Corazon de Cenizas

Capítulo XXVIII

Por Zafira Ilyren

No hay más tiempo. Las puertas del palacio están cerradas. Los heraldos ya no anuncian decretos. Los escribas han sido sustituidos por sombras mudas. Y Seraphine… ya no gobierna con palabras. Sino con miedo a pronunciarlas. Pero hoy, por primera vez, nosotras escribiremos sin permiso. No para destruir su historia. Sino para dejar constancia de la nuestra. En la plaza central, una tarima improvisada. Una hoja en blanco gigante, colgada del balcón de los muertos. Y a su lado, Nalia. La mujer que fue reescrita. La que eligió recordar. Yo me paré junto a ella. Y con una voz que ya no tiembla, dije: —Hoy seremos autoras. No porque nos lo hayan permitido. Sino porque sobrevivimos al olvido. Nalia Sil Varis. La hoja en blanco me mira como si dudara. Como si no creyera que yo tenga algo que decir. Pero aquí estoy. Con los dedos manchados de memoria. Y una frase temblando en los labios. La escribo en alto. “No somos márgenes. Somos el papel que ella intentó arrancar.” La tinta se corre. Pero no se borra. Alguien en el público grita mi nombre. Mi verdadero nombre. Y en ese instante, sé que ya no pueden callarme. La niña sin nombre. No sé escribir como ellas. Pero sé dibujar heridas. En mi pequeño pergamino trazo la torre donde viví. Dibujo a Seraphine desde arriba, escribiéndonos con cuchillo. Y abajo… a nosotras subiendo, una sobre los hombros de otra. Alzando las voces como si fueran escaleras. Mi dibujo lo pego en la hoja blanca. Y el pueblo aplaude. Por primera vez… me ven. Me nombran. Y me creen. Voz desconocida. Desde la biblioteca sumergida, donde el agua cubre los libros prohibidos, una mujer emerge. Su rostro está cubierto por una máscara de ceniza. Sus brazos tatuados con frases incompletas. Sus ojos… antiguos. Es la primera autora. La que Seraphine borró para ocupar su lugar. No dice su nombre. Pero todos sentimos su eco. Ella extiende una hoja. Y en ella… solo una línea: “Yo escribí el principio. Pero jamás firmé el final.” Y entonces el cielo cruje. Las campanas del Palacio Carmesí suenan sin que nadie las toque. Porque Seraphine lo ha sentido. La historia ya no es solo suya. Coro de voces (fragmentos simultáneos). —¡Yo también fui corregida! —¡Yo recuerdo otra versión! —¡Mi madre desapareció por contar su verdad! —¡Seraphine no es reina, es editora del miedo! —¡Basta de márgenes! —¡Queremos narrarnos! Y en ese momento… desde la torre más alta… Seraphine grita. Un grito que rompe vidrios. Que derrite plumas. Que hace sangrar los oídos de las sombras fieles. Pero ya es tarde. La hoja blanca está escrita. Firmada. Leída. Y las lectoras… han vuelto autoras. Los telones tiemblan. Puedo oírlos desde aquí. Desde mi torre de voz, donde cada palabra mía alguna vez fue dogma, destino, decreto. Ahora, son eco. Y nada más. El pueblo está reunido. Pero no esperan mi aparición. No aclaman mi nombre. No miran hacia arriba. Están mirando una hoja. Una maldita hoja. En blanco. Y la están llenando con palabras que no son mías. Zafira, Nalia, La niña sin nombre. Hasta la mujer con rostro de ceniza. No las maté a tiempo. Eso fue mi error. Permití que sobrevivieran creyendo que el olvido bastaba. Que borrar era suficiente. No lo fue. Ahora están ahí. Reescribiéndome. Como si pudieran desmontar el imperio desde una tarima con papel reciclado. Los Susurrantes intentan contener al público. Pero ya es tarde. Lo que gritan no son frases. Son títulos. "Crónicas del silencio resucitado." "El nombre que ella nos robó." "Teoría de una reina que quiso ser Diosa." Historias. Relatos. Venas abiertas. Y cada una me arranca un poco de cuerpo. Un poco de presencia. Cada vez que alguien lee algo distinto a lo que yo autoricé… yo desaparezco un poco más. Me miré en el espejo encantado. Por primera vez, no me vi. Solo una sombra. No negra. No monstruosa. Vacía. —Así que esto es el final —digo en voz baja. Pero el espejo me responde. Con mi voz. Esa que usé cuando aún creía en la palabra como bendición. “No es el final, Seraphine. Es la corrección que no escribiste a tiempo.” ¿Así que esto querían? ¿Una historia sin mí? ¿Un relato donde la villana cae mientras el pueblo canta? Muy bien. Entonces seré leyenda. Seré ruina. Seré el fuego que precede la nueva tinta. Corrí al teatro subterráneo. Donde se estrenó la primera versión de todo. Donde aún huele a memoria mutilada. Saqué el manuscrito original. El que nunca mostré. El que me hizo reina. El que contiene mi origen. Y lo arrojé al centro del escenario. Encima, una sola frase, escrita en sangre: “La historia sin mí… será ceniza.” Prendí fuego. Pero no al manuscrito. A mí. Las llamas me abrazaron como hijas fieles. El público allá afuera lo verá. La reina ardiendo. Y pensarán que ganaron. Pero no. Porque cuando el fuego se apague, cuando ya no quede cuerpo, mi voz seguirá en las paredes. En los libros cerrados. En las frases no dichas. Y cuando alguien intente contar esta revolución… tarde o temprano se preguntará: ¿Quién escribió todo esto primero? Y ahí estaré yo. Seraphine Vale. La autora. La villana. La llama que aún firma.



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En el texto hay: herencia, secretos, escritura

Editado: 06.12.2025

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