Thalassa – Presente
No creía en las casualidades.
Tampoco en las primeras impresiones.
Pero cuando ese vampiro apareció entre la niebla con el rostro impasible y los ojos como hielo viejo… supo que sería un problema.
—¿Y tú quién demonios eres? —preguntó, sin moverse de su lugar, mientras secaba su cabello mojado.
Lyrian no respondió enseguida.
Solo la observó de arriba abajo.
No con deseo.
Con cálculo.
—Deberías cubrirte —dijo, en tono seco—. El agua no siempre protege.
—¿Y tú deberías aprender a no mirar lo que no puedes tocar?
Una sonrisa leve se curvó en la comisura de su boca.
Choque. Primer roce. Ninguno bajó la guardia.
—Thalassa —dijo Daryan desde atrás—. Él es Lyrian. Mi segundo al mando.
—¿Y también tu guardaespaldas emocional?
Lyrian frunció el ceño.
—Veo que no tienes filtros.
—No los necesito.
Se miraron.
Largos segundos.
Silencio espeso.
Ella dio un paso hacia él.
Él no retrocedió.
—Espero que no seas tan lento peleando como hablando —dijo ella.
—Y yo espero que no cantes. No me gustan los hechizos disfrazados de voz.
—Entonces no escuches —respondió, girándose con elegancia—. Pero cuando te pierdas, no digas que no te advertí.
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Lyrian – Pensando
No le gustaban las sirenas.
No confiaba en ellas.
Pero Thalassa…
Había algo en sus ojos.
Algo que no era ternura.
Era cicatriz.
Y él… entendía de cicatrices.
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Daryan – Más tarde
—¿Estás bien? —preguntó Neriah, al verlo entrar con tensión en los hombros.
—Thalassa y Lyrian se conocieron.
—¿Y?
—Fue como arrojar aceite al fuego.
Ella sonrió.
—Tal vez eso no sea tan malo.
—Tal vez sí —respondió él—. Si esos dos terminan solos en una habitación… o se matan o…
—Se tocan.
Daryan se quedó en silencio.
Ella lo miró con intensidad.
—¿Tú qué habrías hecho… si no hubieran interrumpido lo que casi pasó entre nosotros?
—Lo habría terminado —susurró él.
—¿Y qué te detiene ahora?
Daryan se acercó.
Sus dedos rozaron su mejilla.
—Tú.
Tu fuerza.
Y el miedo de arruinar lo que aún no entiendo.