La primera vez que lo soñó, el mar estaba en calma.
Neriah flotaba entre sombras líquidas. Sus cabellos danzaban con la corriente, y una voz, suave como el susurro del viento, la llamaba por su nombre. No había miedo. Solo un dolor sordo en el pecho. Un anhelo antiguo. Un vacío que no sabía cómo llenar.
Sus manos brillaban bajo el agua.
Su piel parecía… otra.
Y entonces despertaba, empapada en sudor, con el eco de un canto que no pertenecía a este mundo.
Durante años creyó que eran solo sueños.
Historias.
Imaginaciones de una niña abandonada.
Hasta que una noche, el mar dejó de soñar con ella…
y fue ella quien lo escuchó de verdad.