Convénceme de caer

Capítulo 7

(Nando)

Con la bata aún en mano, vuelvo a escuchar ruidos en la recámara. Agudizo el oído, ¿lo que escucho son jadeos y gemidos ahogados?

Llego a la recámara en medio segundo e irrumpo en el interior como un tornado. Sobre la cama encuentro a mi novia con un tipo flacucho y sudoroso encima de ella. Felipe.

Me engulle una cólera violenta y peligrosa.

Ni siquiera les doy tiempo de reaccionar cuando ya estoy tomando a Felipe de los hombros y lo lanzo contra la pared más cercana. Él suelta un chillido lastimoso de espanto, casi más agudo que el grito de sorpresa de Carol.

—¡Nando! —exclama ella mientras intenta cubrir su desnudez con la sábana, como si no la hubiera visto cientos de veces durante estos años que hemos estado juntos.

Claro que nunca antes había habido un tercero de por medio, pero eso no durará mucho, pues no pienso dejar que este mequetrefe vea un nuevo día.

—¡¿Qué diantres significa esto?! —pregunto presa de la ira.

El doctorcito se incorpora con dificultad, está desorientado por el golpe que se dio contra el muro. Si supiera que eso no es nada. No tiene la menor idea de lo que lo haré sufrir por haberse llevado a la cama a mi novia. Aguanté años de sus tonterías, pero esto no se va a quedar así.

—Carol, dijiste que hoy no vendría… —balbucea Felipe cobardemente.

Lo tomo del cuello y aprieto con fuerza.

—Vas a arrepentirte de haber nacido —lo amenazo con voz grave dispuesto a estrangularlo.

Felipe no se defiende, ni siquiera podría. Es escuálido sin un gramo de músculo, lo puedo alzar con facilidad con una sola mano.

Lo miro de arriba abajo con desprecio, ¿con este triste hombrecillo me pusieron los cuernos?

La humillación y la furia me nublan el juicio. El rostro de Felipe se pone rojo por la falta de aire y la presión de mi mano, soy incapaz de medir las consecuencias de mis actos.

Me parece que Carol está gritando a mis espaldas. No sé qué dice, creo que me está suplicando que me detenga.

Lo siguiente que siento es un golpe a la cabeza y liquido correr por mi espalda. Carol me reventó la botella de vino.

El golpe me aturde lo suficiente como para que suelte a mi víctima. Entonces me giro hacia Carol con pasmosa lentitud mientras Felipe tose y jadea hincado sobre la alfombra.

—¿Cómo pudiste traicionarme con él? —pregunto sin dar crédito a lo que sucede.

Carol tiene el rostro empapado en lágrimas, aunque no sé si es por mí o porque pensó que iba a matar a su amante.

—¿Qué querías, Nando? Hace tiempo que no estamos bien. La relación se ha vuelto monótona, necesito algo más, emociones nuevas —me dice como si esto fuera mi culpa.

—Hubieras hablado conmigo. Si querías algo nuevo, ¡al menos hubieras tenido la decencia de terminarme! —le reclamo conteniendo las ganas que tengo de destrozar todo en la habitación.

—¿Hablar contigo? ¡Mira cómo te pones! —me acusa señalando a Felipe—. Eres irracional y un cabeza hueca. Estoy harta de ti.

Carol se transforma en una mujer distinta ante mis ojos. Pasa de ser un tesoro que consideraba invaluable a escoria, alguien que prefiere ser la amante, la mujer que se ve a escondidas. La sólida relación que pensé que tenía queda pulverizada a mis pies, la mujer que creí amar nunca existió.

Felipe comienza a levantarse del suelo apoyándose contra la pared. Lo miro con desdén, ni siquiera vale la pena que lo mate. Perdería todo y acabaría detenido por el amor de una mujer que no lo merece. Al menos así lo pienso racionalmente, pero mi enojo me gana una última vez y hace que le dé un puñetazo en plena cara que lo manda dormir de espaldas al suelo.

Carol chilla aterrada por él y se inclina a su lado. La escena es tan lastimosa que ya no puedo quedarme más tiempo aquí, así que salgo de la habitación.

Alguien está llamando a la puerta de forma frenética.

—¡¿Carol?! ¡¿Carol?! ¡¿Estás bien?! ¡Escuché tus gritos! ¡Ya llamé al Ministerio del Orden! ¡La ayuda viene en camino! —grita la vecina.

Abro la puerta, provocando que la regordeta mujer se sobresalte.

—No es necesario, señora, los Caimanes ya están aquí —le digo antes de salir del apartamento.

Ignoro el dolor punzante de mi cabeza, no es sino hasta que llego a mi automóvil que llevo mi mano al lugar del golpe. Mis dedos se manchan de sangre, la botella logró abrirme la cabeza.

Enciendo el coche, pero me doy cuenta de que estoy demasiado mareado como para manejar. Es riesgoso que conduzca así de aturdido. Lo vuelvo a apagar. La vecina dijo que llamó al Ministerio del Orden, por nuestros tiempos de respuesta, calculo que deben estar a menos de cuatro minutos de llegar.

Justo como me lo esperaba, veo la camioneta negra doblar la esquina a toda velocidad al pasar los cuatro minutos estimados. Se detiene justo detrás de mi automóvil y veo a los Caimanes salir a toda prisa.

Se trata de la Unidad 2, la del Capitán Ferreira, destinada a responder a asuntos como disputas entre Buenos Ciudadanos o disturbios menores.




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