Coral Crusader

El comienzo de algo

Al día siguiente, en la habitación de Gavin, Emily despertó en la cama, extrañada por no reconocer el lugar. Miró las almohadas en el sofá frente a ella y se incorporó lentamente mientras Gavin entraba a la habitación, cerrando la puerta detrás de él.

—Al fin despiertas —dijo acercándose.

—¿Qué pasó? —preguntó Emily, confundida.

—Pasó que te quedaste dormida en pleno pasillo después de venir a pedirme ayuda —contestó Gavin, sentándose en la cama—. ¿Tuviste un día pesado, verdad? —cuestionó.

—Sí —respondió Emily, cabizbaja, recordando a Faustos.

—¿Qué pasó allá abajo? —preguntó Gavin, dudoso.

—Él murió —contestó Emily, con los ojos llorosos.

—Oh, rayos. ¿Puedo...? —preguntó Gavin, vacilante.

—Sí, por favor —respondió Emily.

Gavin la abrazó y Emily se soltó, sollozando en el hombro de Gavin. Mientras tanto, en Atlantis, Marcus se encontraba junto al cuerpo de Faustos.

Al día siguiente, en la habitación de Gavin, Emily despertó en la cama, extrañada por no reconocer el lugar. Vio unas almohadas en el sofá frente a ella cuando Gavin entró en la habitación y cerró la puerta detrás de él.

—Al fin despiertas —dijo acercándose.

—¿Qué pasó? —preguntó Emily, confundida.

—Te quedaste dormida en pleno pasillo después de venir a pedirme ayuda —contestó Gavin, sentándose en la cama—. ¿Tuviste un día pesado, verdad? —cuestionó.

—Sí —respondió Emily, cabizbaja, recordando a Faustos.

—¿Qué pasó allá abajo? —preguntó Gavin, dudoso.

—Él murió —contestó Emily, con los ojos llorosos.

—Oh, rayos, ¿puedo...? —preguntó Gavin, extendiendo los brazos.

—Sí, por favor —respondió Emily.

Gavin la abrazó. Emily se soltó y sollozó en el hombro de Gavin. Mientras tanto, en Atlantis, Marcus se encontraba con el cuerpo de Faustos.

—¿No podías quedarte sin hacer nada, verdad? —cuestionó Marcus, lleno de ira—. ¡¿Verdad?! —exclamó, pateando sin piedad el cuerpo sin vida de Faustos—. ¿Te gustó eso, perra?

—Señor —dijo un soldado, interrumpiendo.

—¿Qué pasa? —cuestionó Marcus, volviéndose hacia él.

—Sabemos a dónde va su hermana —respondió el soldado.

—Enséñame —dijo Marcus, escupiendo sobre el cuerpo de Faustos antes de seguir al guardia.

Llegaron al centro de mando cerca del cuerpo y le mostraron que Emily iba a ir por el tridente de Poseidón. Marcus se enfureció.

—Manda guardias por ellos. No hay que dejar que una maldita mestiza tome el trono —ordenó Marcus.

—Sí, señor —respondió el soldado, apresurándose a cumplir la orden.

De vuelta al hotel, Gavin y Emily se separaban del abrazo.

—Ahora sí, cuéntame, ¿qué está pasando? —cuestionó Gavin, curioso.

—Pues tenemos que ir a buscar el tridente de Poseidón. Es el único que podría ayudarnos con todo este caos —respondió Emily.

—¿Dónde empezamos? —preguntó Gavin.

Emily se levantó y puso el mapa que le dio Faustos sobre la mesa.

—Pues en el Sahara, en Egipto —respondió.

—¿Es neta? —cuestionó Gavin, sorprendido.

—Sí —respondió Emily, con firmeza.

—Bien, prepararé mis cosas. Te espero cerca del muelle —dijo Gavin.

Emily asintió y salió del hotel. Regresó a su casa, donde su madre la recibió. Emily habló con su madre y se despidió, explicándole la importancia de su misión. Poco después, se dirigió al muelle, donde se encontró con Gavin.

—¿Lista? —preguntó Gavin, con una sonrisa de apoyo.

—Sí —respondió Emily, con determinación.

Subieron al helicóptero y se dirigieron al Sahara, el desierto dorado que ocultaba el poder ancestral del tridente de Poseidón. Mientras volaban, Emily miraba por la ventana, recordando las palabras de Faustos y la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Sabía que no solo estaba luchando por el trono de Atlantis, sino por la paz y el futuro de ambos mundos.




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