La pileta olímpica es la más grande de todas y siempre que nado lo hago en ella, ya que es perfecta para entrenar. Owen parece estar en forma —quiero decir, muy bien en forma, realmente espectacular—. Sus abdominales están definidos marcados y...
—¿En qué estás pensando? —pregunta Owen con una sonrisa mientras se prepara en el borde de la gran piscina.
—En nada —miento mordiéndome el labio. Espero no haberme ruborizado.
Como sea —sigo pensando—, a pesar de que él es un chico y parece estar en forma, yo tengo más ventaja de ganarle. He entrenado mucho.
―No podrás derrotarme, Emma ―me grita Owen desde el andarivel de al lado.
―Podemos apostar que sí puedo ―le contesto riendo.
Vaya, se me da muy bien ser yo misma estando con él. Me gusta realmente eso... Y él no me cae nada mal, digo, como amigo, claro.
―Apostemos entonces —me reta, con aire arrogante.
―¿En serio? —de pronto ya no me siento tan segura de eso.
―Sí, ¿algún problema? —curva una comisura.
―Para nada ―depende de qué, digo en mi interior―. ¿Qué apostamos?
―Mmm ―hace un gesto pensativo actuando, mientras se toca la barbilla―. Sí gano y tú pierdes, me siento de tu lado en la escuela hasta cuando yo quiera.
—Pero ya te sientas al lado —le cuestiono.
—Al lado de tu banco sí, pero no al lado de tu asiento.
A Celina no le gustará eso. ―¿Y si gano yo?
―No me preocuparía por eso ―me guiña el ojo―. Pero si llegases a ganar...
―Respondes cada pregunta que te haga ―suelto inmediatamente.
―Está bien. De todas formas te voy a vencer.
Voy a ganar, pienso al momento que él suelta una carcajada.
Contamos ambos hasta tres y comienza la carrera.
Me concentro en mi camino. Nadar es parte de mi, desde pequeña que aprendí y me siento libre cuando lo hago. La sensación del agua deslizándose a través del cuerpo y las burbujas en cada brazada es realmente increíble. Es fresca. Es rejuvenecedora.
Brazadas, patadas, estiro. Brazadas, patadas, estiro.
Me atrevo a mirar para el costado pero no lo veo. Realmente voy a ganar.
Me apresuro aún más. ¡Ay, Owen! Ahora no podrás escaparte de mis preguntas.
«Eso dices tú»
¿Qué mierda fue eso? Eso... eso era la voz de Owen... en mi mente. Owen habló en mi mente... Eso no puede ser posible pero... su voz había sido clara, limpia. E irónica también.
Trago agua. Me detengo por un segundo, pero continúo. No le daré la ventaja de ganar nunca. Quiero respuestas. Y justo ahora es una necesidad.
Necesito respuestas.
Owen había hablado en mi mente. Realmente debería recalcular la posibilidad de seres inhumanos.
Brazadas, patadas, estiro. Brazadas, patadas, estiro.
Tengo que llegar. Necesito...
Brazadas, patadas, estiro. Brazadas, patadas, estiro.
Toco la pared. Llego por fin y un alivio me invade total y completamente.
―¡Oye! No es que seas una tortuga pero, creo... creo que he ganado, compañera de banco ―maldito. Owen está sentado en el borde, esperándome. Estúpido y sensual tramposo. Si no eres humano, no cuenta.
―¿Qué ha sido eso? ―pregunto acusadora.
―Espera... ―parece confundido―. ¿Qué?
―Dijiste «eso dices tú» de una forma inexplicable. Lo sé. No lo niegues. ¿Cómo hiciste para que yo, estando bajo el agua, escuchara tan claramente? Tu voz sonaba muy cercana, Owen.
—¿Cómo si le estuviera hablando a tu mente? —pregunta.
Me quedo sin aire. —Sí.
Suelta una carcajada. ―¡Esos sí que son demasiados libros! Lo dije en voz alta cuándo llegué aquí. Justo levantabas la cabeza del agua. Seguro fue eso Emma ―tira su pelo para atrás―. Pero sería genial poder hablar a la mente de una persona, ¿no crees?
¿Y si él tenía razón? ¿Si había sido en ese momento que levanté la cabeza y él habló? Aunque ninguna de las dos opciones me parece la correcta, no puedo saber si lo son. He quedado como una lunática frente a un chico guapo que me presta atención.