¿Alguna vez has sentido que ves tu vida pasar como si fuera una película? Como si todos tus amigos, familiares y hermanos pequeños —y molestos— estuvieran viviendo su día a día, mientras tú solo fueras un espectador medio distraído en lo que pasa frente a ti. Un camarógrafo observando sus actividades y conversaciones a través del lente de una cámara, en lugar de con tus propios ojos. Sintiéndote como un personaje secundario en tu propia historia.
Yo sí.
Un día eres pequeño, entras a un nuevo colegio y te haces amigo de la primera persona que conoces o con la que te toca sentarte. Aunque lo único que tengan en común sea que ambos escuchan a Blink-182 o que ven Ben 10 apenas llegan a casa. Después, parpadeas y ya tienes a tus padres preguntando:
<"¿Por qué te cuesta tanto hacer amigos?">
Como si fuera culpa de uno. Yo no nací con problemas, esos me los dieron... y me los apropié.
Esa pregunta me ronda cada vez que intento ignorar lo que tengo enfrente. Como ahora: las calles y casas de terrenos amplios y verdes pasan por el retrovisor y yo les voy poniendo nombres en mi cabeza: la casa de las rejas altas, la casa verde, la casa fea de ricos.
—¿Por qué la cara larga? —me interrumpió mi madre.
Un sonido extraño salió de mi boca; la idea era que fuera una respuesta.
—¿Ahora eres mudo?
—Digamos que el hecho de que a esta edad tu madre tenga que llevarte a la escuela no es mi idea de un buen primer día.
—Vamos, maximizas mucho tus problemas. Hay gente que podría estarla pasando peor que tú.
—¿Y eso cómo se supone que me alegre?
—Tienes salud —repuso.
—Hasta donde sabemos.
—Tienes vida —intentó salvar—; existes en un planeta hermoso y lleno de seres bellos —levanté las cejas—. Hay que disfrutar y verle el lado bueno al día a día. Vida solo hay una.
—Por suerte.
Pude escucharla poner los ojos en blanco. Mis padres no perdían la oportunidad de recordarme que era un pesimista patológico. Hacía tiempo que había abrazado mi naturaleza y aceptado lo que era. ¿Cuál era el punto de negarlo?
Suspiró y giró hacia mí.
—Pasaré por ti más tarde. Tengo que ir por la ropa a la tintorería, dejar la camioneta, llevar el coche a mantenimiento... —empezó su lista en voz alta, como siempre, incluso frente a desconocidos—. Ah, y tengo que ir a la junta de padres de Nano.
Solté una risa.
—¿Al fin te acorralaron para obligarte a ir?
—Sí —dijo con fastidio—. La última vez tu hermano no salía y tuve que bajarme por él. Me encontré con la directora y me puso contra las cuerdas. Dijo que era importante asistir a esas juntas para el "desarrollo" de nuestros niños. Como si a tu hermano le importara mi cara de desaprobación cuando me entrega calificaciones.
—No parece importarle mucho su colección de seises; incluso parece orgulloso —dije, mientras buscaba una canción en el teléfono—. No cualquiera puede mantener una colección tan exacta, ¿sabes lo difícil que es sacar un seis justo?
Mi madre me miró con desdén.
—Ojalá pudiera reírme como tú.
—Podrías intentarlo, no cuesta tanto trabajo... sobre todo cuando te ves enojada.
—Sí, claro. El día que tu hermano no tenga futuro por tu culpa...
—Wow, relájate. "Maximizas mucho tus problemas. Hay gente que podría estarla pasando peor que tú" —repetí su frase—. Además, eso no va a pasar. Nano es más inteligente de lo que crees. Y recuerda: tienes salud.
El coche se detuvo bruscamente en un semáforo y tuve que aferrarme a la puerta y al piso para no salir disparado. Odiaba su forma de manejar: siempre frenaba a última hora. No dije nada; un comentario habría desatado su discurso de "pues maneja tú si no te gusta".
—¡Caramba! —sí, esa era su palabra para algo "fuerte"; mi madre no decía groserías—. Justo lo que me faltaba, el semáforo infinito con el tiempo contado.
—No tendrías por qué afligirte. Puedo llegar perfectamente a la escuela sin escolta.
—¿Ah, sí? No me digas que ahora quieres hablar de eso.
Carajo. Justo el hoyo en el que no quería caer.
—No, de verdad no quiero.
Asintió satisfecha y volvió a mirar al frente.
—Me alegra, porque me molestaría tener que recordar el verano de detención que cumpliste y el año que perdiste por tus peleas y faltas.
—Era una pregunta retórica, ¿verdad?
—Tienes suerte de que aceptaran que regresaras este año. No es fácil que otra escuela reciba a alguien con un historial manchado. Tu vida académica pudo haber terminado.
—Ojalá que esta conversación sí termine.
Llegamos a la entrada de la escuela. Vi a varios compañeros bajándose de sus autos: algunas caras conocidas, otras nuevas. Mis antiguos compañeros ya estaban en tercero.
—Aquí déjame, está bien —dije, buscando algo en mi mochila.