Convénceme de caer

Capítulo 10

Dado que me rehúso a ir a charlar con el hombre de la barra, Rita pide otra ronda de shots para nosotras, diciendo que con eso se me quitará la timidez.

No puedo decir a ciencia cierta si beber más me está quitando la timidez, lo que sí es que me brinda un burbujeo eufórico en mi interior.

Dos Caimanes llegan a charlar con nosotras, a tenor de cómo se comportan, son viejos amigos de Rita, deduzco que están en la misma Unidad. Ella me presenta como una novata, sin revelar mi verdadera identidad de Vasija renegada.

Los nombres de los Caimanes son Roy y Tomás. Son simpáticos, aunque sueltan muchas palabrotas. Me ofrecen más alcohol, ni siquiera pregunto qué es, solo lo bebo.

Una calidez extraña se va extendiendo por mis venas, siento la cabeza ligera y a la vez pesado el cuerpo. Hay un cosquilleo recorriendo mis extremidades del que no era consciente. Mi risa se hace más histriónica, probablemente porque los comentarios que los Caimanes sueltan son cada vez más graciosos.

Una alta y sólida figura se acerca a nuestra mesa. Mi estómago se contrae al ver que se trata del hombre guapo de la barra. Le sonrió de oreja a oreja, embobada en una nube de tragos e inexperiencia.

Él no me devuelve la sonrisa, refunfuña con expresión amarga mientras pasa sus ojos sobre los presentes.

—Asumo que la reunión con el Mayor Buenfil no fue bien, Capitán —comenta Tomás.

El Capitán chasquea la lengua en tanto que toma asiento en la silla alta junto a mí. Su presencia me electriza, tengo la piel erizada de la emoción de un modo que no me sé explicar. Me muerdo el labio inferior mientras veo sus enormes manos cerrarse alrededor de un tarro de cerveza, sus dedos son largos y anchos. Una voz desinhibida en mi interior se pregunta cómo será ser acariciada por esas manos. Me sonrojo a causa de mis propios pensamientos. No me siento yo misma esta noche.

—Ya quisiera que Buenfil fuera mi principal molestia —contesta él agriamente. Hay dolor en su mirada, me recuerda a la expresión de Bea antes de irse, la pena viene de su corazón.

—¿El estrés de estar la cima? Tanto que luchó para ser Capitán —dice Roy casi burlón. Aunque el Capitán es su superior, me queda claro que entre todos hay una profunda amistad.

—Nada de eso, nací para este cargo —replica él a la defensiva.

—¿Entonces qué sucede? Porque algo sucede —dice Rita.

—Ya dije que no quiero hablar al respecto —refunfuña el Capitán.

Irreflexiva, dejo caer mi mano sobre su muslo, con una confianza que nadie me otorgó, y me inclino hacia él.

Él parece sorprendido, pero se inclina un poco de vuelta para escucharme.

—¡Mamá dice que lo mejor para la tristeza es el chocolate, deberías probar, tal vez ayude! —le digo con voz pastosa.

El Capitán entorna los ojos, me mira de arriba abajo, como preguntándose quién rayos soy y por qué oso tocarlo y dirigirme a él.

Temo que vaya a decirme que no me meta en sus asuntos, pero entonces su expresión se suaviza.

—No creo que vendan chocolate en este lugar —contesta bajando la guardia.

—¡Tampoco venden limonada! ¡Ya pregunté! ¡Solo traen estos vasitos… les dicen shots! —digo señalando a la mesa.

El Capitán mira hacia donde señalo, luego se gira hacia Rita.

—¿Ruiz, quién diantres es esta muchacha claramente embriagada? —pregunta en tono serio.

—Una novata que Bonilla trajo… se llama Natalia, es simpática —dice Rita encogiendo un hombro con indiferencia.

Entierro mis dedos con más fuerza sobre su pierna, sintiendo el resistente material del que están hechos sus pantalones bajo las yemas.

—Te llamas Fernando, ¿verdad? —pregunto.

—No, Nando —me corrige y al ver mi expresión confundida, decide darme una explicación elaborada—. A mis padres les gustaba solo el diminutivo, creyeron que sería original… son personas con ideas algo peculiares.

Le dedico una sonrisa meliflua.

Él me devuelve un gesto casi asemejando una sonrisa, pero esta se borra en el segundo en el que nota a las mujeres de blanco que rondan por donde estamos.

—Todas son iguales… unas desgraciad… —musita para sí mismo con amargura.

—Mamá dice que una chica linda como yo jamás debe decir palabrotas —lo corto—. Creo que aplica lo mismo para ti. No digas palabrotas, eres muy guapo.

Mi sinceridad lo hace dar un respingo en su asiento. Me mira con ojos agrandados por la sorpresa.

—¿Crees que soy guapo? —pregunta divertido.

Asiento con énfasis.

—Mucho… muchísimo, te noté desde que estabas en la barra —suelto incapaz de contener mi verborrea. Jamás he sido platicadora, pero esta noche parece que las palabras fluyen con voluntad propia. Deben ser todos esos vasitos para quitarme la timidez, como dijo Rita.

—¿Buscas que me sonroje, Natalia? —pregunta enarcando una ceja.

—Lo que busco es tener una noche espectacular, mi objetivo es que jamás se me olvide lo que pase hoy —suelto con un movimiento afirmativo de cabeza.




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