Convénceme de caer

Capítulo 1

El chirrido de los frenos del automóvil parece parte de mi sueño, hasta que dos sordos golpes a la puerta me sacan del error.

Me levanto de la cama, adormilada y algo aturdida, para salir a la estancia que la hace de cocina, sala y comedor.

Mi madre ya está aquí, con la misma expresión de perplejidad soñolienta que yo.

Nuestros deberes en la granja nos exigen madrugar todos los días, pero estas horas tan tempranas son excesivas aun para nosotras. El sol ni siquiera ha salido, tengo la impresión de que aún puedo escuchar grillos afuera de la ventana.

Mamá abre la puerta, asomando solo la mitad del cuerpo en un intento por ocultar su viejo pijama. Yo, detrás de ella, estiro el cuello, curiosa por saber de qué va esta intrusión a nuestro sueño.

—¿Es esta la casa de la familia Noriega? —pregunta una mujer vestida con uniforme gris rata y pelo relamido hacia atrás.

El corazón se me satura de ansiedad, es una Nana, viene para llevarme.

—Así es, ahora solo somos yo y mi hija —contesta mamá, sin poder ocultar el dolor que le causa el hecho de que papá no esté más con nosotras.

Hace dos años de su partida y ella sigue sintiendo el dolor como una herida abierta y punzante.

—Su hija… Natalia Noriega —dice la Nana tras comprobar mi nombre en los documentos que lleva en mano—, salió positiva en su prueba de fertilidad. Debe venir conmigo.

Me tomo de una silla que tengo cerca, sintiendo oleadas de terror por todo el cuerpo.

—¿Ahora? Es tan repentino… ni siquiera nos habían informado de sus resultados… —dice mamá con voz de angustia, no quiere que me vaya, pero sabe que no puede impedírselos.

—Así es, debe darse prisa. Aún debo pasar por otras dos muchachas antes de volver al Distrito Central —contesta la Nana secamente.

La cabeza me da vueltas. ¿Dijo Distrito Central? Comienzo a temblar desconsoladamente, experimentando un espantoso vértigo que me provoca arcadas.

Mamá se gira para mirarme, sus ojos enrojecidos me dicen que ella está pensando lo mismo que yo: El Distrito Central está demasiado lejos. Jamás volveremos a vernos.

La Nana aprovecha el aturdimiento de mamá y empuja la puerta para mirar al interior. De inmediato me encuentra temblando como una boba indefensa a media estancia.

—¿Natalia? —pregunta casi afirmándolo—. Identifícate —me ordena.

Estiro mi brazo con un movimiento inseguro y trémulo, casi como si temiera que la Nana fuera a morder mi mano al acercársela.

Ella se aproxima sosteniendo su escáner y lo coloca sobre mi Brazalete de Identidad. El aparato hace un bip de aprobación, confirmando que soy Natalia Noriega.

La Nana asiente para sí misma, luego alza el rostro para mirarme a los ojos.

—Date prisa, el camino es largo —dice en voz de mando.

Un destello de valor me asalta, encuentro la voluntad para hablar.

—Me dijeron que si salía positiva me llevarían al Distrito vecino… jamás mencionaron la capital… —digo con voz saturada de pánico.

Entre el Distrito 13 y el 14 hay varios kilómetros de distancia, pero al menos existe la posibilidad de una visita a mamá de cuando en cuando… el Distrito Central bien podría estar en otro planeta, si me voy allá jamás podré volver a casa.

—No sé quién te dijo tal tontera, pero te mintió —responde la Nana con un gesto severo—. Las Vasijas están tan escasas que, en este momento, cualquier muchacha que sale positiva es llevada al Distrito Central sin excepción. Ha sido así desde hace un par de meses.

—Pero…

La protesta muere en mis labios, ¿qué puedo hacer? Las leyes del Buen Régimen deben obedecerse sin chistar, a las autoridades no les interesan mis sentimientos, ni que mamá vaya a quedar sola cuando yo me vaya.

—No hay peros, Natalia. Alístate de inmediato o pondré en duda la lealtad de la familia Noriega hacia la nación —me advierte la Nana con voz cortante, tendiéndome un paquete envuelto en papel gris.

Abro los ojos con terror desmesurado, no hay desgracia más grande para un ciudadano de Aequitalia a que lo tachen de traidor. Las consecuencias son funestas, la muerte es preferible a que te cataloguen de Salamandra.

—Lo siento, señora, mi hija no pretende ser irreverente. Es solo que la noticia nos tomó desprevenidas —dice mamá de forma atropellada, temerosa de que nos metamos en problemas.

—Es Nana, no señora —corrige ella con voz gélida.

Mamá se encoge apenada. Las personas del Distrito 14 no estamos habituadas al protocolo del Buen Régimen. Mamá jamás asistió a un Centro de Maternidad, por lo que nunca trató con las mujeres a cargo de ellos: las Nanas. En estas tierras olvidadas por la sociedad no contamos con la misma estructura que en los demás distritos.

—No entiendo el motivo del desconcierto —continua la Nana, mirándonos de forma incisiva—. Salir positiva en la prueba de fertilidad es el honor más alto al que cualquier joven pueda aspirar. Natalia debe considerarse muy afortunada, ahora podrá servir a la nación dándole hijos que se conviertan en Buenos Ciudadanos. ¿Qué ven de malo en ello?




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