Neriah – Presente
La lluvia caía suave sobre la entrada de la cueva.
El fuego crepitaba.
Y él… la observaba.
—Dime que no te vas a ir —susurró ella, sin atreverse a tocarlo aún.
—Dime que puedo quedarme —respondió Daryan, con la voz grave, rota.
Se acercaron.
Despacio.
Como dos fuerzas que habían evitado chocar demasiado tiempo.
Como dos mareas que ya no podían seguir corriendo en direcciones opuestas.
Él la rozó primero con los ojos.
Después con los dedos.
Y cuando sus labios finalmente se unieron, no fue suave.
Fue hambre.
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El fuego – Intimidad
Daryan la tumbó sobre una manta extendida junto al fuego.
No arrancó la ropa.
La descubrió.
Como si cada capa de tela fuera una barrera entre su oscuridad… y su luz.
—Eres agua —murmuró contra su cuello—. Y yo no sé nadar.
—Entonces te enseño —susurró Neriah, arqueando el cuerpo hacia él.
Sus bocas se encontraron una y otra vez.
Sus lenguas se buscaron como si llevaran siglos separadas.
Las manos de Daryan recorrieron su pecho, sus costillas, su abdomen.
Y cada jadeo de ella lo volvía menos hombre, más instinto.
La penetró despacio.
Firme.
Como si pedir permiso no fuera una opción, pero el respeto fuera parte de su esencia.
Ella lo rodeó con las piernas, lo apretó contra su cuerpo como si el mundo afuera no existiera.
Y mientras él se movía en ella, mientras la llenaba una y otra vez…
Neriah sintió que el mar dentro de ella estallaba.
Gritó su nombre.
Y él el de ella.
Y cuando terminaron, no se separaron.
Solo respiraron.
Juntos.
Hundidos.
Salvados.
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Thalassa – Mientras tanto
Lyrian no dejaba de mirar la entrada de la cueva como si pudiera obligarla a cerrarse con la mente.
—Relájate —dijo Thalassa, sentada sobre una roca, afilando una daga—. No creo que exploten por tocarse.
—¿Y si lo hacen?
Ella lo miró con una ceja alzada.
—¿Te molesta que alguien sepa lo que quiere y lo tome?
Él no respondió.
La oscuridad entre ellos era distinta.
No era deseo inmediato.
Era provocación constante.
Un tira y afloja.
—¿Por qué me observas tanto? —preguntó Thalassa, sin mirarlo.
—Porque no sé si vas a besarme…
o apuñalarme.
Ella sonrió.
—A veces no hay diferencia.
El silencio entre ellos ardió más que el fuego cercano.
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Neriah – Después
Él la abrazó por detrás, acariciando su cadera desnuda con suavidad.
—¿Te arrepientes?
—¿De qué?
¿De entregarme al único ser que ha sabido ver más allá de mi piel?
Daryan la besó en la nuca.
—Me vas a destruir, Neriah.
—Ya lo estamos haciendo juntos.