Convénceme de caer

Capítulo 14

Despierto desorientada, sintiendo que llevo décadas dormida. Levanto la cabeza despacio, tengo el cuerpo entumido de tantas horas que llevo acostada.

Miro hacia la ventana, aún es de día, así que no pude haber dormido tanto como estoy suponiendo.

—¿Bea? —llamo con voz amodorrada.

No hay respuesta, Bea aun no vuelve de su reunión, lo cual reafirma que no dormí más que un par de horas a lo mucho.

Sofoco un bostezo al tiempo que mi estómago gruñe de hambre.

Me levanto de la cama y voy a la cocina a paso tambaleante, como un cervatillo aprendiendo a caminar. ¿Cómo fue que me entumí tanto por tomar una siesta? Al menos mi dolor de cabeza desapareció por completo, así que esa es una buena señal.

Abro la nevera y tomo uno de los yoghurts de Bea, esperando que no le moleste. Tomo una cuchara del cajón y luego me voy a la sala, para sentarme en tanto que calmo mi hambre.

Mientras como, recorro del apartamento con la mirada, preguntándome cuándo volverá Bea. Hoy debo presentarme ante el Ministerio de la Mujer para empezar mi vida de Vasija.

Sobre un librero hay un reloj digital. Ahogo una exclamación de sorpresa al ver que marca las 7 a.m.

Debe estar descompuesto, me digo a mí misma. Yo llegué al apartamento de Bea alrededor de las 8:30 a.m., ahora debe ser casi mediodía al menos.

Me pongo de pie y me asomo por la ventana. Es de día, aunque el sol no brilla con intensidad como una esperaría a estas horas. Me quedo pensativa un rato, algo parece fuera de lugar, aunque en un primer momento no logro decir qué.

Tras unos minutos, caigo en cuenta: Afuera no hay ni una sola persona, ni tampoco vehículos. La calle está desierta. Es un contraste inexplicable con mi primer día aquí cuando la zona bullía de vida.

Me quedo mirando por la ventana, esperando ver al menos una persona, pero el Distrito Central parece haberse convertido en un pueblo fantasma mientras dormía.

En ese momento escucho el cerrojo de la puerta. Me giro asustada mientras esta se abre. Pienso en esconderme detrás de un mueble, pero no hay suficiente tiempo.

Vuelvo a respirar en cuanto veo a Bea cruzar el umbral. Le sonrío aliviada, pero ella no me devuelve el gesto.

Bea se ve molida, tiene enormes bolsas bajo los ojos y su piel presenta un tono grisáceo, su uniforme está sucio y su cabello grasiento.

—Buenos días —me saluda sin entusiasmo antes de dejarse caer pesadamente sobre el sillón—. Lamento haberte dejado sola todo el día de ayer.

¿Ayer? Por instinto vuelvo a mirar el reloj digital. ¡En verdad son las 7 de la mañana! Eso significa que dormí casi un día entero sin darme cuenta. Ahora entiendo el entumecimiento y el hambre.

—¿Dónde estabas? —pregunto demasiado abochornada para confesarle que ni siquiera me di cuenta de su ausencia.

—Hubo un atentado frente al MO… llevamos desde ayer cazando Salamandras… —explica con el rostro aplastado contra el asiento acolchado—. De hecho, aún no acabamos, Max nos dio permiso de volver a nuestros hogares a comer y tomar un baño, pero debo presentarme a servicio en unas horas.

—En ese caso debes aprovechar para dormir —le recomiendo—. No te preocupes por mí, te prepararé algo de comer para cuando despiertes y luego veré la forma de llegar al Ministerio de la Mujer yo sola. Tú tienes deberes qué atender.

Bea alza el rostro y me mira con ojos apagados, se ve que caerá rendida de sueño en cualquier momento.

—Oh, respecto a eso… el MM está cerrado. De hecho, todos los ministerios no esenciales lo están. Se ha decretado un toque de queda tras el atentado, está prohibido salir a las calles a menos de que seas Caimán o tengas un permiso especial. Me temo que te tendrás que quedar aquí hasta nuevo aviso —me explica con cara de disculpa.

La noticia despierta una mezcla de reacciones en mí. Por una parte, me da miedo saber que la situación es tan delicada que las autoridades han decidido decretar un toque de queda, pero, por otra parte, me alegra muchísimo saber que aún tendré un poco más de libertad, aún si es encerrada en un apartamento.

—Lamento ser una imposición por más tiempo —me disculpo, consciente de que probablemente no le está gustando que un pequeño favor que debía durar un día se esté extendiendo tanto.

—Ni lo menciones —dice ella levantándose del sillón—. Es agradable tener compañía, en especial si hablabas en serio cuando dijiste que harías de comer. Muero de hambre.

Sonrió de oreja a oreja haciendo un gesto de asentimiento.

Bea se mete a su recámara para dormir un rato. Yo preparo el desayuno para las dos en tanto que ella descansa.

Trato de hacer el menor ruido posible para no despertarla. Me muevo por la cocina ligera, el agüero en mi corazón duele menos esta mañana.

Ayer al salir del apartamento de Nando me sentía usada y poco valiosa, pero hoy me encuentro menos devastada. Él es quien vale poco, aunque sea guapo y valiente, sigue siendo un hombre abyecto sin consideración por los demás. Si no respeta a su novia, mucho menos iba a respetarme a mí que soy una completa extraña. Me apena haberme entregado a él, yo también me falté al respeto en cierto modo, pero ya no quiero darle más lágrimas a Nando, ayer le di más de las que se merecía.




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