Por Seraphine Vale
El mundo no se rompe de golpe, se oxida desde dentro.
Última entrada en el diario del Archivo Real, el día en que lo hice ejecutar.”
No sé en qué momento exacto el mundo dejó de resistirse. Tal vez fue cuando dejaron de enterrar a sus muertos y empezaron a enterrar sus dudas. Cuando el miedo se convierte en su rutina diaria. O quizás cuando empezaron a llamarme su salvadora sin saber que soy yo quien los condenó, sin atreverse a mirar más allá de mi sombra.
Yo no pedí el poder.
No tuve que hacerlo.
Lo tomé con calma de quien sabe que el tiempo siempre trabaja a favor del fuego y sus cenizas. Fui paciente. Fui precisa. Me moví entre ruinas, entre pestes, entre pueblos que rezaban a dioses ausentes y esperaban que cualquier ser tuviera la respuesta a sus problemas. Y yo las tuve.
Mis manos trajeron alimentos.
Mi voz, orden.
Mi nombre, Paz.
Primero me ofrecí como consuelo: pan para el hambriento, justicia para quien ha sido olvidado, para los que nunca los conocieron. Después vinieron los juramentos: uno por uno, los líderes quebrados se arrodillaron, algunos por miedo,otros por fe. Los observé, yo solo sonrío. Los dejé elegir su forma de caer.
Nunca necesité la guerra, solo constancia; nunca borré las canciones, solo les di una nueva melodía; nunca forcé la adoración, solo hice que olvidaran cómo se dudaba. Cuando por fin me senté con el trono de cenizas, no hubo gritos, según su propio colectivo, y luego silencio que aún persiste. El hambre cesó. Las ciudades crecieron cuando los niños aprendieron a escribir mi nombre antes que el suyo.
Y el precio fue justo.
¿Memoria?
Demasiado frágil.
¿Libertad?
Una carga innecesaria.
¿Verdad?
Otra forma de gestión mal controlada.
Ahora, décadas después, hay pocos que aún recuerdan lo que verdaderamente fui, todos mis pensamientos los escribiendo; escondidos unos de ellos, mi primer escribá ha dejado estas palabras enterradas como si fuesen dinamita: pobres intentos de redención. Yo no tuve la necesidad de hacerlo. Quiero saber por qué el mundo cayó ante mí. Porque no lo obligué, ya que solo lo convencí.
Porque cuando las naciones arden, no buscan héroes, buscan arquitectos, y yo les digo: Un diseño hermoso, ordenado, limpio, y ahora me observan como si fuera una diosa que nace del fuego, que trae lluvia, que mi palabra es ley.
Y lo es.
Pero aún se muere una que aprendí a esperar. Habla con profeta, se viste como reina, a iluminar como sombra. No grito, no lo necesito; el mundo aprende a callar por mí. Quizás algún día alguien encuentre este texto escondido; tal vez lo lean en secreto y tal vez por un segundo se atreva a dudar.
Está bien.
Pero recuerda: las llamas también necesitan oxígeno. No hay verdad más poderosa que la que se susurra y no hay imperio más duradero que aquel en el que todos creen haber elegido servir.
Recuerdo ese olor a hollín más que cualquier otra cosa. No el del fuego vivo, no. El de lo que queda cuando todo ha ardido: madera húmeda, carne vieja, promesas consumidas. Eso fue lo primero que inhalé al volver.
La ciudad se llamaba Harlowe. O eso decían pocos aún conservaban lengua y memoria y sus tradiciones un lugar enclavado entre colinas marchitas, donde los puentes estaban más enteros que las personas . La peste se había llevado a los niños primero, después, a los poetas y finalmente, a los que sabían como hacer pan sin llorar. Llegue cubierta no por miedo por táctica nadie confía en una reina pero todos adoran a una forastera que ofrece sopa caliente. Vi los cuerpos apilados en la plaza mayor, vi al cura local quemar libros para calentarse, vi a una niña morder a su madre por hambre ,
Y lo que sentí no fue pena. Fue certeza porque en aquel desastre, yo no vi ruinas, vi el lienzo que nadie nunca vio.
