Es lunes. Y son las 4:00 de la mañana. Solo dormí dos horas. ¡Solo dos jodidas horas! Me desperté hace un buen rato y no he podido volver a dormir... Y todo es culpa de él.
Voy a ver a Owen.
Un chico que me atrae extrañamente por algo que no entiendo. Apenas lo conozco pero algo en él me hace querer más.
Él me está buscando, observando. Lo sé.
Desde que entró a mi vida algo pasó. Algo irreversible e inexplicable.
La mañana ocurre como todas: hago el desayuno después de despertarme. Mi hermano tiene los ojos entrecerrados mientras espera su bus escolar. Mi madre lo ayuda a cambiarse y luego se prepara para la oficina. Papá enciende el auto.
Me siento pesada, sin vida. Cada pisada es un esfuerzo de energía extra. Una pizca de temor recorre mi cuerpo cada vez que el reloj marca un minuto más. Uno más para verle.
Y odio sentirme así. Por él. Por un chico.
Mis deseos van desde que el auto deje de funcionar, que de repente no haya clases... O más simple, que no pudiéramos pasar por la calle. Lo que sea con tal de no encontrármelo. Pero no, todo es tan normal que me da mala espina, tan normal que llego hasta allí sin ninguna dificultad.
Y al tocar el asfalto cuando bajo del auto me dan ganas de vomitar.
No veo a Steven con el grupo que siempre se junta. No lo veo por ninguna parte. Y sé que él sabe algo sobre Owen, pero ¿cómo? Tengo pensado atacarlo con preguntas cuando lo vea, no se salvará de mí. Las chicas me encuentran en el lugar de reunión de todos los días antes del colegio.
―¿Cómo te sientes? ―pregunta Belén.
―Estupenda ―respondo secamente ―. ¿Y si me voy antes de entrar?
―No seas tonta ―Celina y su forma directa de opinar―. Él no te puede sacar esto, además nos tienes a nosotras. Todo irá bien.
―¡Yo voy a romperle la bonita cara! ―anuncia Gala y todas nos reímos.
―Gracias, chicas.
Ellas saben hacerme sonreír.
―¿Amigas antes que chicos? ―Ese es nuestro dicho. Desde el último corazón roto en el grupo, lo decimos. Ellas son un gran apoyo, y grandes personas.
―Amigas antes que chicos ―Repetimos todas a la vez.
El timbre de entrada retumba en nuestros oídos. Entramos sin decir una palabra. Ya no hay marcha atrás.
Owen se encuentra sentado tranquilamente en mi banco, en el asiento de al lado del mío. ¡La apuesta! Oh, no puede seguir con eso. No después de lo que hizo.
¡¿Cómo se atreve?!
―Hola, Emma ―saluda tranquilamente, pero puedo ver un atisbo de incertidumbre, de preocupación―. Sobre lo que pasó, yo...
―No puedes quedarte aquí, te pido qué te retires ―su mirada está fija en la mía, estudiándome. Después de unos segundos pierdo la paciencia―. ¡Basta con esta mierda, Owen! ¡Sal de aquí! ¡Ese es el asiento de Celina!
―¡Joder! ¿Ese es tu carácter por la mañana? ―Sebastián, un compañero molesto, se detiene a mi lado, burlón―. Mejor aléjate de ella, nuevo, que se te contagiará lo nerd y esa onda podrida. Créeme, no quieres eso.
―Déjala en paz, imbécil ―gruñe Owen por lo bajo―. Ojalá se me contagiara algo de ella, como su fuerza para aguantar pegarle a tu feo rostro, porque ¿sabes? Quiero golpearte ahora mismo. Yo en tu lugar me iría de aquí.
―Eh, tranquilo, amigo. No le diré nada más ―el miedo se escurre en su voz, delatándole.
―Te conviene —le dice con voz muy baja y aterradora.
Sebastián se marcha rápidamente, dejándome sola con Owen. La amenaza que le dio a mi mal compañero me hace tiritar. Y eso, más la alerta de Steven, solo me indican que debo correr de aquí.