Convaleciendo al corazón

Capítulo 11

Savannah

Me despido de la secretaria de la directora Beckham al salir de su despacho y me echo a andar por el pasillo cabizbaja.

Es sábado y hace dos días que concluimos los exámenes, por lo que la directora me mandó llamar para darme a conocer los resultados de Jareth, según había dicho, para que estuviera al tanto de su avance, y de paso me daría los míos. Quizás pensó que eso alivianaría las cosas después de la reprimenda que me dio.

Al ver las cifras resaltadas con rojo y encerradas en un círculo en una esquina de las hojas, no pude más que quedar sorprendida, anonadada, porque tal y como aseguró, obtuvo la calificación exacta que necesitaba en cada una de las materias para sacar el ocho que le habíamos exigido.

Confundida vuelvo a analizar sus resultados, como si hacerlo fuera a cambiar algo. No quedo conforme con ello, así que lo repito dos veces más pero, obviamente, me sigue dando lo mismo. ¿Lo habrá hecho apropósito? Porque cómo es posible que en todo le dé exactamente ocho, pereciera que sacó la cuenta del valor de cada pregunta para no contestar correctamente nigua de más.

Al llegar a la salida del edificio me detengo al sentir una sustancia líquida resbalar por mi piel.

Perfecto, lo único que me faltaba.

Está lloviendo.

Justo cuando estoy por dar el primer paso y caminar hasta el edificio oeste, la velocidad del viento incrementa y las gotas de agua comienzan a caer mucho más densas y de manera más constante, todo como por obra de arte.

Bufo y ruedo los ojos, recriminándome a mí misma por no haber traído una chamarra conmigo. ¡Ni siquiera traigo una sudadera!

Espero bajo el cobijo que me proporciona la construcción a que merme la lluvia, con todo, el frío se cuela en mis huesos y no tardo en tiritar. Los minutos siguen pasando y solo logro desesperarme, porque lejos de haber mejorado, la situación solo empeora más a cada segundo que pasa. Suspiro frustrada, supongo que no habrá de otra. Echo a correr a toda velocidad, procurando mojarme lo menos posible.

Cuando llego hasta el edificio oeste recibo varias miradas curiosas de parte de los chicos del internado, pero importándome poco tanto ser el centro de atención en este momento como estar escurriendo a chorros, continúo mi camino.

Subo las escaleras, pensando que eso me ayudará a secarme un poco, dejando mi huellas marcadas en las baldosas con cada paso que doy. Al abrir la puerta 396 vislumbro a Jareth acostado sobre su cama, en una posición desgarbada pero que se nota relajado.

Azoto la puerta al cerrarla, queriendo llamar su atención sin mediar palabra con él, al menos no todavía, además, quiero que repare en lo molesta que estoy.

Quita su vista del celular, pero parece que el simple hecho de que se trate de mí, es suficiente para no ser merecedora de su atención y tiempo, porque vuelve a concentrarse en el aparato, pasando de mí.

A decir verdad, no lo entiendo, de cierta forma habíamos estado bien, pero desde el día que le pedí que estudiáramos para los exámenes me ha evitado a toda costa, y no me dirige la palabra más que lo necesario. Lo peor del caso es que ni siquiera tengo la menor idea de qué es lo que he hecho para que esté así.

Me acerco a un costado de su cama y dejo caer unas diez hojas justo sobre su abdomen, provocando que centre su vista ahí, para posteriormente verme confundido—. Lo hiciste apropósito —asevero bajo su escrutinio.

—Qué si fue así —me reta, volviendo su vista al celular.

Me limito a observarlo durante alguno segundos, esperando que diga algo más, por lo menos que intente justificarse, pero no, no dice ni hace nada.

—¡¿Se puede saber qué hice ahora para que estés tan enojado conmigo?! —bramo molesta con su actitud, sabiendo que así no llegaremos a ningún lado.

No sé ni por qué estoy tan molesta, un ocho no es una mala calificación, y sus notas me dan completamente igual, así que adjudico todo a la vergüenza que he sentido al ser yo quien recibió la regañiza de la directora. Aunque tampoco puedo negar que algo de culpa sí tengo.

—¿Qué tiene de malo mi actitud? —cuestiona encogiéndose de hombros—. Además, ¿no me dijiste que no me metiera en tu vida y que no te gusta relacionarte con nosotros los mortales?

—Sí, pero eso no significa que me guste pasármela discutiendo con otros —me quejo cruzándome de brazos, haciendo todo lo posible por ignorar su tono sarcástico—. Y precisamente es eso lo que no hemos parado de hacer desde que llegué.

Luego de otra estúpida discusión de alrededor de una hora, en la que ninguno estaba dispuesto a dar su brazo a torcer, vuelvo a salir de la habitación, solo que esta vez sí cargo con una sudadera, aunque no sé de qué va a servirme realmente, porque de que me voy a mojar, me voy a mojar.

Camino sin cuidado alguno y sin importarme que me estoy mojando los pies a no más poder con los charcos de agua, pero qué más da cuando en realidad me encuentro completamente empapada.

Llego hasta un árbol y me siento a los pies del mismo. Saco mi celular y al momento en que reparo en la fecha me incorporo de golpe, sintiendo que todo a mi alrededor da vueltas a una velocidad impresionante. Cierro los ojos y presiono mis cienes con fuerza, tratando de aminorar la jaqueca que me ha venido de la nada, pero no hay mejoría, en cambio, termino sujetándome al tronco al sentir mi cuerpo debilitarse.

—No, no, no —repito una y otra y otra vez al ver una serie de imágenes pasar fugazmente frente a mis ojos.

Siento arcadas, pero me niego a vomitar. ¿No dicen que somos más grandes que nuestras dificultades? Bueno, la situación debe dejar de afectarme como lo hace.

—Inhala, exhala. Tranquilízate, tienes que tranquilizarte —me ordeno—. Fue hace 4 años, tienes que superarlo, las cosas son así y no puedes hacer nada para cambiarlo. Todo estará bien —recuerdo—. ¡Maldita sea, nada está bien! F-fue mi culpa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.