━━━━━━━━╰☆╮━━━━━━━━
Era una ajetreada mañana en el puerto principal de las Islas del Sur debido a que la comitiva del duque de Weselton finalmente zarparía después de varios días de negociaciones. Los marineros se apresuraron a cargar los víveres en el barco, mientras el duque los observaba a todos, fúrico. Iban a zarpar con dos días de retraso, lo cual era algo completamente inconcebible. ¡No alcanzaría a llegar a su ducado! ¡Tal vez ni siquiera a tiempo para llegar a la coronación de su socia comercial más cercana! Y eso se los hizo saber a los marineros, no con muy buenas palabras. Recibió, a su vez, varios tipos de reacciones, desde las más inocuas como la total y completa indiferencia, hasta las más indignantes de ciertos marineros que les importaba poco mantener sus trabajos.
Sin embargo, hubo un comentario extraño que llamó su atención:
—¿La coronación de la reina de Arendelle es tan pronto? Como la princesa Anna aún sigue por aquí, creí que la habían aplazado.
Impaciente, el duque iba a explicar a ese don nadie sobre la cantidad infinita de preparativos que se requieren para una ceremonia tan importante como lo era la coronación de un monarca, por lo cual era casi imposible modificar la fecha, hasta que cayó en cuenta que había pronunciado el nombre de la princesa de Arendelle.
—Si, señor duque —se apresuró a contestar el marinero al cuestionamiento sobre cómo sabía que era ella específicamente—. La vi desembarcar en el puerto del otro lado de esta isla junto con su escolta. Su barco tenía dibujado en sus banderas el emblema de la flor de Azafrán, estoy seguro.
Claro, esa flor era el escudo oficial de su reino vecino, si mal no recordaba. Pero pensar que la princesa aún estuviese en las Islas del Sur faltando tan pocos días para la ceremonia de asunción de su hermana era simplemente absurdo. O al menos, eso es lo que pensó en ese momento, mientras se alejaba del hombre y abordaba su nave. Porque un par de minutos después su visión del asunto sería radicalmente diferente.
Como estaba de mal humor, tan pronto como la nave zarpó empezó a dar órdenes a su comitiva casi gritándoles, los cuales rápidamente lo dejaron hablando solo en cubierta.
Era una mañana algo helada, pero el sol brillaba con intensidad y una suave neblina se esparcía por los canales. Los vidrios de los anteojos del duque se empañaron, por lo que, se los sacó, limpiándolos con un blanco pañuelo de seda.
Fue en ese instante que escuchó a lo lejos una voz.
Grave.
Fuerte.
Muy nítida.
—¡Deténgase, princesa Anna!
Sus anteojos estuvieron a punto de resbalarse de las manos. Se los colocó y elevó la mirada hacia una de las quebradas que rodeaba el barco.
Y allí, en la cima de un precipicio rocoso y escarpado, pudo distinguir la figura de una mujer con trenzas. Trató de agudizar la vista, pero la humedad del ambiente lo obligó a quitárselos de nuevo.
—¡Princesa Anna, cuidado! —escuchó la misma voz.
Corrió hasta la barandilla de estribor. Volvió a colocarse los lentes.
La mujer ya no estaba allí.
Aunque tan pronto como se percató de esto último, logró también sentir el ruido de una zambullida entre la costa y su barco. Buscó con la vista y finalmente pudo ver un remolino de agua color blanco que indicaba que un cuerpo se había sumergido en ese lugar.
Y que nunca volvería a la superficie, porque el duque pudo ver claramente como una mancha roja teñía las aguas donde el remolino se había formado. Esa no era una altura donde pudiese sobrevivir nadie.
┏━━━━━•❅•°•❈•°•❅•━━━━━┓
El vaho de los cortesanos y dignatarios que estaban en el gran salón se hizo visible, como si de pequeñas nubes blancas se trataran. Muchos comenzaron a sobarse sus manos, tratando de soplar el aliento cálido entre los dedos que se estaban quedando rojos por la inesperada y abrupta baja de temperatura. Pero ninguno de ellos le tomaba la menor importancia a estos detalles. Todos los presentes tenían los ojos puestos en una persona en ese minuto, persona regente del reino y, por lo recién expuesto, única superviviente de toda su familia: la reina Elsa de Arendelle.
En esa infinidad de rostros y miradas, la reina se hallaba de pie, sola, quieta e inexpresiva como una fría estatua. Escuchaba los sollozos que empezaban a hacer eco en el Gran Salón. Ella suponía que eran las damas de compañía, sirvientes y soldados que habían conocido a Anna en persona y la habían visto crecer corriendo por los pasillos del castillo. Sin embargo, a pesar de la humedad en sus pestañas, y el peso en su pecho, Elsa no había derramado ni una sola lágrima. No había emitido ningún sonido de pesar, tampoco.
Por una parte, no podía permitirse sentir.
Y por otra, mientras el duque terminaba su narración, ella había fabricado un poderoso argumento en contra de su historia.
Una idea a la cual se aferraba con todo su ser. Con todas sus esperanzas.
—Fue así como lo supe, su Majestad. Mis más sentidas condolencias por su pérdida —siguió hablando el duque de Weselton, avanzando dos pasos hacia Elsa—. Sé cómo debe sentirse. Hace tiempo cuando yo era niño...
—Creo que este no es el momento para contar una de sus anécdotas, señor duque —habló Kai, de repente, para sorpresa y malestar del duque.
Editado: 16.04.2022