Neriah – Presente
El amanecer no fue dorado.
Fue gris.
Como si el mundo supiera que algo dentro de ella comenzaba a romperse… y a construirse de nuevo.
Thalassa no le dio tiempo a pensar.
—Levántate. El agua no espera.
La llevó al borde del acantilado, donde las olas golpeaban con furia y el viento cortaba como cuchilla.
Neriah temblaba.
No solo de frío.
De miedo.
—¿Por qué aquí?
—Porque si puedes sobrevivir al mar así… podrás sobrevivir a lo que viene.
—¿Y qué viene?
Thalassa la miró.
Sin suavidad.
Sin consuelo.
—Guerra.
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Entrenamiento – Día uno
El primer día fue brutal.
Thalassa le enseñó a respirar bajo el agua no con magia, sino con control.
A escuchar el llamado de las corrientes.
A sentir el movimiento del mar como parte de su propio pulso.
Cada vez que Neriah se hundía, sentía su cuerpo arder.
Sus piernas dolían.
Su garganta se cerraba.
Pero al tercer intento… algo cambió.
El agua ya no era enemiga.
Era hogar.
Thalassa la observó sin decir nada.
Pero cuando Neriah emergió con los ojos brillando, supo que la semilla había germinado.
—Bien —dijo, y por primera vez… sonrió.
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Thalassa – Recuerdo (Pasado)
A los trece años, vio cómo mataban a su hermana.
Una vampira, elegante y cruel, la había acusado de “provocar a los suyos con su canto”.
No hubo juicio.
Solo una lanza atravesando su garganta.
Desde ese día, Thalassa juró que jamás cantaría.
Hasta que Neriah la obligó a recordar que el canto también podía ser resistencia.
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Daryan – Sede del clan
—¿La escondes? —preguntó uno de los líderes antiguos.
—La protejo.
—¿La amas?
Silencio.
Y entonces…
—No.
—Pero la necesito.
Mentira.
La amaba.
Y eso lo rompía por dentro.
Porque amarla significaba traicionar su linaje.
Y traicionar su linaje… significaba condenarse.
Lyrian, desde las sombras, lo observaba.
Y por primera vez, no intervino.
Porque algo en su pecho le decía que él también pronto ardería por dentro.
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Neriah – Noche
Después del entrenamiento, cayó rendida.
Thalassa dormía lejos, en la otra cueva.
Daryan llegó en silencio.
La observó.
Ella lo sintió.
—Creí que no volverías —susurró, sin abrir los ojos.
—No podía evitarlo —respondió él, sentándose a su lado—. Me estás arrastrando.
—¿Y si yo no sé nadar?
—Entonces nos hundimos juntos.
Sus cuerpos no se tocaron.
Pero su aliento compartido era más íntimo que cualquier caricia.
—Daryan… ¿y si no puedo con esto?
—Entonces pelearemos. Hasta el final.
Ella giró hacia él.
Y su frente se apoyó en la suya.
—No me dejes sola.
—Nunca más.