El mar siempre había sido su lugar prohibido.
El lugar que su madre le advirtió que no pisara.
El lugar que la hacía soñar… y temblar.
Neriah se despertó jadeando.
Otra vez, el mismo sueño.
Sombras en el agua.
Ojos brillando entre algas.
Una voz susurrando su nombre como si lo conociera mejor que ella misma.
Se levantó con el cuerpo empapado en sudor y la garganta seca, como si hubiera gritado en otro idioma durante toda la noche.
Abrió la ventana. El viento salado del amanecer le golpeó el rostro.
Vivía en un pueblo costero, sí, pero jamás había nadado en el océano.
No por miedo al agua.
Sino porque cada vez que se acercaba… algo dentro de ella reaccionaba.
Una presión en el pecho.
Un temblor en los dedos.
Una sensación que no sabía si era nostalgia… o advertencia.
—Feliz cumpleaños, rara —dijo su mejor amiga, Ayla, cuando la encontró en la cocina.
—Gracias, dramática —respondió Neriah, fingiendo una sonrisa.
—¿Otra vez soñaste con el mar?
Neriah bajó la mirada.
Ayla siempre había estado ahí. Pero había cosas que no podía explicarle.
Como por qué, al mojarse, su piel brillaba en ciertos lugares.
O por qué, cuando lloraba, sus lágrimas sabían a sal de forma más intensa que cualquier otra cosa.
Ese día, al salir a caminar por los acantilados, algo cambió.
El viento se detuvo.
El mar, normalmente inquieto, quedó en calma absoluta.
Y entonces lo escuchó.
“Neriah.”
No era su imaginación.
No era un sueño.
Era una voz real.
Dulce. Antiguamente rota.
Como si el océano hablara por fin con palabras.
Sus piernas se doblaron. Cayó de rodillas, con las manos en los oídos.
Pero no pudo evitarlo.
Las olas comenzaron a subir.
Y entre la espuma… una figura apareció.
No humana.
No del todo.
Ojos grises como tormenta. Cabello negro como la noche.
Y una piel tan pálida que parecía luz atrapada en sombra.
La figura no dijo nada.
Solo la observó.
Y luego desapareció entre las aguas.
Neriah gritó.
Y el mar… rugió con ella.
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Daryan – Al otro lado del continente
El informe llegó como todos los días: frío, preciso, inquebrantable.
Pero algo lo detuvo.
“Actividad anormal en la costa sur. Presencia no identificada. Rastros de sangre abisal.”
Daryan cerró los ojos.
Ese nombre…
esa sangre…
No podía ser.
Las sirenas habían desaparecido hacía más de cien años.
Las últimas fueron cazadas, traicionadas por su belleza… y su poder.
Y si una quedaba con vida…
debía morir.
Eso le enseñaron.
Eso juró.
Pero su pecho dolía.
No por miedo.
Por algo peor.
Por atracción.