Convénceme de caer

Capítulo 9

El bar El Reptil Sediento es un establecimiento de lo más curioso. Muebles oscuros, ambiente encerrado, como si nos encontráramos en una guarida bajo tierra.

Tal vez me parece extraño porque es la primera vez que estoy en un bar, tal vez los demás bares también son así y yo solo me sorprendo por mi inexperiencia.

El lugar está atestado de Caimanes, algo que ya me esperaba dado que, según Bea, este es su lugar predilecto para reunirse al acabar sus funciones en el MO.

Por las paredes retumban sonoras carcajadas, palabrotas y tarros que chocan cuando los Caimanes brindan. La gran mayoría de los presentes son hombres, como pasa al interior del MO.

Sigo a Bea entre la gente, por instinto bajo un poco mi falda, sintiéndola demasiado corta ahora que me encuentro en público. Aún llevo el mismo top y falda negra que Bea me prestó, dado que ella consideró que vestida como Caimán llamaré menos la atención. Vestirse con ropa de otro Ministerio esta prohibido bajo el Buen Régimen, lo cual agrega un grado de peligro a la aventura. El único detalle de mi vestimenta que no es negro, es la mascada roja que llevo atada alrededor de mi cintura, un pedacito de quien era mientras navego aguas inciertas.

Una chica de cabello oscuro agita su mano en el aire para llamar nuestra atención. Está sentada en una mesa alta redonda cerca de la barra del bar.

Acomodo mi cabello detrás de mi oreja en un gesto tímido conforme nos acercamos a la Caimán.

Detrás de la barra hay un espejo enorme, miro mi reflejo mientras paso, el pecho me cosquillea de la emoción. Es la primera vez que uso maquillaje. Bea se encargó de mi arreglo antes de venir, mis ojos se ven más grandes gracias al rímel y a las sombras, pero lo que más me gusta es el rojo intenso de mis labios. Me siento bonita, distinta a la yo de siempre.

—Creí que no vendrías —dice la chica cuando tiene a Bea enfrente, luego repara en mí—. ¿Ahora sales con novatas?

—Si alguien más pregunta sí, pero no es lo que parece —contesta Bea tomando asiento sobre una de las sillas e invitándome a hacer lo mismo—. Esta es Natalia, del Distrito 14 y mañana se convertirá en Vasija. Ha vivido toda su vida aislada en una granja en medio de la nada, así que está teniendo una especie de primera y última noche de desfogue. Y tú, Rita, no dirás ni una palabra.

Se me acalambra el estómago al escuchar la confesión de Bea. No llevamos ni 10 minutos aquí y ella ya me echó de cabeza con una extraña.

Rita me mira boquiabierta. Temo que repruebe lo que estamos haciendo y tome cartas en el asunto. Estamos rodeadas de Caimanes, ellas mismas son Caimanes, cualquiera puede arrestarme por lo que estoy haciendo.

Para mi sorpresa, Rita suelta una jocosa carcajada.

—Eres osada, Bea —exclama divertidísima—. Las Nanas te acribillarían si supieran que le estás dando una noche de copas a una de sus Vasijas.

Bea se encoge de hombros en tanto que le hace un gesto que no entiendo a un mesero.

—Va a pasar el resto de su vida sirviendo a un fulano… nada perderá por gozar una noche de libertad —dice Bea tranquilamente.

—Bien, me apunto —dice Rita antes de girarse a mí—. Te daremos la noche más divertida de tu vida, Vasija.

En ese momento, el mesero llega con tres vasitos diminutos llenos de un líquido transparente. Bea me tiende uno.

—Esto es vodka y es tu nuevo mejor amigo —me indica—. Las Vasijas tienen prohibido beber alcohol, así que mejor aprovecha para probarlo esta noche.

—Empezamos con shots, me agrada. Salud —dice Rita antes de tomarse el trago de golpe.

Bea hace lo mismo.

Las miro y luego miro el vasito en mi mano. Me encojo de hombros e imito su gesto.

El líquido quema mi boca y garganta, es una sensación espantosa. Comienzo a toser.

Ellas ríen entre burlonas y enternecidas.

—Esto es horrible. Qué sabor más feo… ¿No tendrán limonada? —digo entre carraspeos.

—¿Limonada? Por favor, eso es para niños —dice Rita—. Probemos con ron, tal vez te agrade más.

Rita le hace otra seña al mesero. Este vuelve con otros tres vasitos pequeños, esta vez con un líquido más oscuro.

Vuelvo a intentar, de nuevo el sabor me desagrada. Comienzo a toser con cara de asco.

—Podríamos probar con unas cervezas —comenta Bea haciéndome aire a la cara. Luego se gira hacia el bar, asumo que para buscar de nuevo al mesero, pero sus ojos notan a alguien más—. ¿Qué tiene Nando? ¿Ya no le gustó ser Capitán?

Rita se encoge de hombros.

—Quién sabe. Llegó hace rato de un humor terrible. Se rehusa a contar qué le pasa, solo quiere beber solo —contesta ella poniendo los ojos en blanco.

Me giro para ver de quién están hablando. En la barra hay un Caimán sentado con su ancha espalda encorvada hacia el frente. Es guapo… guapísimo. Lleva el cabello corto y, a pesar de que trae mala cara, no deja de ser espléndido. Sus facciones son viriles, acordes a sus generosas proporciones. Es un hombre en toda la extensión de la palabra, fuerte… magnético. Siento un calor nuevo al verlo.




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