Hacemos el primer tramo del trayecto en silencio. Yo voy con el corazón en la garganta, esperando que en cualquier momento alguien abra fuego en contra nuestra a la distancia y me parece que la subteniente Bonilla está igual, pues no quita la expresión alerta y gira en todas direcciones al menor sonido.
Es extraño verla vestida de rojo, aun sin su uniforme de Caimán se sigue viendo feroz. Mi ropa le va chica, la subteniente es más alta y, a pesar de ser delgada, tiene los músculos mucho más desarrollados que yo.
—Gracias por lo que está haciendo, lamento que deba arriesgar su vida por mí —le digo mientras andamos, incómoda por las largas horas de silencio.
La subteniente me mira de un modo extrañísimo que me hace sentir que acabo de decir un disparate.
Contraigo el estómago, repasando mis palabras para saber dónde estuvo el error.
—Es mi trabajo —dice en tono seco—. No tienes nada qué agradecer o lamentar. A esto me dedico, mi vida es arriesgarme por el bienestar de los Buenos Ciudadanos. ¿Acaso no te enseñaron los deberes de cada Ministerio en la primera escuela?
—Jamás fui a la escuela —contesto con naturalidad.
Mi respuesta hace que la subteniente deje de andar para mirarme con expresión perpleja.
—¿Por qué no? —pregunta anonadada.
—No hay escuelas en el Distrito 14… apenas hay niños, no tiene mucho sentido invertir en una. El Buen Régimen envió algunos libros a casa para que mis padres me enseñaran lo que debía saber, aunque mucho de lo que venía ahí ni ellos mismo lo sabían —le explico.
La subteniente vuelve a cerrar la boca, noto un ligero rubor en sus mejillas que no tiene nada que ver con la larga caminata que estamos realizando.
—Lo siento… no tenía idea. Pensé que todos los niños asistían a la primera escuela. No acostumbro salir del Distrito Central a menos de que sea en una misión con mi Unidad y es raro que interactúe con los locales de cualquier modo —se disculpa—. Ignoro muchas cosas de la vida fuera de la capital.
—Lo entiendo, no me ofende —digo encogiendo los hombros, pues no lo considero algo malo, yo tampoco sé casi nada del Distrito Central.
—Espero que no te moleste que pregunte, pero ¿cómo hiciste amigos sino es por la escuela? —quiere saber la subteniente.
Vuelvo a encogerme de hombros al tiempo que niego con la cabeza. ¿Amigos? Jamás he tenido uno. Solo supe de otro niño en una granja vecina, pero ni siquiera era cercano a mi edad, así que jamás tuve la oportunidad de tener un amiguito. Mamá y papá fueron mi única compañía al crecer y luego solo quedamos nosotras dos.
—¿Usted sí fue a la escuela, subteniente? —pregunto tratando de determinar su edad a golpe de vista. Es joven, probablemente algunos años mayor que yo, pero no demasiados, tal vez ronda los 25 años.
—Sí, de principio a fin —replica ella mirándome de reojo—. Por cierto, llámame Bea. Así me dicen mis amigos, subteniente Beatriz Bonilla suena algo pesado y nos queda un buen tramo por delante, será mejor que entremos en confianza.
—De acuerdo —digo con una tenue sonrisa en mis labios, sin poder creerme que estoy entrando en confianza con una Caimán.
—¿Estás emocionada por conocer la capital? —me pregunta Bea.
Considero mi respuesta. Ver el Distrito Central con mis propios ojos es algo que jamás me he planteado en mi vida. He visto algunos fragmentos de la ciudad por el pequeño televisor de la estación de servicio sobre la carretera, pero siempre me ha parecido un lugar tan lejano y ajeno a mí que ni siquiera me había atrevido a soñar con conocerlo. Pensándolo ahora, aun con el dolor que me provoca estar lejos de mamá, sí me emociona bastante conocer la capital.
—Sí… ni sé qué esperar —admito con una emoción nueva cosquilleando en mi pecho.
—El Distrito Central es grandioso… aunque puede que te abrume ver tanta gente junta —dice ella con un silbido dándome a entender que habla de un gentío considerable.
—¿Hay muchas Vasijas? —pregunto con curiosidad.
—El Ministerio de la Mujer está lleno de ellas. Tendrás de dónde elegir para hacer amigas… por primera vez —dice ella, atenta a los alrededores.
—La Nana mencionó que había otras muchachas positivas en el distrito. ¿No deberíamos ir por ellas? Si las Salamandras buscan Vasijas, esas chicas también están en peligro —digo alarmada.
—Lo dudo mucho. Tal como tú hasta hace unas horas, ellas no tienen idea de sus resultados. La Nana iba a informarlas cuando llegáramos por ellas. Las Salamandras no tienen modo de saber quién salió positiva, el único motivo por el que te atacaron fue porque venías en el vehículo con nosotras, de otro modo ellos no conocerían tu identidad. Es mejor que dejemos a esas jóvenes en el anonimato, más adelante el MM mandará por ellas, de preferencia con un nutrido grupo de Caimanes que las cuiden.
Pienso en la impresión que va a ser para esas chicas despertar un día y encontrar una decena de Caimanes para llevarlas a la capital. Se van a llevar el susto de sus vidas. Al menos no tendrán que hacer su trayecto a pie como lo estoy haciendo yo y, con suerte, no quedarán atrapadas en un tiroteo.
—¿Estás habituada a los disparos? No parecías asustada cuando esas Salamandras nos atacaron —comento mirándola con curiosidad.