Thalassa – Presente
El aire en el bosque olía a humedad, a raíces viejas… y a él.
No necesitaba girarse para saber que Lyrian la seguía.
Podía sentirlo.
Como un rastro de sombra que se arrastraba por su espalda, quemándole la piel.
Se detuvo junto a un árbol.
El tronco era grueso, retorcido. Como ella.
—¿Te enseñaron a seguir mujeres o lo aprendiste solo?
—Solo sigo a las que parecen a punto de romperse.
—Entonces deberías estar siguiéndote a ti mismo.
Lyrian soltó una risa baja.
Cansada.
Como si fuera la primera vez que alguien le respondía sin miedo.
Sin filtro.
Se acercó un paso.
Luego otro.
Y cuando estuvo lo suficientemente cerca para oler el salitre de su piel, habló.
—¿Por qué huyes cada vez que me acerco?
—Porque cada vez que estás cerca… quiero hacer cosas que no me permito.
—¿Por ejemplo?
Ella lo miró con la mandíbula apretada.
Y sin responder, giró y se alejó otra vez.
Pero él no la siguió.
Esta vez, se quedó quieto.
Y eso la descolocó más que cualquier provocación.
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En el refugio – Más tarde
El viento cambió al atardecer.
Los niños híbridos dejaron de reír.
Los adultos entrenaban más tensos.
Y el mar… comenzó a moverse sin motivo.
Thalassa y Lyrian lo notaron al mismo tiempo.
—¿Sientes eso? —preguntó ella, con la mirada clavada en las olas.
—No es solo marea.
Es energía.
Antigua.
Un escalofrío le recorrió la nuca.
El agua no temía fácilmente.
Pero esta vez…
parecía retroceder.
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Reunión de emergencia
—Una corriente vino desde el sur con restos de sangre —informó uno de los híbridos.
—¿Humana? —preguntó Thalassa.
—No.
Sirena.
Lyrian frunció el ceño.
—¿Qué tipo?
—De linaje puro. Con canto sellado.
Thalassa se congeló.
Las sirenas de linaje puro habían sido exterminadas hacía décadas.
O eso creía.
—¿Dónde? —preguntó ella.
—Cerca de la grieta de obsidiana. El abismo dormido.
Lyrian y Thalassa se miraron.
Y por primera vez… no hubo burla entre ellos.
Solo reconocimiento.
Algo había despertado.
Y venía por ellos.
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Esa noche
Ella no podía dormir.
Él tampoco.
Thalassa salió al risco.
El cielo estaba cubierto de nubes y el mar se agitaba bajo ella.
Lyrian apareció minutos después.
—¿Qué haces aquí?
—Buscando no sentir.
—¿Funciona?
—Contigo cerca… nunca.
Ella lo miró.
—¿Y tú? ¿A qué le tienes miedo?
Lyrian bajó la mirada.
—A que si te toco… me guste demasiado como para volver a soltar.
El silencio fue un cuchillo.
Y la tensión… un hilo a punto de romperse.
Ella dio un paso.
Luego otro.
Hasta que sus labios quedaron a centímetros.
Y entonces…
no se besaron.
Pero se miraron como si acabaran de hacerlo.
—
Mientras tanto – En el abismo
La criatura avanzaba.
Cada brazada era una grieta nueva en el equilibrio.
Y en su voz, un susurro:
“Ven, fuego y sombra.
Que yo los convertiré en marea.”