El viaje a casa me resulta sumamente extraño, inundado de preguntas y enigmas. No puedo borrar de mi mente la intensa mirada de Owen, como si él estuviese ahí, conmigo. Realmente raro. Pero es algo que siempre pasa. En general, las chicas tendemos a ver a un chico guapo y a imaginarnos cosas que nunca pasarán... ¿Cierto? Por eso me conviene mantenerme alejada.
Quiero escuchar música, pero eso solo aumenta mis nervios crecientes. El aire me sofoca y posee mis venas, calentándolas, como si no hubiera acondicionado. Mi corazón late apresurado y el instinto me dice que corra, que salte del bus. Obviamente eso haría un número, y yo no quiero hacer un número en este momento, frente a los demás pasajeros.
Después del viaje eterno, camino silenciosamente a casa. No ha oscurecido aún porque es verano, y por suerte, puedo contar con mi vista.
Las casas de mi barrio varían: hay muchas sencillas, otras pintorescas y algunas algo sencillas. Lo malo de vivir aquí es que está a media hora alejado del centro, y de mis amigas soy la que vive más lejos.
No tengo amigos cerca de mi casa, la mayoría de las personas son muy grandes o muy chicos, y los pocos adolescentes que me podría juntar a charlar me prefieren lejos de ellos; claro, porque soy la chica rara que lee y es algo solitaria, no es buena para su reputación. Además que, ellos están en un mundo muy diferente al mío. Y no voy a cambiar, o meterme en problemas solo para pertenecer a un grupo de personas.
Voy a un parque que está a dos cuadras. Es un lugar privado y súper pulcro, realmente hermoso. Me gusta ir allá y leer o nadar un poco. A veces también corro por la pista de atletismo. El guardavida del lugar me conoce como «la chica solitaria».
Sí. Obviamente esa tenía que ser yo.
Hay chicas que te miran y se ríen en tu cara si la ropa no les gusta o hay chicos que bromean con el peso de cada una que pase por el frente de ellos, sea delgada o no. Me parece horrible. No tienen derecho de reírse del otro. No está bien, uno nunca sabe la historia de la persona. Digo, por ahí la chica flaca es así porque no tiene nada de comer en la casa. Y en la casa de la chica rellenita los padres discuten todo el tiempo y come para ocultar su dolor. Por ahí no, y ojalá que sean felices con sus cuerpos, porque cada cuerpo es hermoso y único. Pero las palabras duelen como cuchillas, y de algo que yo sé... es como fingir estar bien por fuera pero destrozada por dentro, y una vez que nadie me ve, comenzar a llorar hasta que mi vista arda.
El tema es que no quiero pertenecer a un grupo por el simple hecho de estar en él, no lo necesito. No digo que me gustaría ser normal y disfrutar como los demás un poco, como cualquier adolescente. Pero realmente eso no es lo que quiero. No quiero que mis horarios dependan de un grupo; quiero nadar y sentir el agua recorriéndome, fresca y pura. Quiero pasear bajo los verdes árboles y recostarme en el pasto a leer. Quiero escribir mientras escucho el sonido de los pájaros. Realmente, prefiero ser así antes que alguien superficial como ellos, aunque no digo que todos sean así.
No quiero nada más que eso.
Llego a la puerta de madera antigua de mi casa, después de pasar por las rejas verdes. Y me adentro arrojando mi mochila al sofá que hay en la entrada. Dentro hay olor a hogar y a flores. Suspiro. La normalidad me invade para mi alivio.
Todo lo ocurrido hace un rato no parece más que un torpe sueño.
Mi madre se asoma de la cocina al escuchar la puerta cerrarse y el sonido de las llaves. Ella es más baja que yo, su cabello es como el mío, pero sus ojos son verdes y su nariz, más respingada aún.
―Lleva eso a tu cuarto. Tienes tu té hecho.
Tomo mi pesada mochila y la llevo al cuarto luminoso. Mi cama está armada y mi portátil indica que ya estaba cargada. Escucho a mamá llamarme y me dirijo a la cocina, donde me invita con la mano a agarrar el té.
―¿Cómo te fue con las chicas? ―pregunta.
―Uhm, bien. Compramos cosas y hablamos bastante. Fuimos a una cadena de comida rápida...
―¿No era que no querías ir más a las «cadenas que promueven la alimentación de chatarra»?
―No. Me gusta el sabor a pesar de eso, no es que haya cambiado de opinión. Y además, mis amigas me matarían porque en la mayoría de nuestras salidas vamos a comer allí. Me llevarían a la fuerza de todos modos. No hay muchos lugares.
Mamá suelta una carcajada. ―Está bien. Y me parece bien que lo disfrutes mientras. ¿Y el colegio bien?
Ugh, el colegio.
«Owen. Owen. Owen».
El nombre que tanto quiero olvidar.
«Actúa normal, Emma. Normal».