“Liz, hija, te quiero.”
Hola, me llamo Liz y tengo 6 años. Soy una niña un poco especial. Vivo con mi papi, a quien quiero muchísimo. Hoy quería darle una sorpresa, así que tomé un viejo florero y fui al jardín pequeño que cuidamos juntos.
Busqué las flores más bonitas. Aunque no sé mucho sobre flores, elegí unas amarillas porque son el color favorito de papi. Llené el florero con tierra usando mi pala de juguete, corté las flores con cuidado y las acomodé en el florero.
—¿A papá le gustarán estas? —me pregunté emocionada.
Con el florero en las manos, corrí feliz hacia la casa para mostrárselas. Ah, olvidé mencionar algo importante: soy un poquito diferente a los demás.
—¡Liz, hija! ¿Dónde estás? —llamó mi papi.
En ese momento, tropecé y el florero cayó al suelo... junto con mi brazo derecho.
—¡Oh no! Se cayó otra vez...
Es que yo estoy hecha de tela y algodón.
Papi se asomó por la puerta y me miró con una mezcla de sorpresa y paciencia.
—Liz, hija, otra vez... ¿Qué te he dicho? No debes levantar cosas pesadas.
—¡Lo siento! Pero, pero… ¡quería enseñarte algo, papi!
Me arrodillé rápido y busqué entre la tierra caída las flores amarillas que había recogido.
—¡Mira esto! —dije emocionada, extendiéndole las flores.
Con una gran sonrisa, me levanté apoyándome en mi brazo sano y corrí hacia él.
—¡Las saqué del jardín! ¿Verdad que son muy lindas?
—Sí, sí lo son. Gracias, Liz —respondió papi con ternura.
Papi es muy bueno conmigo. Volvió a tejer mi brazo, limpió mi ropa manchada de aceite y arregló el desorden del florero. Pero lo que más me gusta de él es lo que sucede cada noche.
Cuando llega la hora de dormir, me acurruco junto a papi. Él me abraza con sus brazos calientitos y me lee historias hasta que me quedo dormida pero o no podía dormir porque estoy echa de tela y algodón.
—Estás tan calientito, papi...
Papi siempre me cuida mucho. Sin embargo, sé algo que él nunca me ha dicho en voz alta: a quien papi realmente ama no es a mí, Liz la muñeca, sino a su verdadera hija Liz.
Al lado de su cama, papi guarda una foto de su familia. Cada vez que la miro, siento una mezcla extraña de tristeza y comprensión.
Una vez, papi estaba sentado en la mesa de la casa, con las mejillas coloradas por haber bebido un poco. Esa noche, decidió contarme su historia.
—Liz… —dijo mientras miraba su vaso—. He hecho muñecas desde que era joven. Me casé a los 27 y tuve una hija adorable. Pero estaba tan absorto en mi trabajo que nunca supe apreciar lo que tenía a mi alrededor. Y entonces... fui castigado.
Me acerqué despacio, arrastrando una silla hasta la mesa. Me senté, apoyando mis codos de tela en la mesa, y lo miré con tristeza y preocupación.
—¿Eso te puso triste, papi?
—Sí, mucho. —Papi suspiró, con los ojos cargados de nostalgia—. Mi esposa se fue con nuestra hija cuando Liz tenía 5 años. Y fue entonces cuando entendí lo que había perdido.
Con cuidado, tomó la foto de su familia: su esposa y la verdadera Liz. La sostuvo entre sus manos, como si fuera lo más preciado del mundo.
—Mi esposa y yo discutíamos mucho, pero al recordarla… siento que era demasiado buena para mí.
Una lágrima rodó por su mejilla, mientras su mirada permanecía fija en la imagen.
—Y mi hija Liz… —continuó, con la voz quebrada—. La amaba más que a nada. Incluso ahora, treinta años después, si tuviera la oportunidad, me gustaría verla, abrazarla...
Papi se secó las lágrimas y dio un sorbo al vaso, como si el líquido pudiera calmar el dolor que llevaba dentro.
—Entonces, para ahuyentar mi tristeza, me dediqué a fabricar muñecas.
El día que Liz nació
Era un día frío en el taller. Papi trabajaba con esmero, creando una muñeca perfecta que tuviera la apariencia de su hija. Usó algodón y tela, materiales suaves, para que pudiera abrazarla siempre que se sintiera solo o triste.
Cuando terminó, algo extraordinario sucedió: la muñeca cobró vida.
—Papi… —fue lo primero que dije.
Papi se quedó paralizado, mirando con asombro lo que había creado.
—Es un milagro —susurró, con una mezcla de incredulidad y emoción.
Yo alzaba los brazos, llena de alegría.
—¡Liz es un milagro!
Desde ese día, papi nunca volvió a sentirse solo. Aunque sé que su verdadero amor siempre será para su hija Liz, me siento feliz de haber nacido, porque he podido acompañarlo durante estos treinta años.
En la actualidad
Después de que papi me contara su historia, me acerqué para abrazarlo con mis pequeños brazos de tela.
—¿Liz es una niña buena? —pregunté con una sonrisa.