El sol se asomaba a través de las cortinas, despertando a Emily. Se sentó a la orilla de la cama, sabiendo en el fondo que era un día más. Con un suspiro, se levantó y comenzó su rutina matutina. Después de cepillarse los dientes y arreglarse el cabello, se puso una camisa de botones, un saco, una corbata y una falda que le llegaba hasta las rodillas. Finalmente, se calzó unos tacones negros.
Bajó las escaleras y caminó hacia la cocina, donde agarró una bolsa de papel con el sándwich que se había preparado la noche anterior. Al cerrar el refrigerador, comenzó a sonar "Milkshake" de Kelis en la radio.
Salió a la calle y, desde su punto de vista, notó cómo los hombres y algunas mujeres la miraban fijamente. Otras mujeres la observaban con desprecio. Tratando de ocultarse, aceleró el paso. Llegó a una acera donde tenía que cruzar, pero la presión de las miradas la hizo cruzar en rojo, causando un caos de accidentes detrás de ella mientras los conductores frenaban bruscamente.
Emily continuó apresurándose hasta llegar al hotel donde trabajaba, justo cuando la canción de fondo terminaba. Entró a la cocina, dejó su almuerzo y se dirigió a la recepción, donde saludó amablemente a las otras recepcionistas, quienes le rodaron los ojos en respuesta. Emily sonrió incómodamente y miró hacia la nada.
Un hombre alto, de tez morena clara, ojos negros, barba incipiente y cabello lacio y alborotado de color güero, entró a la recepción.
—Buenos días, señorita —dijo, apenas mirándola.
—Buenos días, ¿qué se le ofrece? —preguntó Emily, un poco sorprendida por lo poco que la miraba el extraño.
—Quiero una habitación, por favor, para siete días y seis noches —respondió, sacando su cartera.
—Bien, tengo una en el cuarto piso, habitación 6B —dijo, asegurándose de que él quisiera esa habitación.
—Sí, está bien esa habitación —dijo, dándole su tarjeta para pagar.
La poca atención que este misterioso hombre le daba a Emily sorprendió a todos. Las otras recepcionistas comenzaron a coquetearle, pero él apenas les prestaba atención o solo les agradecía brevemente.
—¿A nombre de quién sería la habitación? —cuestionó Emily.
—Gavin Sharpe —contestó.
Emily lo registró, y Gavin tomó sus maletas y se dirigió a su cuarto. Emily lo observó, intrigada e interesada. Las recepcionistas se burlaron de ella, pero Emily las ignoró y se volteó hacia el mar para reflexionar.
En la tarde, mientras comía su almuerzo, tomó una decisión. Le marcó a su madre y le dijo que quería hablar con Faustos.
Repentinamente, el mar se agita y emergen hombres con armaduras amarillas, brillantes bajo el sol de Zihuatanejo. Emily, observando desde la orilla, se da cuenta de lo que está ocurriendo. Las personas que disfrutaban de la playa entran en pánico y corren despavoridas. Los hombres armados comienzan a disparar indiscriminadamente, mientras más soldados atlantes salen del mar. La policía llega rápidamente, pero sus esfuerzos son inútiles; las balas rebotan inofensivamente contra las armaduras de los invasores.
—¡Oigan! —exclamó Emily, tratando de atraer su atención.
Los atlantes voltearon a verla.
—¡Es la princesa! —exclamaron todos, apuntando sus armas hacia ella y abriendo fuego.
Emily, con rapidez y agilidad, esquiva los disparos y se cubre tras una pared cercana. Observa un bote de agua a su alcance. Extiende la mano y el agua sale disparada de la botella, formando una esfera en el aire antes de lanzarla hacia uno de los hombres, derribándolo y dejándolo fuera de combate. Los atlantes se distraen momentáneamente, dándole a Emily la oportunidad de salir de su escondite.
Separa el agua en sus dos manos y corre hacia los atacantes. Mientras los atlantes disparan, Emily se mueve con velocidad y precisión, esquivando los proyectiles y lanzando ráfagas de agua que derriban a sus enemigos uno por uno. Sus movimientos son fluidos, combinando las ráfagas de agua con patadas y golpes precisos, demostrando una destreza tanto en el combate físico como en el control de su elemento.
En medio del caos, un atlante apunta a Emily por la espalda. Justo cuando está a punto de disparar, una flecha explosiva atraviesa el aire, impactando en el arma del atlante y haciendo que explote, dejándolo fuera de combate. Emily se da vuelta, buscando al autor del disparo, y ve a Gavin Sharpe, armado con un arco y flechas, una mirada decidida en su rostro.
Emily asiente en agradecimiento mientras Gavin se une a ella.
—De nada —dijo Gavin.
—No pensé que alguien como tú supiera usar el arco —comentó Emily, sorprendida.
—Pues ya viste que sí. ¿Qué está pasando, señorita...? —dijo Gavin, esperando una respuesta.
—Lo siento, dónde están mis modales. Soy Emily Waters —respondió—. Y lo que está pasando es que mi medio hermano está en busca de matarme, creo —supuso.
—Ya veo, cosas de hermanos —dijo Gavin, con una ligera sonrisa.
Faustos emergió del agua. Gavin le apuntó con el arco y una flecha, desconfiado por lo que acababa de suceder. Emily lo detuvo.
—No le dispares —dijo ella.
—¿Por qué? —cuestionó Gavin.
—Princesa —dijo Faustos, inclinándose.
—¿Princesa? —preguntó Gavin, aún más confundido.
— Su madre me llamó y me dijo que quería hablar conmigo —comentó Emily, acercándose a Faustos.
—Así es —dijo Faustos, asintiendo.
—¿Alguien me puede explicar qué pasa aquí? —preguntó Gavin, todavía desconcertado.
—¿Es amigo tuyo, Emily? —preguntó Faustos, refiriéndose a Gavin.
—Él es... sí, mi amigo —dijo Emily, resignada.
—Ya veo, el primer amigo que veo. Faustos, un gusto —dijo, estrechando la mano de Gavin.
—Gavin Sharpe —respondió Gavin, devolviendo el saludo.
—Bueno, ¿de qué quería hablar? —preguntó Faustos, intrigado.
—Acepto ir a reinar a Atlantis —respondió Emily con determinación.
—Entonces acompáñame —dijo Faustos, dirigiéndose al mar.