Corazon de Cenizas

Capítulo V

Por Seraphine Vale

La traición no es un acto, es un ritmo. Al principio, impasibles como una nota fuera del tono en una sinfonía perfecta, un susurro mal medido, un aliento contenido más tiempo del necesario, y yo escuché ese ritmo antes que alguien pronunciara una palabra. Los muros de Harlowe siempre me han devuelto la verdad. No con eco, sino con vacíos. Y últimamente el vacío ha cambiado las paredes y, limpias los pergaminos, llegan a tiempo; los escribas inclinan la cabeza con la misma precisión de siempre, pero hay algo insólito en la manera en que caminan, en cómo van la mirada, en cómo trazar cada letra, como si estuvieran escribiendo sobre el hielo quebradizo. Entonces supe que alguien más estaba escribiendo. No pedí nombres, no los necesito; las palabras dejan cenizas siempre. Mandé llamar a los cronistas mayores. Uno por uno. Observé sin hablar. No hace falta preguntar cuando el miedo hace el trabajo por ti. El cuarto en entrar, Alerin —un hombre que durante cinco años transcribió mis decretos con reverencia—, sudaba antes siquiera de cruzar el umbral. Lo dejé hablar. Lo dejé temblar. Lo dejé ir. Una hora después, lo encontraron dormido en los jardines interiores. No está muerto. No mutilado. Solo… en silencio. Una línea de tinta negra recorría su lengua, desde la punta hasta la garganta. No lo ordené. Pero lo permití. A veces, el castigo no necesita sangre. Solo una advertencia lo suficientemente elegante. Porque toda reina necesita traidores. Pero más aún, necesita que los demás sepan lo que ocurre cuando alguien olvida su lugar en la historia. Esa noche, encendí el fuego en mis habitaciones. No para calentarse, sino para recordar. Pensé en Zadira. La joven escriba. Siempre despierta antes que los demás. Siempre midiendo, siempre observando. Demasiado perfecta para ser solo obediente. Demasiado silenciosa para ser leal. No la he enfrentado. Aún no. Primero, la dejo elegir. Esa es la crueldad más refinada: ofrecer la ilusión de una elección. Eso es lo que más duele. Que crean que pueden elegir. A medianoche, encontré una nota sobre mi escritorio. No había entrado nadie. O al menos, nadie vivo. Era un papel doblado en tres partes, con olor a romero seco… y algo más antiguo. Algo que olía a sangre vieja.

“ La historia se escribe con llamas. Pero incluso las cenizas recuerdan. porque nuestras vidas se recuerdan por lo que dejamos a quienes viene después”

La nota no tenía firma, solo un letra, escrita con una tinta casi borrada:

“I”

No la rompí. No la queme. La guarde.

No por temor. Por respeto. Porque las amenazas no me debilitan. Me despiertan. Si alguien está escribiendo desde las sombras, desde el margen, desde debajo de las piedras… entonces tendré que enseñarles lo que ocurre cuando desafían a la autora de un imperio. Mandé revisar los registros. Cruzar las escrituras. Interrogar sin preguntas. No por desesperación.

Por control.

Este no es el principio del fin. Es el inicio de un nuevo capítulo. Uno que se escribirá con fuego. Uno que, si es necesario, se sellará con sangre. La historia no se me escapa. Solo cambia de forma. Y yo… siempre me adapto. Pueden dudar. Pueden susurrar nombres prohibidos. Pueden esconder palabras entre muros.

Pero recuerden esto:

El único relato que perdura es el que sobrevive al miedo.

yo soy miedo.
Hecho verbo.
Hecho reina.

A veces, el problema no es la mentira.
Es que alguien más se atreva a contar una versión distinta de la verdad.

Y en mi imperio, eso equivale a rebelión.

La mañana siguiente a recibir la nota firmada con aquella solitaria "I", di una orden sencilla: trasladar a Zafira. Nada violento. Nada que despertara rumores. Solo un cambio de torre, bajo el pretexto de “mejor iluminación para los copistas”. Un protocolo rutinario, casi amable. Ella no protestó. Solo asintió. Pero yo vi el parpadeo. Ese instante mínimo en el que el cuerpo se tensa antes de que la mente entienda por qué. En su nueva cámara no había plumas. Ni tinta. Ni pergaminos. Solo un escritorio de piedra pulida, una silla… y un espejo.

