Por Zafira, Escriba del reino.
La primera vez que escuché su nombre, no fue con palabras, fue un silencio, tenso y espeso, que se derramó por todas las salas tras la llegada del anillo de obsidiana. Nadie lo nombra nadie se atrevió pero todas las espaldas enderezaron, todas las bocas se cerraron. Y los ojos de la Reina…. se oscurecieron apenas un matiz. Desde ese momento supe que alguien más estaba escribiendo y no era ella. Durante semanas, todo igual en apariencia. Las audiencias se celebraban con la misma ceremonia, las campanas repicaban puntuales, el pan se repartía. Las calles ardían de orden.Pero bajo la superficie, algo había cambiado. Lo sentía en la forma en que los guarda se miraban entre sí, en los libros que desaparecen sin registros. En el eco de los pasillos donde antes reinaba el control absoluto. Y sobre todo , lo sentía en los ojos de Seraphine. Me observaba distinto, ya no con la distancia amable de una reina a su escriba. Me miraba como quien mide. Como quien espera. Entonces, una tarde , entre páginas de un códice que debía restaurar encontré una nota sin forma.
“¿ Sabes lo que escriben los escribas, o solo sabes traducir la voz de un gobernante?”
No dormí esa noche , no por miedo sino por hambre , hambre de entender.
Desde ese día empecé a copiar dos veces: una versión para el archivo oficial y otra en hojas ocultas con tinta invisible para mí. Nací en la madrugada cuando el castillo respiraba más lento y las sombras parecían tener oídos. En una de esas noches encontré una frase que no había escrito yo estaba allí entre líneas como si alguien la hubiese dejado para que solo mis ojos la viera.
“ Ella vive .En cada sombra ella no quiere venganza solo quiere la verdad.”
No nombra a nadie. No decía “Seraphine”. No decía “Ilyra”.
Pero yo entendí.
Una semana después fui a limpiar y a buscar los antiguos registros del salón de los Ecos, las cámaras subterráneas del castillo, el archivo de lo que ya no debía ser leído. Allí, en la penumbra, entre columnas agrietadas por el tiempo, la vi. No fue un encuentro planeado ni heroico; fue una presencia sentada vestida de gris, tan inmóvil que parecía esculpida en piedra, el cabello recogido sin esmero, la mirada hundida en algo que yo no alcanzaba a ver. No era fuego, era la más antigua memoria viva.
— ¿ Eres tú? — Pregunte , sin pensar , sin analizar.
Ella alzó la vista no respondió solo me miro y entonces hablo, con una voz áspera y firme.
— ¿ Escribes para ella ... .o para ti?
No supe qué decir.
Aún no sé.
Cuando subí de nuevo, todo estaba en su sitio. La reina daba órdenes con voz templada; las estatuas de su rostro brillaban limpias; los niños cantaban su nombre como oración, pero yo ya no era la misma porque ahora sabía que otra historia también existía: mi historia, sin decreto, sin estar a sus órdenes, sin permiso, una historia que no busca reemplazar a la reina, solo recordarle que en el eco más suave también puede romper el mármol. Volví a mis tareas como si nada hubiera cambiado. A veces la obediencia es el disfraz más útil. Cada letra que traza de los registros oficiales se sentía más pesada, más impostora, como si mi pluma se negara a ser cómplice, aunque mi mano aún la guiara. Pero dentro de mí algo ya no me decía. Las noches se volvieron mi refugio. En las horas mudas del castillo, cuando los pasos de los centinelas marcaban el tiempo, descendía de nuevo al archivo subterráneo. Esperaba encontrarlo otra vez, esperaba y temía, pero no volvió a aparecer. En su lugar, fue encontrando fragmentos, frases entre márgenes, correcciones invisibles, renglones que no coincidían con la versión oficial que había copiado para la reina.
“ La historia no necesita un trono. Solo un testigo con memoria “
“ Hay imperios que nacen del hambre y otros que solo se sostienen si no dejamos de tenerla “
“ No escribas para ella. Escribe para la que aún no ha nacido y preguntaran por que todos callaban.”
Yo copiaba cada línea de mi cuaderno secreto oculto dentro del lomo falso de un libro sobre genealogía de linajes nobles, uno que nadie leía. Mi respiración se volvió escritura, mi miedo tinta y mi fe comenzó a quebrarse. Una madrugada, mientras regresaba por un pasadizo lateral, escuché voces, no gritos, susurros. Figuras ocultas en el extremo del corredor no puedo ver su rostro pero una de ellas llevaba la túnica azul de los cronistas mayores la otra vez hacía como una sirvienta la oí con claridad.
— Ella no vigila como antes, algo inquieta se le notó la forma en que calla.
—¿Crees que se ha dado cuenta?
—No. Pero lo hará pronto. Y cuando lo haga… alguien tendrá que haber escrito el otro lado.
El otro lado.
Era la primera vez que oía esa expresión.
El otro lado de una historia que solo conocía una voz.
Esa noche , en mi rincón escondido, escribe algo que no estaba segura de querer ver después.
“No sé si estoy traicionando a la reina o a mí misma, pero si callo, ¿quién contra lo que arde en silencio en las cavernas bajo el castillo?”
Por primera vez firme con mi nombre no el que me dieron el registro imperiales sino que solo mi padre me decía al oído antes de morir después cuando aún me creía capaz de cambiar algo zafira Ilyren.
Esa noche, mientras el castillo dormía, volví a leer todo lo que había copiado. Las frases sin firma, los fragmentos escondidos entre márgenes, los trazos que no aparecían en los registros oficiales. La Reina había construido un imperio sobre certezas, sobre un relato perfecto e indiscutido. Pero yo... yo había empezado a coleccionar dudas. Y eso, lo sabía, era más peligroso que cualquier rebelión. No había marcha atrás. Cuando el primer resplandor del amanecer tocó las torres más altas de Harlowe, encendí una vela con una llama pequeña, controlada. No por superstición, sino por respeto. Como si cada palabra que estuviera por escribir necesitará su propia ofrenda. Una llama por cada silencio que había aceptado. Una llama por cada verdad enterrada. Tomé una hoja nueva.