Me bastaron tres días.
El primero, ofrecí comida.
El segundo , justicia.
El tercero, una historia.
Ustedes no son ruinas les dije. Son cimientos.
No porque mis palabras fueran dulces, sino porque nadie más estaba hablando. Cuando era niña, solía jugar a construir reinos con ceniza. Rodeaba la chimenea y moldeaba palacios con dedos ennegrecidos mi madre me gritaba que me lavara las manos. Pero yo lo hacia a proposito me gustaba como la ceniza se pegaba a la piel como me hacía sentir que algo había ardido ... .y sin embargo, aún estaba allí. Supongo que ese juego nunca terminó. En la quinta semana , los habitantes de Harlowe quemaron sus propias banderas para coser nuevas.
ROJA POR LOS CAÍDOS. NEGRA POR LOS OLVIDADOS. Y ORO SI ORO POR MI.
Aún no sabían mi nombre, solo que donde yo caminaba el agua volvía a fluir y entonces vino el primer mensajero de las tierras del norte.Aún queda en pie.
El mundo no volvió a arder esa noche. No hizo falta. La ceniza ya estaba en todos. Incluyéndome a mí. Montaba un caballo famélico y tenía los ojos como dos pasos vacíos. “ Mi reina “, susurro, aun sin saber que yo lo era “ la ciudad de Draewen ha caído, piden auxilio dicen que usted sabe que hacer.”
Y lo sabía
Porque mientras los demás pedían permiso yo trazaba planes. Mientras rezaban yo contaba cuántas ruinas cabían en un mapa y mientras enterraban reyes yo me convertía en algo mucho más difícil de derrocar una idea. Esa noche, me senté frente al fuego no para calentarse sino para recordar cada llama me habla cada chispa me traía de vuelta nombres que había jurado olvidar.
El general Carros , que me llamó bastarda antes de arrodillarse . La Archiduquesa Renwyn, que prometió destruirme y acabó bordando mis estandartes. El Archivero Real…
A veces me pregunto si me recuerda con miedo o si el tiempo ha suavizado incluso eso, pero luego lo dejó ir. No vine a pedir perdón, no vine a dejar legado, porque los imperios pueden construirse con espadas, sí, pero los eternos se edifican con relatos y yo escribo el mío desde adentro. Tal vez mañana me llamen tirana, quizás se inventen rebeliones y mártires que nunca existieron. No importa, la historia es un espejo y yo aprendí a forjar a mi favor todo lo que vendrá. Ya está escrito. Solo falta que alguien lo lea. La carta llegó envuelta en tela de Lino engreído por el humo no tenía sello No hacía falta el mío tenía su propia caligrafía “ Han saqueado Thalor las puertas no resistieron los hombres huyeron las madres imploraron por su juicio” Juicio como si yo fuera diosa, como si yo pudiera perdonar. Thalor había sido de los primeros en reírse de mi nombre. Recuerdo perfectamente al regente, un hombre con dedos llenos de anillos y lengua vacía de valor. Una vez me ofreció una copa de vino con un veneno diluido; creyó que no lo noté. Sonreí, brindé y bebí; luego le conté. Mientras él bebía, le decía que conocía el antídoto desde los cinco años. No murió ese día; a veces la crueldad verdadera está en dejar que siga respirando sabiendo que ya perdieron. Bueno, supe que Thalor había caído; no sentí satisfacción, sentí orden; era como alinear piezas en un tablero que otros no sabían que estaba jugando. Así empezó la expansión, no con ejército, sino con columnas de humo alzándose en distintas direcciones, no con banderas flameando, sino con susurros, con gente que repetía mi nombre con la boca rota pero el corazón lleno de esperanza. No eran soldados, eran sobrevivientes, niños que me habían visto curar a sus hermanos. Mujeres, es que me habían seguido porque yo no las ignoré. Entendieron que sus libros estarían más seguros bajo mi sombra. Les di estructura, no esperanza; el que tenía hambre no necesitaba un mapa y yo era el mapa que necesitaba.