Cuando entró, se detuvo. Observó el reflejo como si no supiera qué esperar. Como si no quisiera ver lo que su rostro ya decía.

—¿Dónde están los documentos? —preguntó sin girarse.

—Hoy escribirás con los ojos y la sangre del pasado —le respondí desde el umbral.

No se movió. Ni siquiera me miró. Solo su voz bajó un tono, como quien presiente que acaba de cruzar un umbral invisible.

—¿Estoy aquí para confesar?

—No —dije, acercándome—. Estás aquí para comprender. A veces, las verdades no se escriben. Se enfrentan y a veces con la sangre que corre por tus venas .

Coloqué una hoja en blanco sobre la mesa acompañado de un cuchillo.

—Escribe lo que aún no te atreves a decir pero con tu sangre.

No volvió a hablar. Tampoco me desafió. Solo tomó la hoja y el cuchillo , la miró… y escribió una frase breve, sin adornos:

“¿Por qué me dejaste llegar tan cerca?”

No respondí.

La dejé sola con el espejo.

Horas más tarde, de vuelta en mis habitaciones, desaté el lazo de un cuaderno viejo: el último del Archivero Real. El primero que me sirvió. Sus notas, desgastadas pero legibles, aún hablaban de ella.
De Ilyra.

“Si alguna vez regresa, no será con trompetas. Será con susurros. Y uno a uno, los muros que creemos firmes, se agrietaran por dentro.”

Cerré el cuaderno con cuidado.

por temor.
Si Ilyra sigue viva, si su llama sobrevive escondida en otras voces, entonces la llamaré.
No para destruirla.
Sino para absorberla. Porque uno no combate una historia con fuerza. La reescribe. Desde adentro. Y si Zafira es su eco… entonces será también su jaula.Veltrax permanece en silencio. Harlowe prospera. Y yo sigo escribiendo. No ya como reina.
Sino como la única autora que queda. Que otros copien.
Que murmuren.
Que sueñen con cambios.Solo yo decido el final. Y aún no ha llegado. Las noches en Harlowe habían comenzado a cambiar. No por el clima, ni por los vientos del este, sino por algo mucho más sutil: el silencio. Era un silencio distinto, uno que no nacía del respeto ni del miedo, sino de algo mucho más peligroso: la duda. Ya no hablaban de mí en voz alta. No porque me temieran menos, sino porque empezaban a mirarme como si no estuvieran seguros de quién era exactamente. Como si, de pronto, la historia que habían memorizado empezara a parecerles incompleta. Sabía lo que eso significaba. Lo había visto antes. Imperios enteros comenzaban a resquebrajarse así, no por cuchillos en la noche, sino por pensamientos que nadie se atrevía a decir en voz alta.Y esta vez, el cuchillo no tenía filo. Tenía tinta. No había proclamas. No había caballos ni gritos. Pero había palabras. Palabras antiguas, que creí borradas. Palabras como “Ilyra”.Nadie la mencionaba todavía. Pero la sentían. En el temblor de una mano al escribir. En el titubeo antes de firmar una proclama. En la manera en que algunos se persignan al pasar frente a los espejos, como si temieran ver otra cosa reflejada. Ilyra. El fantasma que nunca se arrodilló. La chispa que no pude controlar del todo. La mujer que entendió que no todas las llamas están destinadas a convertirse en corona.Y ahora, su eco caminaba en la voz de Zafira. Esa muchacha me había hecho una pregunta sin respuesta: “¿Por qué me dejaste llegar tan cerca?” La frase seguía repitiéndose en mi mente, como un eco suave que no se extinguió. Podía haberla ignorado. Podía haberla silenciado como a tantos otros. Pero no lo hice. Porque la respuesta era mía.La dejé acercarse porque quería que creyera que tenía una elección. Quería que pensara que su fuego era propio. Que su rebeldía era un descubrimiento. Que su voz podía romper estructuras.Pero toda chispa nace de una llama más vieja.
Y la mía fue la primera.No necesito ejércitos para ganar esta guerra.
No necesito gritar.Solo tengo que escribir.
Mejor que ellas.
Antes que ellas.
Y sobre ellas.



#1870 en Otros
#309 en Novela histórica
#653 en Thriller
#315 en Misterio

En el texto hay: herencia, secretos, escritura

Editado: 08.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.