Thalassa – Presente
Estaba cansada.
Pero no de su cuerpo.
De su silencio.
De sus ganas.
De esa condenada necesidad que llevaba semanas agitando entre las costillas, cada vez que Lyrian estaba cerca.
Esa noche lo buscó.
No lo admitió en voz alta, ni siquiera para sí misma, pero sus pies la guiaron al límite del risco.
Donde siempre lo encontraba.
Donde él la esperaba sin saberlo.
Y ahí estaba.
De espaldas, sin camisa, con el cabello suelto y los músculos tensos como si el mundo pesara sobre ellos.
—¿Vienes a arrojarme al mar? —preguntó sin girarse.
—Si supiera que nadarías hasta el fondo… tal vez.
Se sentó a su lado.
Cerca.
Demasiado cerca.
El silencio los abrazó.
Pesado.
Lleno de todo lo que no se decían.
Hasta que él rompió la tensión.
—Hoy te escuché gritar bajo el agua.
Ella se tensó.
—No fue un grito. Fue…
una visión.
—¿Otra?
Asintió.
—Vi un cuerpo que no respiraba, pero tampoco moría. Y una corona hecha de escamas rotas.
—¿Sabes lo que significa?
—No. Pero sí sé que esa criatura… me está llamando.
Lyrian la miró de reojo.
—¿Y si ya te está arrastrando?
Ella lo miró con furia.
—¿Y si no eres tú quien debe salvarme?
—Tal vez.
—Pero aun así…
—no dejaría que te hundas sola.
Sus palabras la paralizaron.
Y entonces, ella hizo algo que no había hecho en mucho tiempo.
Se inclinó hacia él.
Y lo besó.
No con dulzura.
Sino con rabia.
Rabia por todo lo que sentía.
Por todo lo que temía.
Y por todo lo que no podía controlar.
Él respondió.
Sus bocas se encontraron con hambre.
Sus manos se buscaron como si ya se conocieran.
Y cuando ella se sentó sobre él, con las piernas a cada lado, el deseo tembló entre ambos.
Pero entonces, ella se apartó.
—Aún no —susurró.
—No quiero que seas mi escape.
Quiero que seas mi elección.
Y se marchó, dejándolo jadeando, ardiendo, y más cerca de caer que nunca.
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En las profundidades
La grieta se ensanchó.
Una mano surgió del abismo.
Y los peces huyeron.
“El deseo los romperá.
Y yo cruzaré por las grietas que dejen abiertas.”