La mano del Caimán apunta en mi dirección con insolencia. Esta chiquilla me servirá, dice tranquilo, concluyendo que tenerme soluciona su problema.
Se me contraen las entrañas. Sus ojos me atraviesan como cristales, fríos, filosos e indiferentes. Ni siquiera se toma la molestia de mirarme bien, considerar si le gusto o aunque sea preguntar quién diantres soy.
A su modo de ver, soy joven y estoy aquí, con eso basta.
—¿Natalia? —pregunta la Nana alarmada, alternando sus ojos entre el Mayor y yo—. Eso no será posible… usted sabe que hay un proceso, el Comité debe determinar si son compatibles antes de…
—¡No me importa lo que piense el Comité! —ruge el hombre. Su paciencia se ha agotado. Vino con un propósito y está harto de recibir excusas—. He servido a esta nación por más de 50 años. ¿Me van a negar una insignificante recompensa? La quiero a ella. Es mi última palabra o tomaré acciones.
La Nana se encuentra entre la espada y la pared. La idea la horroriza, veo en su expresión que busca un modo de negarse. Su desesperación crece al mismo tiempo que la mía.
Arrugo el papel entre mis manos, devorada por un terror sordo que me paraliza.
Mi única esperanza es que la Nana resista a las exigencias del hombre. La miro desbordada de angustia, mi destino está en sus manos. Le imploro en silencio que me salve.
Ella quiere ayudarme, pero no sabe cómo sin ponerse en riesgo. El Caimán ya amenazó con denunciarla por falta de patriotismo…
Me hago añicos por dentro cuando la Nana cede.
—Bien, cómo usted guste, hablaré con el Comité para que se la asignen —dice agachando los ojos para no mirarme.
La expresión satisfecha del Caimán me muerde el corazón.
—No fue tan difícil, ¿verdad? Era innecesaria tanta resistencia, solo nos quitó el tiempo. Hágase a un lado, Nana, me llevaré a mi Vasija ahora mismo —dice el Mayor chasqueando los dedos para que me levante de mi asiento.
Me agarroto llena de escalofríos por todo el cuerpo. El miedo se vuelve un peso asfixiante que me impide respirar.
—Alto, Mayor —se impone la Nana—. Dije que hablaré con el Comité y se la asignaremos, pero no de inmediato. Debe darme al menos unas horas para arreglar este asunto, hay papeleo que hacer. Lo más conveniente es que mañana le entreguemos a Natalia.
La expresión del Mayor se agria, odia cualquier contratiempo.
—Pero…
—Mayor, por favor, comprenda que es mi obligación respetar el debido proceso. Mañana mismo tendrá a la chica, solo debe esperar unas horas —dice la Nana tratando de mostrar un poco de dignidad.
El Caimán resopla hastiado, la idea no le agrada en lo más mínimo, pero decide ceder. Ya se salió con la suya de cualquier modo, me tendrá tal como dispuso.
—Bien, espero a la chica mañana mismo. No aceptaré retrasos —dice él como si nos estuviera haciendo un generoso favor.
Mis hombros se hunden con el peso de la última mirada que me dedica el Caimán antes de darse la media vuelta. Su forma de mirarme me hace sentir más un objeto que una persona.
La puerta se cierra tras él. La Nana Amparo se queda con la vista clavada al frente, me da la impresión de que está repasando la interacción que acaba de tener con el Caimán.
—¿En verdad viviré con ese hombre? —pregunto indefensa y con el corazón lleno de espinas—. ¿Qué hay del señor Nájera?
Mi voz saca a la Nana de su ensimismamiento. Se gira en mi dirección, obligándose a sonreírme de un modo que pretende ser tranquilizador, pero resulta grotesco y nada convincente. Se siente fatal por mí, aunque trate de ocultarlo.
—Será necesario encontrarle otra Vasija al señor Nájera —dice con ojos apagados.
—Pero… yo preferiría… quiero decir, ese hombre es tan viejo —digo con la voz saturada de pánico.
—Es verdad que la edad del Mayor Buenfil es algo más avanzada que el promedio de los hombres a los que las asignamos —admite tan incómoda que no logra mirarme a los ojos—, pero es un héroe, ha hecho mucho por Aequitalia. Si lo piensas, deberías sentirte honrada de que te haya elegido.
—Pero no me agradó, fue grosero y… —confieso empequeñecida en mi sitio.
—Basta, no pienses así, con el tiempo le tomarás cariño —me interrumpe ella desechando mis palabras—. Ahora debo hablar con el Comité. Veré donde alojarte para que pases la noche mientras arreglamos este asunto.
La Nana me hace una indicación con la mano para que la siga fuera del salón.
—¿Puedo volver con Bea… quiero decir, con la Subteniente Bonilla? —pregunto en tono de ruego—. Ella ha sido muy amable conmigo, me sentiría mejor pasando la noche en un lugar familiar.
La Nana parece renuente a ceder, preferiría tenerme en las instalaciones del MM para vigilarme, pero, dado que mañana van a entregarme a los caprichos de un hombre viejo y desagradable, decide tenerme una pequeña concesión.
—Bien, si la Subteniente está de acuerdo, no veo problema en ello —accede con un gesto de asentimiento.
Dado que no tengo teléfono propio, la Nana me ayuda a contactar a Bea. Nuestra llamada es breve y críptica, puesto que no me siento en libertad de expresarme en compañía de la Nana Amparo. Simplemente le digo que hubo un retraso con mi asignación y que si me permite quedarme con ella una noche más. Bea acepta de inmediato, suena intrigada por saber qué paso, pero no hace preguntas, debe suponer que la Nana se encuentra cerca y que no puedo contarle mucho.