La cabeza me punza como si alguien estuviera dando saltos sobre mi cráneo. Suelto un quejido lastimoso. Tengo el estómago revuelto y el cuerpo adolorido, aunque, al prestar más atención, me doy cuenta de que se trata de un dolor más bien placentero.
Me estiro sobre la cama, el algodón de la sábanas acaricia mi piel mientras lo hago. No traigo puesta ni una sola prenda.
Abro los ojos de golpe, extrañada, yo siempre duermo con camisón.
Inspiro con brusquedad al no reconocer dónde me encuentro. Esta no es la habitación de Bea. Mi cerebro empieza a trabajar a toda marcha, tratando de encontrar una explicación. Debo estar en el apartamento de Rita, me digo para reconfortarme entre una miríada de pensamientos que agolpan mi cabeza.
En ese momento escucho una pesada respiración a mi lado. Me giro justo en el instante en el que Nando está despertando. Miro su enorme y sólido cuerpo desesperarse sobre la cama con toda la tranquilidad posible.
Estoy en el apartamento del Capitán Novoa, pasé la noche con él.
Trato de dar sentido a mis últimas horas de anoche. Mis recuerdos parecen enterrados bajo niebla, reí mucho, bebí una cantidad ridícula de alcohol, besé a Nando… repetidas veces.
Hice más que besarlo, me acosté con él. Me encuentro completamente desnuda en su cama sin una noción clara de las decisiones que tomé anoche.
Aferro la sábana contra mi cuerpo al tiempo que Nando toma asiento sobre el colchón. Aun con el rostro adormilado, es un hombre muy atractivo.
Lo miro en silencio, llena de pánicos y vergüenzas que plagan mi mente. No tengo idea de cómo actuar en estos casos, carezco de cualquier referencia que me indiqué qué hacer en al despertar en la cama de un extraño.
—Buenos días —saluda Nando con voz amodorrada.
—Buenos días —replico tensa, con la guardia alta y el corazón en la garganta.
—¿Dormiste bien? —pregunta frotando sus ojos para ajustar su visión.
Asiento despacio, dormir no fue un problema, pero mi despertar está siendo otra historia.
—Oye, hay algo que quiero preguntarte. Es un tema delicado, así que no te sientas obligada a responder sino lo deseas. ¿De acuerdo? —dice Nando—. ¿Es mi imaginación o anoche fue la primera vez que… estabas con un hombre?
Me arden las mejillas de la vergüenza, entre el malestar físico y el desconcierto emocional no sé ni dónde meter la cabeza.
De forma inesperada, Nando estira su mano para pasar suavemente mi cabello detrás de mi oreja. El gesto es simple, pero cargado de dulzura. Es algo que mamá suele hacer con frecuencia, por lo que yo lo relaciono en automático con cariño.
Experimento una constelación de emociones en mi estómago; aunque sigo abochornada, es agradable la forma en la que él siente la confianza suficiente para acomodar mi cabello. Se siente casi íntimo.
Afirmo tímidamente, con la vista clavada en mis manos.
—Rayos, lo siento mucho —se disculpa, removiéndose sobre la cama, como si no encontrara acomodo.
Alzo la vista de golpe, confundida por su disculpa.
—¿Por qué lo sientes? —pregunto con ojos grandes.
—Porque apuesto a que esperabas que tu primera experiencia fuera algo especial, no un encuentro de una noche —se lamenta—. No tenía idea, de otro modo, no te habría traído conmigo a casa.
Pienso en sus palabras. Hay verdad en ellas. Toda la vida asumí que mi primera vez sería una ocasión hermosa con flores y romance a borbotones. Habría sido lindo, es innegable, pero ese escenario se hizo añicos el día en que la Nana se presentó en mi hogar. Mi primera experiencia estaba destinada a ser con un extraño que el Buen Régimen eligiera para mí, sin importar si me agradaba, me atraía o siquiera me caía bien.
Al menos anoche fue mi decisión con un hombre al que encuentro guapísimo hasta el absurdo. No hubo romance, ni flores y mi juicio se encontraba nadando en un mar de vasitos, pero al menos tuve la elección. Nando me agrada, me atrae y me cae muy bien, es un mucho mejor escenario del que se dispuso para mí por las autoridades.
Cuando deseé tener una noche inolvidable, no era mi intención pasarla al lado de un hombre, pero ahora me alegro de haberlo hecho. Siempre recordaré a Nando, la última elección que fue solo mía.
—No te arrepientas, yo no lo hago —digo en voz suave.
Nando acaricia mi mejilla.
—Por supuesto que no me arrepiento, solo estoy pensando en ti. Odiaría que te sintieras mal por lo ocurrido —dice con tacto.
—Descuida, no me siento mal —le aseguro.
Nando me dedica una sonrisa tenue, luego mira su reloj.
—Aun tenemos tiempo antes de ir al MO, ¿qué te parece si preparo el desayuno? —sugiere atrayéndome hacia él para besarme.
Lo beso de lleno, amando volver a sentir sus labios contra los míos. Creí que el alcohol había tenido algo que ver para hacerme sentir que sus besos eran electrizantes, pero ahora compruebo que no es así. Sus labios lanzan descargas por mi ser aun sin alcohol de por medio.
Mi pulso se dispara. Conforme lo beso voy recordando fragmentos de la noche anterior, lo que sucedió en esta misma cama. Recordar me hace revivir las emociones que experimenté entre sus brazos, el descubrimiento de sensaciones que no sabía que existían.