Thalassa – Presente
No podía dormir.
Otra vez.
Desde el beso, desde ese roce que ardía más que cualquier llama, no lograba encontrar paz.
El agua ya no era suficiente.
El silencio tampoco.
Y su cuerpo… estaba despierto.
En alerta.
Deseando cosas que no debía.
Caminó descalza hasta el acantilado, como cada noche.
Buscaba el viento.
Buscaba el mar.
Pero esta vez no estaba sola.
—No pareces del tipo que repite rituales —dijo Lyrian, sentado en su lugar habitual, con la mirada fija en la oscuridad.
—Y tú no pareces del tipo que no sabe lo que quiere —respondió ella.
—Ese beso fue un error.
—¿Lo fue?
Se acercó, lenta, con la piel erizada por el frío.
Él no se movió.
—¿Quieres saber por qué me fui? —preguntó ella, ahora frente a él.
—Dímelo.
—Porque sentí que, si seguía… ya no me podría detener.
Lyrian la miró.
Sus ojos eran fuego escondido.
Y sus labios, una grieta a punto de romperse.
—¿Y ahora?
Ella sonrió con amargura.
—Ahora quiero que me toques…
pero no sé si estoy lista para no huir después.
—Yo no quiero tu huida, Thalassa.
—Quiero tus gritos.
—Tu caos.
—Tu sombra.
—Y tu deseo.
Sus palabras la quebraron.
Porque no sonaban como un juego.
Sino como verdad.
Y eso… dolía más.
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Más tarde – En sueños
Thalassa flotaba.
El agua estaba roja.
Y una voz, tan antigua como el tiempo, susurró:
“Tú no eres reina.
Eres carne.
Eres traición.
Y si abres la puerta al deseo… me dejarás entrar.”
Cuando despertó, estaba empapada.
Y su garganta ardía.
Había gritado.
Otra vez.
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Lyrian – Mientras tanto
No era hombre de temblores.
Pero esa noche, mientras golpeaba el tronco del campo de entrenamiento una y otra vez, con los nudillos ensangrentados, lo sintió:
Estaba perdiendo el control.
Pensaba en ella.
En su voz.
En cómo se sentía tenerla encima.
Y en cómo dolía no poder volver a besarla.
No porque no quisiera.
Sino porque sabía que si lo hacía…
se entregaría por completo.
Y eso…
era más peligroso que cualquier enemigo.
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En el abismo
La criatura alzó la mirada.
“Ella tiembla.
Él arde.
Y yo…
ya casi estoy aquí.”