La Nana Amparo me proporciona un uniforme nuevo de Vasija y luego me da un recorrido por las instalaciones. El Centro de Maternidad ocupa el quinto y el sexto piso del edificio del Ministerio. El lugar es pulcro con paredes monótonas, a momentos da la impresión de ser un hospital.
Los pasillos y salones están prácticamente desiertos. La Nana justifica la ausencia de Vasijas diciendo que algunas de mis compañeras se están tomando unos días con sus familias, como si detrás de la decisión no existiera un motivo alarmante. Yo finjo que le creo, puesto que tampoco deseo pensar mucho en atentados y ataques enemigos.
—La mayoría de tus actividades tomarán lugar en el quinto piso, aquí te enseñaremos a ser una pareja y madre destacable —me explica la Nana mientras andamos por un corredor lleno de salones—. Tu grupo será el C. Recuerda que deberás presentarte en tu salón a las nueve en punto todas las mañanas. No toleramos la tardanza a menos de que tengas un motivo válido —dice en voz desabrida—. Procura llevarte bien con tus compañeras del grupo C y ellas te ayudarán a hacer más sencillo el proceso de adaptación a la vida de Vasija.
Asiento sin mucho entusiasmo mientras la sigo, mirando a uno y otro lado del pasillo. La Nana Amparo continúa hablando de forma mecánica, me queda claro que es un guión introductorio que ha repetido cientos de veces.
—Recuerda que no puedes comer grasas saturadas, azúcares en exceso y alimentos procesados, a menos de que tengas permiso explícito de alguna de las Nanas por ser una ocasión especial; las Vasijas tienen prohibido el consumo de alcohol y tabaco, no pueden conducir, ni visitar el Hospital Central a menos de que sean pacientes, no pueden subir a juegos mecánicos, ni hacer ninguna clase de deporte extremo, se les sugiere realizar ejercicios moderados… ¿Alguna pregunta hasta ahora, Natalia?
—Eh… no… ninguna —digo algo abrumada. Lo que más me preocupa es saber quién es el hombre con el que voy a vivir, pero no me atrevo a preguntárselo.
—Poco a poco irás aprendiendo las reglas que debes seguir. Si te surge cualquier duda, es mejor que lo consultes con una Nana antes de actuar. Así te ahorrarás muchos problemas. —dice ella mirándome sobre su hombro para de inmediato señalar hacia una puerta al final del corredor—. Ahora acompáñame, hay un tema delicado que debemos tratar.
Sigo a la Nana despacio, casi asustada, hasta un salón en donde hay una pequeña mesa redonda en la que caben cuatro personas. Las dos tomamos asiento alrededor de la mesa. Al sentarnos ella adopta una actitud solemne, como si se estuviera preparando para un gran discurso.
La miro desde mi asiento, empequeñecida y asustada, tengo las piernas contraídas debajo del asiento, la espalda tensa y el corazón en la garganta. La Nana ha hecho esto cientos de veces, pero este es mi primer día en este nuevo mundo y siento como si los muros se me vinieran encima.
La Nana Amparo se aclara la garganta y comienza a darme una vergonzosísima lección acerca de sexualidad humana.
No sé qué me incomoda más, los penosos detalles que da la Nana acerca del acto o el hecho de que en lo único en lo que puedo pensar es en Nando. Ella no tiene la menor idea de que su plática es innecesaria, que yo rompí la regla de esperar hasta la asignación y que hace unas noches experimenté en persona todo lo que ella me está describiendo.
Cada palabra de la Nana me da una imagen mental de Nando, de sus besos, sus caricias y su pasión. Mis mejillas se tornan coloradas, lo cual la Nana malinterpreta como un sonrojo derivado de mi inocencia. No la saco de su error. Si alguien se entera de la noche que pasé con Nando, no solo yo me meteré en problemas, sino muy probablemente también Bea y Rita.
—¿Alguna duda hasta ahora? —pregunta la Nana una vez que concluye su bochornosa explicación.
Niego con tanta fuerza que casi me provoco un tirón en el cuello.
—Bien, en ese caso. Es tiempo de conocer la identidad de tu pareja asignada —me informa al tiempo que me tiende un sobre color gris.
Miro el sobre un instante. Un sudor frío baja por mi espalda, dentro viene el nombre de mi pareja, el hombre con el que pasaré el resto de mi vida.
Tengo la impresión de que mi sangre dejó de fluir, siento una presión inmensa sobre mis sienes y las piernas comienzan a agarrotárseme de lo mucho que las tengo en tensión.
La Nana aguarda paciente a que reaccione. No me presiona, ni me exhorta a darme prisa, permite que me tome mi tiempo, respetando que este es un momento trascendental en mi vida.
Bajo su atenta mirada, extiendo la mano para tomar el sobre. Lo hago con mucho cuidado, parece que entre las manos tengo una bomba y no un pedazo de papel.
Abro el sobre con movimientos torpes y saco el papel que viene dentro. En el hay un nombre escrito: Nelson Nájera.
Miro el nombre impreso en tinta sin saber cómo reaccionar. Pensé que sería una gran revelación que cambiaría mi vida, pero ahora que lo tengo enfrente veo que sigo en la misma situación. El nombre no me revela nada en absoluto.
Alzo la vista para mirar a la Nana. Ella me sonríe ampliamente.
—¿Contenta? —me pregunta.
Inspiro despacio, jugueteando con el papel entre mis dedos.
—¿Quién es el señor Nájera? —inquiero tímidamente.