De las cosas favoritas de mi amigo, la más interesante era el otoño, era todo un acontecimiento para él. Le simbolizaban muchas cosas y además de ello le gustaba el color de las hojas; las razones por las que él amaba el otoño era porque decía que en esa época todo cambia y se prepara para poder renacer en nuevas versiones, que las hojas se pintaban de naranja o rojo o marrón buscando ser distintas, pero caían en el intento y morían dejando a los arboles a merced del invierno frio, para luego regresar en una versión renovada siendo igual de apariencia, pero ya no tan vieja ni tan marchita como antes para ayudar al árbol.
Decía que el otoño es como una lección de Dios de cómo debe comportarse la gente, que debemos renacer y renovar, aparte de ello eso le traía muchos recuerdos de lo que tuvo que hacer: "transformarse" como esas hojas, pero sin morir al menos físicamente en el intento; sentía que el mundo por fin lo comprendía, aquella estación lo hacía sentir especial, aunque él creía no tener nada especial .(¡Que irónico era todo esto, aunque dudo que alguien pudiese ver la vida de manera tan especial y maravillosa; la única persona que lo lograba no era especial!).
Cuando llegaba el otoño era común verlo más feliz, le gustaba vestir de colores y sus ojos azules brillaban como dos estrellas y su cabello marrón se movía levemente con el viento. Salía a pasear y amaba pasar las ruedas por las hojas que había en el suelo; es curioso la manera en como él lograba encontrar un lugar feliz en cualquier parte mientras fuese otoño.
El otoño pasado para Javier no fue sencillo, varios proyectos que tenía en mente para ser independiente de sus padres no salieron. Sus padres comenzaron a discutir lo que en casa le generaba una tensión extra y una de las espectadoras de todo aquello era su hermana: Ana una pequeña de 5 años y medio, lo que a Javier le preocupaba. Más allá del por qué sus padres discutían no creía que fuese justo el que su hermana quedara en medio, por lo cual Javier abogaba.
Como todo eso había sido muy estresante en el fin de semana Javier fue a su parque favorito, después de todo era otoño y podría despejar su mente más fácilmente, anduvo unos 20 minutos, y al llegar estacionó su silla al lado de unas de las bancas y comenzó a observar había hojas cayendo, niños y personas caminando algunos traían a sus mascotas, y luego de unos segundos notó que en la banca de enfrente un poco más lejos de su lugar, se hallaba una chica, pelirroja, vestida de verde y negro; sentada con las piernas ligeramente cruzadas y el cabello atado hacia atrás leyendo un libro, sin quererlo y quizá involuntariamente se quedó admirando aquella chica, descubriendo hasta el más pequeño detalle como: ¿cuál era el autor de aquel libro?, o la similitud que había en el color naranja de las hojas del parque y del cabello de aquella joven, por las facciones de su rostro y lo joven de su piel. Javier asumió que ella debía tener unos 20 – 22 años; mientras todo eso pasaba por su mente Javier se dio cuenta que esa joven había logrado captar demasiada atención de su parte sin siquiera mirarlo, pues ella seguía sumida en el libro. Lo que le pareció extraño y trato de distraerse mirando hacia otros lados, pero fue en vano sus ojos volvían a aquella dama de cabello rojo. Luego de un rato luchando contra la fuerza de atracción tan extraña decidió ir a casa antes de que ella pudiese darse cuenta de todo y volverlo más incomodo. Salió de ahí evitando preguntarse a sí mismo porque le interesaba tanto la desconocida.
Semanas después, Javier tenía que realizar un trabajo para la universidad donde debía fotografiar paisajes y le pareció buena idea ir al parque, llego ahí con su cámara y comenzó a tomar fotografías de lo que a él le trasmitía una gran felicidad incluyendo la banca al lado del roble, donde se sentó la chica desconocida a la que Javier no recordaba o no quería recordar. Y que esta vez se hallaba sentada en otro lugar, ella estaba linda, tanto que también la fotografió a la distancia sin que ella se diese cuenta esto en contra de la voz de su cabeza que le decía que actuaba extraño, casi como un acosador; esperó a que el atardecer llegase pues quería una fotografía de ello. Pasaron algunas horas y la chica se levantó de su lugar, parecía tener prisa tomó sus cosas sin percatarse de que uno de sus libros se quedaba en el piso tirado; iba con tanta prisa que sus pasos sonaban fuertes en las hojas secas, por lo que Javier no pudo evitar percatarse de lo ocurría y en un movimiento rápido de su silla alcanzó el libro y empezó a ir detrás de la chica haciendo sonidos leves para llamar su atención.
-Se te cayó esto- resolvió decir, extendiendo el libro hacia ella.
Quien de inmediato giró la cabeza y lanzó una sonrisa forzada, él quedó enfrente de unos ojos verdes intensos, brillantes y un rostro decorado por un camino de pecas desde las mejillas hasta la nariz y no pudo evitar quedar sorprendido y paralizado por unos segundos.
Para evitar silencios incómodos dijo -toma – ella se agachó un poco a la altura de Javier y agarró el libro con una sonrisa esta vez un poco más grande y franca dijo –gracias – y en un movimiento rápido se fue del lugar.
Llego el atardecer, y Javier lo retrató, pero no podía dejar de pensar en los ojos abrillantados; por un momento pensó en retratarlos algún día...
Siguió yendo al parque con cualquier pretexto por mínimo que fuese como por ejemplo “porque este otoño acabaría más pronto que los demás y quería disfrutarlo” cosa que ni él mismo creía. Sólo para ver a la jovencita de ojos abrillantados que lo había impresionado con una mirada de dos segundos.