Coplas Para Una Niña

Capítulo 4

Michelle decidió ir a acompañar a Morgan al Museo de Arte de Londres, junto con la tía de esta, la Duquesa de Dewcastle. La temporada estaba por finalizar, así que los museos y los teatros estaban vacíos. Morgan siempre le había encantado el arte y le explicaba cada obra; pero Michelle apenas pudo escucharle una cuarta parte de lo que decía.

―Y esa es la razón por la cual Leonardo Da Vinci siempre...―Morgan se detuvo―¿Me estás escuchando?

Ella se sobresaltó y la miró―Claro Morg.

―¿Qué fue lo que dije?

―Que Leonardo Da Vinci es un perezoso porque no le gustaba terminar lo que empezaba.

Morgan la observó por un rato―Michelle ¿Qué te sucede? Haz estado muy callada, lo cual es raro en ti que te encanta dar tu opinión en todo.

―No es nada―le dijo mientras se arreglaba las faldas

―Tienes ojeras ¿No dormiste bien anoche?

―Sí, si dormí, es solo que... necesito tomar un poco de aire fresco.

―¿Quieres que te acompañe?

―No, está bien. Iré sola. Vuelvo enseguida.

―Michelle no puedes ir sola a ningún lado.

―Te aseguro que no tardaré nada.

―No tardes tanto, no quiero estar sola con mi tía mucho tiempo.

 

Michelle trató de sonreír―De acuerdo.

Michelle no salió del museo sino que subió al segundo piso, donde casi no había nadie y se fijó en una obra en particular.

En realidad, no estaba viendo nada, solo estaba sumergida en sus pensamientos. Se preguntaba como no podía quitarse a alguien de la cabeza, el cual solo lleva dos días en su vida, pero luego pensó que tenía la respuesta solo que no la quería aceptar.  Sus padres murieron de cólera y Morgan la había llevado a su casa, sin embargo no era lo mismo de estar con sus padres.

―¿Le gusta esa pintura, Señorita?―le preguntó un hombre de mediana edad.

Michelle vio la obra y era horrenda―Sí, señor. Es... Interesante.

―A mí también me gusta, no es como las demás.

―Así es.

 Ella quería escapar de allí, no tenía ganas de entablar conversación con nadie.

―Sí usted me permite, podría enseñarle las mejores.

El hombre sonrió dejando ver su diente de oro.

―No, muchas gracias. Me están esperando.

El hombre la tomó del brazo―Insisto señorita venga conmigo. Le aseguro que no se arrepentirá.

―No, muchas gracias yo...

Michelle sintió una mano en su cintura.

―¿Tiene usted algún problema con mi prometida?

Ella miró a Anthony: Estaba enojado. Luego miró al viejo regordete: Estaba asustado.

―¿Su prometida?

―Sí, mi prometida. ¿Le ha causado algún problema?

El hombre negó rápidamente con la cabeza.

―No, mi lord. Yo... solo pretendía mostrarle el museo.

―¿Usted? Yo puedo hacerlo perfectamente.

―De eso no me cabe la menor duda, milord―y al decir esto se fue.

Michelle le quitó la mano de Anthony de su cintura.

―Pero ¿Qué hiciste?―le reprochó ella mientras se cruzaba de brazos.

―No puede ir diciendo que soy su prometida. No tiene ningún derecho.

Anthony la fulminó con la mirada―Tienes razón. No soy nadie.

Michelle acomodó su guante―¿Qué hace aquí?

―Fui a Westhampton House y me dijeron que estabas aquí, así que vine.

―¿A qué ha venido?

―Vine a despedirme. Me voy a Francia.

Michelle sintió como el piso se abría y la tragaba al escuchar esas palabras.

―¿Por qué? Usted no tiene por qué irse. Yo entiendo su posición y la respeto.

―Es la única forma que tengo.―la interrumpió él― de poder controlarme para no abalanzarme a ti cada vez que te vea―le dijo él con dureza―¿Crees que voy a ser capaz de mirarte sin querer besarte? ¿Sin hacerte mía? No entiendo, qué has hecho para que te desee tanto.

Ella abrió los ojos―Anthony…

―Solo hay una sola forma, pero no lo puedo hacerlo. Lo siento.

Michelle se limpió la mejilla―Muy bien, entonces... que tengas un buen viaje―y al decir esto se marchó

 

 

 

 

Anthony estaba de pie en el muelle, esperando que su barco zarpara. Mientras miraba a los pasajeros llegar, se preguntaba si estaba haciendo lo correcto, si no se arrepentía después. Como deseaba que ella lo entendiera. Y  como deseaba estar con ella.

 




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