no fue hasta las 8:00 a.m.

Cansada de haber escuchado tontería y media durante casi dos horas pongo el volumen de la multimedia lo más bajo posible en mi celular y le doy play a una lista de reproducción al azar, buscando distraer mi mente con la música de sus agudas y envenenadas palabras.

Tras media hora y notar que nadie más se ha despertado, me bajo del columpio y encamino a la cocina con la idea de sorprenderlos con un desayuno. Una vez en ésta comienzo a explorar desde el refrigerado hasta cada alacena para conocer los ingredientes con los que contaba, todo sin sentirme como una intrusa al haber recibido el consentimiento de los señores Morrison para prepararme algo.

Al finalizar con mi exhaustiva búsqueda me termino decantando por preparar pan francés y acompañarlo con algo de fruta picada y jugo de naranja. Saco todos los ingrediente y los voy acomodando sobre la isla.

Lo primero que hago es el jugo. Prosigo a cortar en trocitos algo de kiwi y plátano, y cuando estoy por terminar con ello vislumbro una maraña de cabellos castaños adentrarse en la cocina.

—Hola Cody, ¿tienes hambre?

Espero por una repuesta de su parte, en cambio, lo único que obtengo es silencio, razón por la que dejo a un lado el cuchillo y alzo mi mirada, encontrándome con la suya adormilada y curiosa. Le observo con una ceja enarcada, deseando obtener una afirmación o negativa de su parte. Después de algunos segundos, finalmente asiente.




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