Convénceme de caer

Capítulo 6

(Nando)

Miro la perilla de la puerta tomándome un momento antes de girarla. Lo último que deseo es estar frente al Mayor Buenfil, pero no me puedo rehusar a su llamado. A pesar de que él técnicamente no es el Mayor de mi Unidad, sigue siendo un superior Caimán y debo acatar sus órdenes.

Parte de mí se pregunta qué puede querer Buenfil conmigo, pero no lo suficiente como para que desee entrar a su oficina a averiguarlo.

Renuente, giro la perilla y entro. El Mayor me espera sentado detrás de su escritorio.

—Aquí me tiene, Mayor —saludo parándome en posición de firmes delante de él.

El Mayor me mira de arriba abajo un momento, parece estar buscando algún defecto en mi uniforme. Buenfil tiene una fama bien merecida de ser un hombre difícil, siempre buscando fastidiar a sus subalternos. Cuando Lozano era Capitán, lo detestaba, al igual que muchos otros, pero como me pasa ahorita, el único camino que tenemos es aguantarlo.

—Tome asiento, Novoa. ¿Le apetece un té? —dice y, sin esperar mi respuesta, se levanta de su lugar para ir a la esquina en donde tiene una tetera lista y dos tazas metálicas.

El Mayor sirve el té, vuelve al escritorio y coloca una de las tazas frente a mí.

Me quedo petrificado en mi sitio. Jamás en toda mi carrera de Caimán un superior me ha invitado a tomar el té como si fuéramos dos señoritas de sociedad. Ni siquiera Lozano con quien tengo una relación estrecha. Los Caimanes simplemente no somos del tipo que bebe té para charlar, somos sujetos más bien de puñetazos y acción.

Abro la silla y tomo asiento sin saber muy bien cómo actuar. Me siento tan tenso como si estuviera sentado sobre una silla hecha de clavos.

—¿Qué tal la vida de Capitán, Novoa? Espero que el cargo no le quede grande —dice con una pizca de malicia en la voz. Sus cejas blancas se alzan para analizar mi reacción, esperando ver si el comentario llega a molestarme.

Permanezco imperturbable, no voy a dejar que un viejo pesado me saque de quicio.

—Para nada, Mayor, es como si hubiera nacido para ser Capitán —digo con seguridad en la voz al tiempo que tomo la taza, doy un sorbo y la vuelvo a dejar sobre el escritorio.

El Mayor Buenfil suelta una risa grosera, cargada de incredulidad.

No cambio el gesto, decidido a no dejar que me moleste.

—Espero que resulte ser un Capitán más competente que Medina. Él ha sido una desilusión —dice haciendo una mueca que acentúa las arrugas alrededor de sus ojos azules.

—Estoy determinado a probar mi eficiencia —le aseguro, ignorando la alusión a Max Medina, pues sé que está mintiendo acerca de su desempeño, el cual bajo las métricas de Ministerio del Orden ha sido satisfactorio.

—Asumo que sabe de la amenaza que se hizo contra los altos mandos, ¿cierto?

Muevo la cabeza en un gesto de asentimiento.

—Esas Salamandras no se saldrán con la suya —declaro con voz firme.

—Bien, me agrada esa actitud, estoy seguro de que tendremos una relación muy positiva, juntos aniquilaremos muchas Salamandras —dice Buenfil llevando su mano a su barbilla—. Eso es todo, puede retirarse.

Salgo de la oficina sintiéndome confundido. La reunión fue un gran montón de nada y no entiendo por qué Buenfil gastó el tiempo de ambos en ella.

A la hora que acaba mi turno, me dirijo a mi automóvil, varios Caimanes hacen lo mismo a mi alrededor.

—¿Qué dice si vamos por unos tragos, Capitán? —dice Roy alcanzándome en el estacionamiento.

Al voltear, veo que viene acompañado de Federico y de Rita, otros miembros de la Unidad 4.

—Nosotros invitamos —ofrece Federico.

—Vaciar sus bolsillos suena muy bien, pero temo que tendré que dejarlo para otro día —digo mientras saco las llaves del auto de mi bolsillo.

—¿Ya no somos dignos de su compañía, Capitán? —pregunta Rita con gesto de amonestación, pensando que me estoy haciendo el difícil solo porque ahora soy su superior.

Obviamente no haría eso, he vivido peligros indecibles a lado de estas personas, son como mi familia y jamás despreciaría su amistad.

—Claro que no. Es solo que Carol tiene la noche libre y quiero estar con ella —les explico.

—¿Sigue trabajando turnos dobles? —pregunta Roy con la frente arrugada—. Vaya, no imaginé que el hospital siguiera sufriendo de falta de personal.

Ellos bien saben que ya llevo tiempo con este tema, incluso antes de que me nombraran Capitán.

—Yo tampoco, pero es lo que hay —digo resignado.

—Si cambia de opinión, estaremos en el bar de siempre —me dice Rita despidiéndose con un movimiento de mano.

De camino al apartamento de Carol hago una parada para comprar una botella de vino. Miro mi reloj y me doy cuenta de que voy a muy buena hora, todavía faltan unos 40 minutos para que acabe su turno así que también tengo tiempo suficiente para pasar por un ramo de rosas.

Normalmente no soy un novio romántico, pero hoy estoy de excelente humor y quiero sorprenderla. Ya imagino la cara que va a poner cuando llegue a su apartamento y me encuentre dentro esperándola con las rosas y las copas de vino. Sé que la llave que me dio es solo para emergencias, pero estoy seguro de que no le molestará que la use si es para un gesto romántico. A las mujeres les gustan ese tipo de cosas, ¿no?




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